• Quejarse

Juan Rivano - Diógenes

Aquí puedes leer online Juan Rivano - Diógenes texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1991, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Juan Rivano Diógenes
  • Libro:
    Diógenes
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1991
  • Índice:
    4 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Diógenes: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Diógenes" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Juan Rivano: otros libros del autor


¿Quién escribió Diógenes? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Diógenes — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Diógenes " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Anécdotas, dichos y comentarios
Introducción

«¡Cínico!» zumba siempre agresiva. Clava al tiro, como aguijón; hiere y zahiere infalible: «¡Cínico!» Todo por simple locución, antes de los derrumbes dentro de las situaciones en que suena. Por etimología, no. «Cínico» se origina de kyon, que es «perro» en griego, y que si va a parar en onomatopeyas del sánscrito es algo que no sé. A nosotros, «cínico» no nos sabe a ladrido, ni a gruñido, ni tampoco a mordisco.

Recuerdo muy bien la vez y la persona que me contó el chiste de un rotito que lanzó a otro una granizada con todos los garabatos a su disposición. Como el atacado permaneciera sin alterarse, nuestro hombre, no hallando con qué seguir, le espetó: «¡Arquitecto!» ¡Y ahí se armó la grande! Humberto Giannini, que entre nosotros se ha ocupado del lenguaje de la ira, trae una historia parecida.

No faltan en nuestra lengua largas palabras traídas del latín o el griego que se prestan a estos juegos. Uno de mis profesores primarios, recuerdo, recurría a «Tubérculo cuadrigémino» para apostrofar a sus alumnos más lerdos. También Bogumil Jasinowski me contó la historia de una dama inglesa que en una cafetería escuchó a unos señores. «Aristotle, the disciple of Plato…» decía uno. La dama se levantó, no iba a validar groserías con su presencia. Después, en un ensayo de Graves sobre el insulto, leí la misma historia.

¿Para dónde voy? Para la adquisición de la semántica de «cínico». Entre nosotros. O entre yo. Y no muy seguro de llegar a ninguna parte. Cuando la escuché por primera vez, fue como ese «¡Arquitecto!» No puedo decir quién ni en qué ocasión la dijo. Era un niño entonces.

«¡Cínico!» ¿Qué enormidad significaba esa expresión lanzada como un piedrazo? Uno ve a un hombre manoteando furioso en su arsenal verbal. No encuentra con que golpear. Echa saliva entre las sílabas: «¡Cínico, cínico!» ¡Qué evidente el destrozo y el desconcierto!

Pero se puede ir también más allá, hasta la adquisición del significado de otras palabras. Siempre, entre nosotros. Quitadas las palabras de la ira (como «canalla», «fullón», «bellaco», «paria», «insolente», «perdulario», «hipócrita», «sicofanta» y tantas otras incorporadas a nuestro léxico como proyectiles que recogemos y nos quedamos mirando en una mano mientras con la otra nos sobamos la cabeza), ¿quién puede poner número a la cantidad de palabras que adquirimos, oímos y empleamos ordinariamente del modo como cuento aquí de la palabra «cínico»?

Que quede bien claro: cuando digo «ordinariamente», entiendo gente ordinaria, común. Y pienso que, por lo menos en el respecto en que estoy hablando, todos sin excepción y casi todo el tiempo somos gente ordinaria.

Hago una lista sin detenerme y para más claridad. Cínico, para empezar, pero asimismo, romántico, idealista, dogmático, barroco, epicúreo, cristiano, formalista, estoico, purista, pesimista, materialista, católico, escéptico, capitalista, burgués, masón, sadista, sensualista… Todas palabras de empleo corriente, de adquisición a la carrera, de curso fácil en el hablar ordinario. Pero, también, todas de significación huidiza, tornadiza. Las empleamos para hablar como empleamos el suelo para caminar, el aire para respirar, el dinero para pagar. ¿Qué sabemos del suelo, del aire, del dinero? Bastan los expertos puestos a hablar para conceder que no sabemos nada. Del suelo sólo esperamos que sea firme; del aire, que sea respirable; del dinero, que tenga curso. De las palabras, que se hagan cargo de lo que queremos decir. ¿Lo harán? Por mi lista pareciera que sí. Son palabras que corren con facilidad.

Aunque, mejor no las detengamos, dejémoslas correr.

«¿Qué entiende usted por “socialista”? ¡Adiós curso fácil de la palabra “socialista”! «Cuando digo “barroco”, quiero significar…» ¡Ahí terminó la transacción cotidiana con la palabra «barroco»! «¿Me permite usted una observación sobre el feudalismo?» ¡Hasta aquí llegamos con la palabra «feudal»! «Usted dice “romántico”; y yo le digo que para mí…». Mejor dejamos el asunto para otro día, cuando no haya narices largas en el café.

De muchas palabras de curso fácil, sí que vale lo que decía Agustín del tiempo: mientras nadie pregunta uno las sabe; pero, tan pronto viene alguien a preguntar, ya no las sabe.

Así es de curso fácil la palabra «cínico». Mirándola ir y venir, tan fresca, tan sin tropiezos, por el mercado de las transacciones verbales, más de un estudioso de las palabras se sentirá asombrado. «Pero», exclamará, «¿qué tiene que ver? ¿Cómo es posible una degradación tan ofensiva? Diógenes es el cínico por antonomasia. Pues, ¿qué relación hay entre Diógenes y todos estos… cínicos que me rodean? ¿Viven acaso en un tonel? ¿Van, de día, con un farol buscando un hombre? ¿Rechazan por un poco de sol las ofertas tentadoras de Alejandro Magno? ¿Denuncian la sociedad, la cultura? Viven reducidos al mínimo de los mínimos, resisten las durezas del frío, la intemperie, soportan con sus huesos los puñetazos y puntapiés de sus congéneres?»

Además, puesto a computar las aplicaciones de la palabra «cínico», nuestro estudioso encontrará que tiene tantas y tan dispares, que igual diera que no tuviera ninguna. Puede, entonces, encogerse de hombros y renunciar.

Un gesto así no pueden permitírselo quienes hacen diccionarios. No sé si computan con minucia, pero tienen que computar. Llegan a la palabra «cínico» y anotan primero que nada: «uno que pertenece a la escuela cínica, fundada por Antístenes». Así se responde a la cuestión que para nuestro estudioso acarrearía la gran tarea de «rescatar» la palabra, de devolverle su «sentido originario» (si se propusiera algo así). Ahí está, no hay que ir a otra parte. ¿Quiere usted ocuparse del sentido «prístino, originario» de la expresión «cínico»? Pues, estudie el cinismo. Ahora, ¿quiere usted devolver a la palabra «cínico» ese sentido «prístino»? Bueno, ese es otro cantar, si cantan los ilusos. Si le molesta que lo tilden de iluso, muy bien. Es usted un hombre sin ilusiones (un cínico, dicho sea al pasar). Atienda entonces a lo que ocurre cuando se emplea la palabra «cínico». O, si no quiere darse el trabajo (que es harto trabajo), atienda al diccionario que ya se dio el trabajo por usted.

Y yendo a los diccionarios, encontramos casi en todos esa dicotomía: primero, los cínicos de la escuela cínica; segundo, el resto de los cínicos. Estos últimos son los que cuentan cuando se trata del empleo fácil. Pero, ¿quiénes son? El Diccionario de la Academia los define en la tercera y cuarta acepción de «cínico»: impúdico, procaz, desaseado, falto de aseo. Rodolfo Oroz, aquí en Chile, no hace caso de dicotomías y pone para «cínico»: que desprecia toda regla de conducta; impúdico, procaz, canalla.

En diccionarios de otras lenguas encuentro siempre la dicotomía; y en la segunda parte de ésta, la del empleo fácil, encuentro las acepciones: brutal, inmoral, audaz, insolente, monstruoso, impúdico, obsceno. Hay uno en que se agrega misántropo; otro en que se agrega sarcástico. Hasta encuentro uno en que se dan: burlón, escarnecedor, mordaz, cascarrabias. En otro, descarado, figón. Creo haber visto, también, hipócrita, pero no recuerdo dónde. Encuentro otro que define: «cínico, que atribuye motivos bajos y egoístas a la conducta humana»; y en otro; «persona que no cree en los valores morales».

O sea, sobre el empleo fácil de la palabra cínico los diccionarios nos dan tantas facilidades que se nos sale de la boca no más abrirla. ¿Cínico? ¿Quién no lo es a cada rato? El insolente es cínico. Pues entonces el lugar de trabajo se llena de cínicos. El bus, para qué hablar. Cínicos todos. El inmoral es cínico. Así, los confesionarios se llenan de cínicos. Los tribunales, las cárceles rebasan. Pero, son también cínicos el misántropo, el canalla, el lenguaraz. ¿Dónde no hay cínicos? Las puertas de los hospitales y los templos atestan de cínicos. Abundan bajo los puentes, en bares, prostíbulos. Porque los desarrapados, los gangrenosos, mendigos, viciosos son también desaseados, procaces, desvergonzados, groseros, descarados. Basta mirarlos; por donde se los mire, cínicos. ¿Hay algún político que pueda ser político sin ser cínico? ¿Hay algún militar que no termine por alinear sus cañones contra los valores morales? ¿Hay alguna empresa transnacional que crea en otros motivos de la conducta humana que el puro interés y el egoísmo? ¿Hay algún comerciante que haga sus negocios con la vista puesta en la moral? Mejor no sigamos; vamos a ahogarnos en cinismo.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Diógenes»

Mira libros similares a Diógenes. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Diógenes»

Discusión, reseñas del libro Diógenes y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.