Juan Balestra - El noventa
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- Libro:El noventa
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1934
- Índice:4 / 5
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El noventa: resumen, descripción y anotación
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I. Introducción. — II. La República en 1890: aspecto económico. — III. La fiebre de progreso. — IV. Los ferrocarriles. — V. La moral social. — VI. El presupuesto. — VII. El presidente Miguel Juárez Celman.
I
Intento describir los sucesos del año 1890; una instantánea del momento indicativo de los cuarenta años que han seguido.
Vi los hechos de cerca y hasta podría decir que de ellos pars parva fui. No voy, empero, a escribir memorias, que suelen ser la visión acortada por la cercanía, de los hombres y las cosas. Me propongo mirar en perspectiva y aprovechar de los testimonios y enseñanzas que acumula el tiempo, único revelador de secretos y capaz de despojar a los hombres de pasiones y a la verdad de crueldades.
Hasta hoy sólo se ha mirado aquella época con el ojo miope de sus contemporáneos. Después de la revolución en que culminaron los conflictos, los triunfadores se apropiaron del poder y los vencidos de la gloria. Ni unos ni otros se preocuparon de desentrañar el sentido de los hechos y de hacer o de hacerse justicia. La literatura inflamada de los vencidos ha sido la única fuente de información para los venideros. Ninguna actualidad tiene, entretanto, conciencia de su hora: sólo entre cuatro y cinco millones de habitantes. El censo de 1869 había dado 1 877 496 . En 21 años la población casi se había triplicado. La ciudad de Buenos Aires tenía 530 000 habitantes, de los cuales eran extranjeros 300 000 . El año 1889 vinieron al país 260 000 inmigrantes y cerca de 40 000 pasajeros: total 300 000 nuevos pobladores. Tal cifra duplicaba la de 1888 y marcaba una proporción desconocida aun en los Estados Unidos.
El apotegma de Alberdi, evangelio de dos generaciones, y los «pantallazos de la nave capitana» de Sarmiento, febricientes del progreso, que por ambicionar lo extraño vilipendiaban lo propio, estaban realizados e iban a resultar falsos, como toda idea unilateral, pasada su ocasión. La afluencia repentina de tantos extranjeros amenazaba constituir un emporio, más que una nación. A medida que nos agrandábamos, decaían las virtudes creadoras de la nacionalidad. Después de poblar era necesario, más que nunca, gobernar. A la par de inmigrantes llegaban capitales. La Europa, pletórica, derramaba sus ahorros en la Argentina, el paraíso de las ganancias fáciles. El último año se habían inscripto en la matrícula de comercio 134 sociedades anónimas, con un capital de 400 millones de pesos papel, 13 millones de libras esterlinas, 20 millones de pesos oro, 7½ de francos, 6 de marcos y 2¼ de florines. En total más de 500 millones de pesos papel.
II
En la Bolsa de Comercio —entonces sobre la Plaza de Mayo— las transacciones habían ascendido a 1500 millones de pesos por mes. Los títulos cotizados representaban 1000 millones, de los cuales 400 correspondían a cédulas hipotecarias, 180 a acciones y títulos bancarios y el resto a sociedades anónimas.
Las transacciones sobre bienes raíces que el año 1886 habían sido de 40 millones, el 87 de 85 y el 88 de 125, alcanzaban en 1889 a 300 millones. Los diarios publicaban páginas enteras de remates de tierras: esa era la lectura predilecta, casi exclusiva, del público.
Se estaba en el punto máximo de la curva ascendente iniciada en 1880, con la conquista del desierto, la capitalización de Buenos Aires y el programa de Paz y Administración, cumplido por el presidente Roca: en adelante sólo se podía detener o declinar; pero nadie lo sabía, ni quería imaginarlo, porque todo presente se ignora a sí mismo, y forma parte de las aberraciones el no sentirse pasajeras. Se retornaba a un nuevo descubrimiento de Buenos Aires; los descubridores ya no eran el enclenque don Pedro de Mendoza y su grupo de infanzones tronados: pero venían, como aquéllos, a recoger el oro a paladas; eran los hombres de capital, de empresa o de lance de todas partes, atraídos por cálculos que no por ser exactos para el futuro, dejaban de ser fantásticos en el presente: ¡la hectárea de tierra valía menos de la mitad del fruto anual que produciría! Emisarios de la banca europea cruzaban el país ofreciendo empréstitos a los gobiernos de provincia y hasta a las municipalidades de lugares apartados. Se habían creado más de cincuenta bancos que difundían las embriagueces del crédito en los últimos reductos de la modestia provinciana. El dinero, sin utilización en los villorrios, no tardaba en volver a la Bolsa, como la sangre vuelve al corazón.
III
El fenómeno no era, como se lo había de clasificar en la hora de echar el error de todos a la culpa de algunos, de perversión gubernativa, ni de mala fe: era un contagio de ilusiones que por ser prematuras no dejaban de ser generosas y hasta patrióticas.
La inexperiencia general razonaba con lucidez, como suele acaecer en muchas manías. ¿No estaban acaso baldíos nuestros campos, los más feraces de la tierra? ¿Qué representaban las cifras de los negocios frente a esos 300 000 inmigrantes, que calculados como capital, a 1000 libras esterlinas por cabeza, representaban 1500 millones de pesos oro por año? ¿Gobernar no era poblar?
En cuanto a la inflación de los negocios, ¿no se vela a diario que la tierra comprada o hipotecada con escándalo, el mes anterior, en 100, se vendía, al contado, el mes siguiente, en 300? ¡El éxito de los favorecidos vencía los últimos escrúpulos de los prudentes y exasperaba a los rivales!
¿Que todo eso tocara los límites de lo prodigioso; que se estuviera descontando en horas, lo que debía ser obra de siglos? La respuesta era abundosa y convencida. ¿No se había visto realizar en dos años la conquista de las veinte mil leguas ocupadas por los salvajes, que el pensador más sincero de la República dijo en la tumba de Alsina, fracasado en la empresa, que tardaría en realizarse tres siglos? ¿No éramos ya exportadores de ganado en pie y cereales a Europa cuando quince años antes importábamos trigo de Chile para nuestro pan? ¿No había aumentado la exportación del último año en 35 por ciento? ¿El avance de la ciudad sobre el río, para hacer el primer puerto de la tierra, del cual se acababa de inaugurar la Dársena Sud, no nos haría ganar millones de metros que representarían cientos de millones de pesos?
¿El intendente don Torcuato Alvear no había hecho desaparecer la Recova vieja en una noche y abierto la Avenida de Mayo casi gratis, enriqueciendo a todos los propietarios del trayecto? ¿No acababa una firma inglesa de convertir los hard dollars de 8 por ciento, en títulos de 3½ por ciento?
Podíamos desconfiar de nuestro juicio inexperto pero ¿cómo dudar de la sensatez del capital europeo?
IV
Todavía quedaba el renglón de los ferrocarriles que «iban a crear la población y con la población la riqueza y las industrias». Según la inspección de ferrocarriles, a fines de 1889 se hallaban en explotación y construcción 27 líneas, con una extensión de 11 688 kilómetros, por valor de 127 682 867 pesos oro. Pero estaban concedidas y a construirse 92 líneas más —56 nacionales y 36 provinciales— con un recorrido de 38 000 kilómetros y un capital garantizado por el gobierno de 312 541 900 pesos oro. La garantía a pagar anualmente importaría 22 millones de pesos oro; pero ¿qué representaba eso ante la utilización del inmenso desierto?
Y el Congreso acuerda concesiones para todo. Ni las ciudades, ni los campos, ni las entrañas de la tierra o de las montañas, ni los ríos y los mares; ni las industrias, las artes y las ciencias dejan de ser materia de sociedades anónimas, cuyas acciones se precipitan en la vorágine de la Bolsa.
Se habla de participaciones cuantiosas de los funcionarios públicos, mediante las cuales se obtienen o se facilitan las concesiones. No se llega al delito burdo; la administración es demasiado magra y el gobiernos todavía muy a la antigua para dejar que se apoderen de sus dineros.
Se opera sobre las concesiones, que crearán riqueza: eso, a la moral enturbiada del momento, ya no parece ilícito, desde que se va a sacar el dinero de la nada.
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