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Josefina Aldecoa - En la distancia

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Josefina Aldecoa En la distancia

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En este libro hay una buena parte de mi vida hecha deshecha reconstruida - photo 1

En este libro hay una buena parte de mi vida hecha, deshecha, reconstruida, como un gran puzzle. Irremediablemente faltan piezas, fragmentos. Hay espacios vacíos. Estoy segura de que alguno de ellos encierra en su oquedad un recuerdo intolerable que he tachado sin saberlo, que no merece el precio del recuerdo.

Al final del viaje, cerca del puerto definitivo que se adivina entre la niebla, la memoria trabaja. El recuerdo reconstruye lo que fue real, adivina lo que aparece sumido en la oscuridad. Nos devuelve, en secuencias brillantes o brumosas, la vida recobrada.

He tenido una hija. He plantado un árbol, un haya purpúrea que mide ya doce metros, en mi jardín de Cantabria. Y he escrito algunos libros…

Josefina Aldecoa En la distancia ePub r10 liete 180614 Josefina Aldecoa - photo 2

Josefina Aldecoa

En la distancia

ePub r1.0

liete 18.06.14

Josefina Aldecoa, 2004

Cubierta: La autora, con veintidós años, en su apartamento del paseo de la Florida de Madrid

Editor digital: liete

ePub base r1.1

JOSEFINA R ALDECOA Josefa Rodríguez Álvarez La Robla León 8 de marzo de - photo 3
JOSEFINA R ALDECOA Josefa Rodríguez Álvarez La Robla León 8 de marzo de - photo 4

JOSEFINA R. ALDECOA. Josefa Rodríguez Álvarez (La Robla, León, 8 de marzo de 1926 – Mazcuerras, Cantabria, 16 de marzo de 2011), conocida como Josefina Aldecoa, fue una escritora y pedagoga española, directora del Colegio Estilo. Estuvo casada con el escritor Ignacio Aldecoa, de quien adoptó tras su muerte su apellido para su carrera literaria.

De familia de maestros (su madre y su abuela eran maestras que participaban de la ideología de la Institución Libre de Enseñanza, institución que nació a finales del siglo XIX con idea de renovar la educación en España), vivió en León, donde formó parte de un grupo literario que produjo la revista de poesía Espadaña. Se traslada a Madrid en 1944, donde estudió Filosofía y Letras y se doctoró en Pedagogía por la Universidad de Madrid sobre la relación infantil con el arte, tesis que luego publicaría con el título El arte del niño (1960). Durante sus años de estudio en la facultad entró en contacto con parte de un grupo de escritores que luego iban a formar parte de la Generación del 50: Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Jesús Fernández Santos e Ignacio Aldecoa, con quien se casó en 1952 y del que tomó su apellido —pero sólo después de su enviudamiento en 1969, dejando la R. de Rodríguez (Josefina R. Aldecoa)— y con el que ha tenido una hija.

Tradujo para Revista Española, dirigida por Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre, el primer cuento publicado en España de Truman Capote.

En 1959 fundó en Madrid el Colegio Estilo, la que fue para ella su gran obra, situado en la zona de El Viso, Madrid, inspirándose en las ideas vertidas en su tesis de pedagogía, en los colegios que había visto en Inglaterra y Estados Unidos y en las ideas educativas del Krausismo, base ideológica de la Institución Libre de Enseñanza: «Quería algo muy humanista, dando mucha importancia a la literatura, las letras, el arte; un colegio que fuera muy refinado culturalmente, muy libre y que no se hablara de religión, cosas que entonces eran impensables en la mayor parte de los centros del país».

En 1961 publicó la colección de cuentos A ninguna parte. En Los niños de la guerra (1983) hizo una crónica de su generación ilustrada por semblanzas, biografías y comentarios literarios sobre diez narradores surgidos en los años 50. En 1969 murió su marido y permaneció 10 años en los que abandonó la escritura dedicándose a la docencia, hasta que en 1981 publicó una edición crítica de una selección de cuentos de Ignacio Aldecoa. Continuó su actividad literaria con novelas como Los niños de la guerra (1983), La enredadera (1984), Porque éramos jóvenes (1986) o El vergel (1988). En 1990 inició una trilogía de contenido autobiográfico con la novela Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1997), parcialmente en respuesta al discurso político durante los años posteriores a la dictadura acerca de cómo reconstruir el sistema educativo, al que no consideraba lo suficientemente laico.

En 1998 escribió el ensayo Confesiones de una abuela, en el que abordaba la relación y experiencias vividas con su nieto. En 2000 publicó Fiebre, una antología de cuentos escritos entre 1950 y 1990, y en 2002 El enigma, novela de temática amorosa.

En 2003 obtuvo el Premio Castilla y León de las Letras.

En 2005 publicó La casa gris, una obra que escribió cuando tenía 24 años en la que narra, en forma de novela protagonizada por Teresa, su vida en Londres reflejando la diferencia de España y Europa en los años 50.

En 2008 publicó Hermanas, su última novela.

Falleció el 16 de marzo de 2011 en Mazcuerras, Cantabria, a causa de una insuficiencia respiratoria.

Antes de todo lo demás está la infancia. La huella de los primeros años, los que deciden para siempre lo que vamos a ser.

Infancias con calor o frío, hambre o abundancia, olores, colores, sonidos, sensaciones gratas e ingratas. Infancias protegidas por el afecto inagotable de los adultos. O desoladas, inseguras, asentadas sobre un suelo movedizo que nunca llegará a ser firme.

Mis primeros recuerdos, muy tempranos, se sitúan en la casa de mis abuelos maternos en la que nací y donde viví etapas prolongadas de mi niñez. Es una casa que sigue apareciendo con frecuencia en mis sueños. En ella sitúo escenas y personas que no tienen que ver con ella pero que yo traslado allí por alguna razón desconocida.

La casa está en un lugar que era muy hermoso cuando yo nací. A un kilómetro al norte del pueblo de La Robla, en la carretera de Asturias. Detrás de la casa, hoy abandonada, hay una huerta y un jardín. Y unos metros más alto, en el límite de la finca, se extiende el ferrocarril Madrid-Asturias. Como telón de fondo se eleva una montaña gris y verde, rematada por la Peña del Asno.

Los trenes circulaban día y noche, de mercancías unos, de viajeros otros. Las horas de la noche las marcaban el expreso de Madrid en dirección al norte y el expreso de Asturias hacia el sur, camino de la Meseta. En el silencio absoluto de la noche, su presencia dividía nuestros sueños.

La Peña del Asno destacaba sobre el cielo las noches claras. Gris y altiva, protectora habitualmente, se volvía amenazante cuando alguna tormenta nocturna de rayos y truenos alteraba la paz del verano. En ocasiones yo escondía la cabeza debajo de la almohada y temía que alguna roca desprendida en lo alto bajara rodando hasta la casa y la destruyera.

El corte que en su día se había practicado para construir el camino de hierro descendía como un escalón hasta una breve planicie que terminaba en la carretera. En esa planicie estaba la casa de los abuelos.

Desde la carretera se veía abajo el río, al final de un suave terraplén que se detenía, a su orilla, en el soto misterioso y húmedo cubierto de vegetación por el que circulaban pequeños animales, nutrias y hurones quizá hoy desaparecidos.

Desde que tuve uso de razón y capacidad de reflexionar, me di cuenta de que mi infancia había sido feliz. Una infancia en contacto con la naturaleza despertó mis sentidos a la belleza de una tierra áspera, tierra de montaña, cercana a Asturias, que lucha por salir de la nieve y el hielo del invierno para fructificar en una tímida y valiente primavera. En abril asomaba la hierba en los prados bajos y se extendía una delgada alfombra vegetal en las tierras altas.

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