José Guillén - La vida pública
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- Libro:La vida pública
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1978
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La vida pública: resumen, descripción y anotación
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José Guillen Cabañero, Nacido en Montalbán (Teruel, España, 1913). Cursó los estudios de la carrera eclesiástica en los Seminarios Conciliares de Zaragoza (1926-1930), Tortosa (1930-1936), Burgos (1936-1938). Es sacerdote de la diócesis de Zaragoza, perteneciente a La Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Cursó los estudios de Filosofía y Letras en Zaragoza: cursos comunes (1952-1953) y especialidad de Filosofía y Letras, sección de Clásicas, en Salamanca (1953-1956). En la Universidad salmantina se doctoró, el año 1959, con una tesis sobre «El latín de las XII Tablas».
El Imperio
«… Hoc reges habent
magnificum et ingens nulla quod rapiet dies:
prodesse miseris, supplices fido Lare
protegere» (Seneca, Medea, 222).
Tras el segundo triunvirato formado por Octaviano, M. Antonio y Lépido; quedó solo en el tablero de la política C. Julio César Octaviano, tras la batalla de Accio, el 2 de setiembre del año 31. Él había heredado el poder de su tío Julio César, que lo había adoptado por hijo. También habían desaparecido los principales defensores del espíritu republicano M. Catón y M. Tulio Cicerón.
El modo de pensar de Octaviano y de los que le rodeaban, lo reproduce Dion Cassio, poniéndolo en boca de Mecenas:
Mientras no éramos tantos ni tan superiores a nuestros vecinos, vivíamos felices y conquistamos casi toda Italia; pero después que traspasamos estos límites y hemos pasado a muchos países e islas y llenado mar y tierra con nuestro nombre y la gloria de nuestras armas, ya no hay que pensar en felicidad. En casa y dentro de los muros, los partidos pelean entre sí, y nosotros llevamos esta peste aun a los campamentos. Así acontece que nuestra ciudad, semejante a una gran nave de transporte, llena de toda clase de gentes, agitada por tormentas ya desde muchas generaciones, sin timonel, vaga por el mar y va de una parte a otra como si hubiera perdido el lastre. No la dejes a merced de la tormenta; desaloja tú el agua que ha entrado ya en ella. No permitas que vaya a chocar contra los escollos. Ya que los dioses te han colocado como árbitro de la República, no hagas traición a tu patria, para que continúe medrando.
Y a continuación le aconseja:
Primero purifica todo el senado, conserva a los buenos y borra de las listas a los demás. No excluyas al pobre si es justo, sino dale tanto cuanto necesite para vivir conforme a su estado. En lugar de otros, elige hombres que se distingan por el nacimiento, el mérito y la fortuna, no sólo de Italia, sino también de entre los aliados y de las Provincias. Entonces obtendrás en ellos muchos auxiliares y quedarás asegurado contra los caudillos de todas las poblaciones. Haz lo mismo con los caballeros… cuantos más reúnas en torno de ti de esos varones distinguidos, tanto más fácilmente mantendrás en orden la colectividad e infundirás a los súbditos la persuasión de que no los miras como esclavos o inferiores a nosotros, sino más bien los dejas participar de todas las ventajas que nosotros gozamos, hasta del gobierno; para que puedan considerarlo como suyo propio. Yo hasta pido para todos el derecho de ciudadanía, a fin de que tengan con nosotros una fiel alianza, como personas de nuestros mismos derechos, como si habitaran con nosotros en una misma ciudad, y consideren nuestra ciudad como su capital, y sus patrias solamente como aldeas y tierras.
Cuando Octaviano regresó del Oriente, vencedor y único gobernante (año 29 a. C.) el senado lo colmó de honores: 1.º) Podía llevar toda su vida y en todos los actos públicos las insignias del triunfo, el paludamentum (manto de escarlata) y la corona de laurel. 2.º) Se hicieron grandes fiestas y el Imperator distribuyó dinero entre todo el pueblo y tierras a sus 120 000 veteranos. Veleyo escribe:
La guerra civil de 20 años ha terminado: hay paz con el extranjero; vuelve la tranquilidad, el furor de las armas se adormece; las leyes recobran su fuerza; los tribunales su prestigio; el senado su majestad; y los funcionarios su anterior poder.
Se cierra el templo de Jano el año 29, el 25 y el 10, cuando hay paz en todo el Imperio. El senado le da el título sagrado de «Augusto», nombre que explica Ovidio en los Fastos:
Nuestros padres llaman «augustas» a las cosas santas, «augustos» son los templos, ricamente consagrados por la mano de los sacerdotes. También «augurio» va unido en su origen a esta palabra, como todo lo que Júpiter «au(g)menta» con su dignación.
Augusto sabe conservar todo el poder en su mano, salvaguardando las apariencias de libertad del pueblo, cosa que no hizo Julio César, por lo cual cayó a manos de sus envidiosos enemigos. Dueño absoluto del imperio, Augusto busca un doble fin: organizar el régimen imperial y asegurar su continuidad.
Aunque Augusto no es un genio, como lo era César, es ciertamente un jefe de espíritu claro y de sentido agudo de la oportunidad. Lo que no haría él personalmente sabe realizarlo por sus allegados: Agripa será su ministro de guerra, y Mecenas su gobernador de paz.
Conseguida la victoria de Accio, Octaviano tiene en sus manos los poderes suficientes para reorganizar el Imperio. Es cónsul, desde el año 38 tiene el título de Imperator, desde el 36 la inviolabilidad tribunicia. El consulado lo conserva durante 8 años, hasta el 23. De esta fecha en adelante se lanza ya hacia una forma nueva y definitiva. En el año 30 refuerza su poder tribunicio con una prerrogativa nueva, la del poder de intercesión. En el año 28 abroga solemnemente los actos del triunvirato y se le da el título de Princeps senatus.
El 23 renuncia al consulado, que no aceptará en adelante más que excepcionalmente en los años 5 y 2 a. C.; pero en cambio hace que se le otorgue el imperium proconsulare en todo el Estado romano.
De esta forma, como quien se contentaba con poco, con el imperio proconsular, y con el Pontificado máximo, que son las bases esenciales de su poder imperial.
Por ser tribuno vitalicio, tiene la inviolabilidad, el derecho de veto, de convocación y presidencia, cuando él quiera, de los comicios y del senado.
Por el imperium proconsulare, tanto en Roma, como en las provincias, es el generalísimo de los ejércitos, administrador y juez supremo de todo el Estado.
El sumo Pontificado le confiere la representación y la guardia oficial de la religión romana.
Pero además va consiguiendo poco a poco otras prerrogativas que lo hacen omnipotente dentro del Estado, por ejemplo, el derecho de hacer la paz y declarar la guerra; la presentación de los magistrados que habían de ser elegidos en los comicios; la concesión de la ciudadanía a quien le pareciera; la dirección de la anona; la acuñación de moneda, etc.; todo lo cual, excepto el sumo Pontificado, llevarán los sucesores de Augusto en virtud de la ley de Imperio. Sin embargo él prefiere el título de Princeps.
Durante la época republicana los magistrados, fuera de los cuestores, eran elegidos entre los senadores, en los comicios y para un año solamente.
Los nuevos agentes de la autoridad imperial son creados personalmente por Augusto, sin mirar si pertenecían o no al orden senatorial. El tiempo de su función dependía de la voluntad del Príncipe. Con lo cual no eran propiamente magistrados, sino funcionarios del emperador.
El gobierno central, que aparece un tanto rudimentario en la organización de Augusto, y se irá desarrollando gradualmente bajo sus sucesores, se compone de dos elementos: el órgano deliberativo, el consejo imperial y un órgano ejecutivo, la prefectura del pretorio.
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