Frances Stonor Saunders - La mujer que disparó a Mussolini
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- Libro:La mujer que disparó a Mussolini
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
- Índice:4 / 5
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La mujer que disparó a Mussolini: resumen, descripción y anotación
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La mujer que disparó a Mussolini — leer online gratis el libro completo
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REVELACIÓN
«Todo comienza en el misticismo
y termina en la política».
Charles Péguy
ENTONCES
La honorable Violet Gibson, hija de lord y lady Ashbourne, lleva un vestido de poplinette blanco, con lazo y pañoleta de gasa, sujetos en el lado izquierdo con un ramillete de claveles de color rosa malmaison, y con un gran sombrero blanco adornado con gasa y claveles rosados, y un ramo de los mismos claveles. Tiene veinticuatro años, dama de honor en la boda de su hermano. Este detalle se saca de un recorte envejecido de color sepia del Times, pegado en un robusto álbum encuadernado en cuero que reúne noticias de periódicos. Hay más volúmenes, guardados en el archivo de la Cámara de los Lores, todos ellos dedicados a la familia Ashbourne, con Edward Gibson de paterfamilias, primer lord Ashbourne, lord canciller de Irlanda. Política y socialmente, en Londres y en Dublín, los Ashbourne se han hecho notar, y mantienen un diligente registro de ello.
Harry Gibson con compañeros de trineo.
A partir de los recortes de prensa se puede trazar el perfil del currículo social de Violet. Su madre la presenta a los dieciocho años como debutante en la corte de la reina Victoria y llega a las puertas del establishment de la Belle Époque. A partir de entonces forma parte integrante de las columnas y las circulares de la corte. Asiste junto a sus padres a una recepción de los duques de Devonshire en Devonshire House, Picadilly; a un almuerzo en Dublín ofrecido por lord Ashbourne en honor del lord Teniente y la condesa de Cadogan; a la recepción anual del marqués y la marquesa de Londonderry por la apertura del Parlamento, visto como el principal evento de la temporada de Londres (se bromeaba con que Londonderry se estaba «cocinando el camino al gabinete»). La invitan a los Conciertos Estatales en el Buckingham Palace («vestidos de gala, señoras con plumas y colas»), en donde, rodeada por los índices del Burke’s peerage, el Libro d’Oro, el Almanack de Gotha, escucha a sir Walter Parrat dirigiendo canciones floridas de Donizetti, Jensen, Listz, Adam. El Times informa que se encuentra con sus padres y su hermano en Saint Moritz, en donde la temporada está en pleno auge. Allí, junto con la duquesa de York, la duquesa de Teck, la duquesa de Aosta, el conde de Turín, y un popurrí de otros nobles europeos, observa a su hermano Harry, un gran deportista y líder del equipo de trineo Engadine, mientras gana la carrera Grand National. (Su libro, Descensos en trineo por pistas sinuosas, se valoraba como «uno de los trabajos más conocidos de ese fascinante deporte», aunque la utilización del «Inglés de la reina» se consideraba «grosero y a menudo absolutamente reprobable»).
Cuando la temporada de invierno termina en Suiza, continúa en Dublín, en donde Violet ayuda graciosamente en el baile de su madre, «al que asistió, por supuesto, una nutrida representación de la élite». La decoración, «realizada con lirios blancos del Nilo, tulipanes jaspeados y smilax», suspendidos de los techos en enormes ramilletes, es «particularmente maravillosa y abundante». Violet lleva un vestido satinado de color blanco puro, el corpiño totalmente cubierto de una malla y unos flecos de perlas, y terminado en los hombros con racimos de violetas y follaje. Brilla entre los «tristes tocados» de la duquesa de Buccleuch, lady Inchiquin, y lady Hastings, todas ellas de negro. En otra boda, la de su hermana Elsie, Violet, dama de honor, lleva un vestido blanco de bengalina con un chaleco entero de fino encaje y una pamela adornada con lazo y seda a juego. «Era la más tímida de las damas de honor, pero ¡estaba tan hermosa!», escribe Elsie en una carta durante su luna de miel.
El grupo real en el Howth Castle, en septiembre de 1897.
Violet está de pie a la derecha, al lado de su padre.
En una fotografía publicada en el Lady’s Pictorial en septiembre de 1897, Violet aparece magníficamente ataviada, con la cintura fajada en una circunferencia imposible y con las largas trenzas recogidas en alto y bajo un sombrero adornado con flores frescas. Parece cualquier cosa menos tímida: sostiene la cabeza ligeramente inclinada, en una pose apuesta y de persona muy bien educada, segura, alegre. Extremadamente bonita, la personificación de la moda Belle Époque, está de pie justo un paso por detrás del duque y la duquesa de York (futuros rey Jorge V y reina María) durante su visita oficial al castillo Howth, el cual ha alquilado lord Ashbourne como residencia formal apropiada al cargo de lord canciller. Flanqueando al grupo real están sus padres, el arzobispo de Dublín, el presidente de la Alta Corte de Irlanda —los mentores de su juventud, fijos como en un friso exaltado, «con calma y conscientes de una ascendencia social y económica que parecía pertenecerles por derecho».
Ésta es la honorable Violet Gibson en su juventud, afianzada con firmeza y seguridad a una casta adornada con privilegios, cubierta con pamelas y un título que habla de su importancia en la élite gobernante angloirlandesa. Ésta es su vida, antes de que sus pensamientos se revolvieran contra ella, antes de que el mundo que ella conocía se volviera completamente loco.
LAS COSAS SE QUIEBRAN
Mujeres con pelucas estilo fregonas y vestidas con kimonos azules, pantalones amarillos, ámbar y esmeralda. Vita en pantalones y camisa de color rosa. Virginia comiendo salchichas en el estudio de Vanessa, y desmayándose en el Ivy. «Violet Trefusis es la que nunca se niega.» Todo el mundo «muy alegre» en el Charleston y hablando de los que sodomizan, «el reventón de las vejigas de la gente, la National Gallery, y tal vez incestos». Leonard Woolf y Desmond MacCarthy buscando la palabra follar en la biblioteca de Londres. Nancy Astor dando volteretas en el salón de Cliveden.
Tras el rugido de las armas de guerra, los locos años veinte. Y éstos sí que rugían. Qué cantidad de fiestas. «Fiestas de disfraces, fiestas salvajes, fiestas victorianas, fiestas griegas, fiestas rusas, fiestas del salvaje oeste, fiestas circenses… fiestas en Oxford en donde se bebía vino viejo de Jerez y cigarrillos turcos ahumados, bailes aburridos en Londres y bailes divertidos en Escocia y bailes repugnantes en París —toda esa sucesión y repetición y humanidad en masa». Estos eran los «cuerpos viles» de Evelyn Waugh, los que buscan la publicidad, amantes de la diversión, anárquicos, ansiosos por desbordar la triste influencia de los viejos de rígidos cuellos, que habían encabezado la guerra. «Ser nuevo a cualquier precio» era la visión oscura que de ello tenía Arnold Bennet.
El avión del amante de Antonia White zumbando por París. «El pálido resplandor y el ruido intolerable del “Boeuf sur le Toit” donde uno va a mirar a los judíos y a las lesbianas y a los mariquitas». En el número 20 de Rue Jacob, Clifford Barney, la «Amazona del París-Lesbos», honrando con Gertrude Stein a la musa sáfica, Alice B. Toklas, con el bigote y sus pequeños sombreros negros, cocinando sus famosos bizcochos de hachís, Romaine Brooks, Janet Flanner, Colette con el pelo rizado, crespo como un perro salvaje, Radclyffe Hall, Sylvia Beach, Djuna Barnes («¿Eres realmente lesbiana?». «Podría ser cualquier cosa. Si me amara un caballo, podría ser eso»). Estas personas eran felices cumpliendo con los rigurosos estándares de París para las relaciones escabrosas y laberínticas. «Francia no es sino un gran burdel» era la opinión remilgada de Nancy Astor.
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