Javier Reverte - El sueño de África
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- Libro:El sueño de África
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1996
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El sueño de África: resumen, descripción y anotación
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El sueño de África — leer online gratis el libro completo
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A mis hermanos José, Jorge, Cris, Isabel, María José, y a mi primo Fernando, que leyeron en su infancia los mismos libros que yo sobre África.
También, en recuerdo de mi padre, que me dio mis primeras lecturas. Y desde luego a mi madre, que me contaba para dormirme historias imaginarias de leones y cazadores.
Al surcar el continente africano, Javier Reverte emprende un camino donde a cada paso se trasluce el amor, su fascinación y su respeto por aquellas lejanas tierras. Como en las otras entregas de la trilogía, el prolífico periodista asume el papel de viajero en pos de un mito que se irá revelando a través del contacto directo con las gentes y los paisajes africanos. Este libro, que trata de la historia blanca del África negra, entrelaza las grandes y las pequeñas narraciones que surgen a su encuentro con el pasado, con las ciudades del presente, con el conocimiento de tribus ancestrales en franco proceso de extinción… Impregnada de lúcido realismo, de exuberante belleza y de leyenda, esta crónica revela en clave homérica que el placer del viaje, más que en llegar a un destino, consiste en enriquecerse como ser humano a lo largo del itinerario.
Javier Reverte
En busca de los mitos blancos del continente negro
ePub r1.3
Titivillus 02.01.18
Título original: El sueño de África
Javier Reverte, 1996
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JAVIER REVERTE, Escritor y periodista español nacido en Madrid en 1944. Su nombre completo es Javier Martínez Reverte. Cursó estudios de Filosofía y Periodismo. Fue corresponsal en Londres, París y Lisboa, entre otros destinos. Dentro del mundo periodístico ha ejercido diversas funciones tales como ser subdirector del diario Pueblo. También ha sido guionista de radio y de televisión.
Su producción literaria abarca novelas, poemarios y libros de viajes. Es en este género en el que ha cosechado más popularidad: su Trilogía de África (compuesta por El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África) le reportó gran consideración por parte del público. Otros libros de viajes han tratado sobre Centroamérica, el Amazonas, Grecia, Turquía y Egipto.
Aparte de algunos poemarios como Metrópoli y El volcán herido, y ensayos como Dios, el diablo y la aventura, ha tenido éxito con novelas como Todos los sueños del mundo o La noche detenida.
En 2010 resultó ganador del Premio Fernando Lara de novela por Barrio Cero.
Los grandes lagos
Escribir un libro o viajar permiten huir de la rutina diaria, del miedo al futuro.
GRAHAM GREENE,
en su libro de memorias
Vías de escape
E n 1869 el famoso e idolatrado explorador escocés David Livingstone llevaba casi tres años vagando por África central y muchos le daban por muerto. Ese mismo año, un desconocido y joven reportero, nacido en Gales y nacionalizado norteamericano, trabajaba en Madrid en una historia sobre el general Prim encargada por el periódico The New York Herald. En su pensión de la madrileña calle de la Cruz recibió un telegrama de su director, Gordon Bennet, quien le urgió a que se trasladase a París para encontrarse con él.
Aquel joven, que se llamaba Henry Morton Stanley, viajó a París y se dirigió al lujoso Grand Hotel, donde se alojaba su jefe. Gordon Bennet era un excéntrico, generoso y audaz periodista, una raza ya extinguida. Ningún juicioso director de nuestros días habría encomendado a un inexperto reportero la tarea que tenía preparada para Stanley.
«Encuentre a Livingstone», dijo después de estrecharle la mano. «Pero primero asistirá usted a la inauguración del Canal de Suez y desde allí remontará el Nilo. Al remontar el río, haga una descripción de todo cuanto haya de interesante para los viajeros aficionados y prepare una guía muy práctica en la que se dé a conocer todo lo que merece ser visto y la manera de verlo. Terminada esa primera parte de su cometido, sería bueno que fuera a Jerusalén, pues he oído decir que el capitán Warren hace allí descubrimientos de gran importancia. Luego irá usted a Constantinopla, a fin de informar sobre las disensiones que existen entre el jedive y el sultán. Pasando por Crimea, visite los campos de batalla y diríjase enseguida hacia el Cáucaso y hasta el mar Caspio: aseguran que se proyecta allí una expedición rusa para dirigirse a Kiva. Marche después a la India, cruzando por Persia; desde Persépolis puede mandarnos alguna crónica interesante. Bagdad queda de camino: envíe alguna nota por vía férrea del valle del Éufrates. Y cuando esté usted en la India, embárquese desde allí hacia África en busca de Livingstone. Páselo bien y que Dios le acompañe».
Es probable que, en la historia reciente del periodismo, no le haya sido formulada una propuesta semejante a nadie. Por lo que a mí respecta, no recibí ninguna siquiera aproximada en mis muchos años de práctica de esta profesión. Tal vez porque no tuve nunca la suerte de tropezar con un editor de periódicos de tanta ligereza de bolsillo e imaginación y tanta raza poética en la sangre. Con una propuesta semejante, creo que hubiera buscado a Livingstone debajo de las piedras y con toda seguridad lo habría encontrado, como hizo Stanley dos años después del encargo.
No obstante, viajar puede ser una necesidad esencial y hay que cumplirla aunque no existan directores como Gordon Bennet y a uno no le quede otro remedio que echar mano de los pocos dineros que pueda rescatar de su frágil economía. Cuando el veneno de viajar entra en tu sangre, no es preciso ir en busca de nada y hay que emprender camino antes de que las piernas empiecen a sostenerte peor, antes de que comiences a percibir que la marcha atrás de tu vida se ha iniciado de forma irreversible.
Mis lecturas y mis ensoñaciones infantiles, como le sucedía a Joseph Conrad, se dirigían sin remedio a África y, en el alba de mis cincuenta años, pensaba que al fin debía ir allí. No quedan, por supuesto, grandes espacios en blanco en el mapa del continente, pero el corazón de África sigue conservando su aura mítica, o al menos la conservaba en ese momento para mí. De modo que, sin un director excéntrico que financiara mi viaje, debía poner todo el empeño en ir, de la misma manera que otros hombres lo ponen en lograr que su cuenta corriente se engrose con una cifra respetable de millones. Creo que la única obligación que tiene el hombre en esta tierra es realizar sus sueños. Y el mío, en esos momentos, estaba en el corazón de África.
Así que aquel día de comienzos de 1992 volaba desde Bruselas a Uganda para iniciar un viaje de tres o cuatro meses. Mi plan consistía en recorrer Uganda, país que había permanecido veinte años cerrado, durante la cruel dictadura de Amín Dadá y Milton Obote, y que ahora comenzaba a abrirse a las visitas de extranjeros. Desde allí, pensaba trasladarme a las Tierras Altas de Tanzania y Kenia, para viajar después a las costas del litoral del índico y a Zanzíbar. Pretendía pisar los lugares que pisaron los primeros exploradores europeos y americanos, encontrar los parajes descritos por los grandes narradores de África, ver los paisajes de la aventura africana. El objetivo era revivir cuanto había imaginado durante años mientras leía sobre África. Y pretendía también comprender por qué aquellas regiones del «continente oscuro», como lo llamó Stanley, habían poblado los sueños de tantos europeos, de tantos «hombres blancos», durante casi dos siglos: saber qué es esa obsesión que llaman «el mal de África» o «la llamada de África», una especie de patológica ansiedad por regresar al continente después de haber vivido o viajado allí; quería buscar en el África Negra el sueño de los blancos: los sueños de aventura, de posesión, de riesgo, de exploración, de avaricia; los sueños de conquista, los literarios, y también el sueño de vagar sin rumbo por las grandes sabanas.
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