Javier Tusell - El aznarato. El gobierno del Partido Popular
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- Libro:El aznarato. El gobierno del Partido Popular
- Autor:
- Editor:Aguilar
- Genre:
- Año:2016
- Índice:4 / 5
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El aznarato. El gobierno del Partido Popular: resumen, descripción y anotación
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Éste no es un libro de Historia sino de análisis político. No es un libro de Historia, porque ésta necesita contar con un tipo de información —privada o pública, oral o escrita— que, de momento, no es accesible y que tardará en serlo. La Historia es posible cuando el número de testimonios y de estudios sobre aspectos concretos permite aventurar cierto grado de perdurabilidad e imparcialidad. Además, con el paso de los años, las polémicas de otro tiempo pierden su virulencia y su impacto sobre la vida política inmediata. En concreto, para los españoles de 2003, la Historia alcanza hasta la llegada de los socialistas al poder, en el año 1982, pero difícilmente más acá. La Historia es una aventura intelectual y eso significa que cualquier narración del pasado no será nunca definitiva; pero, transcurridas dos décadas, ya es posible cierta aproximación, por más que resulte provisional, al conocimiento científico del pasado.
El artículo de opinión, el periodismo informativo y el análisis político, por su parte, son disciplinas bien distintas. El primero produce un diagnóstico —un gran periodista español escribió que su misión era ser «modesto cicerone de la realidad»—, pero también expresa una opinión que tiene que ver con el ideario propio y, por tanto, traduce el deseo de que los acontecimientos avancen en una determinada dirección. En cada uno de estos aspectos, no cabe la menor duda, el autor puede errar.
El periodismo informativo, en teoría, tendría que responder tan sólo al calificativo que se le concede. Ha tenido grandes cultivadores en la España actual en forma de libro, pero en tiempos recientes se ha abusado de la referencia a una única fuente sesgada y de una redacción literaria en la que predomina en exceso la supuesta transcripción literal de los diálogos entre los protagonistas.
El análisis político en forma de libro suele proyectarse hacia el futuro y tiene carácter general: no ha de circunscribirse necesariamente a un país concreto, por ejemplo. Sin embargo, también es posible reflexionar, en un determinado momento, sobre un pasado inmediato y una circunstancia cercana.
Pero, entonces, ¿cómo conseguir que el análisis político carezca de la inmediatez, la traducción del propio ideario y la voluntad de influencia sobre los acontecimientos propios del artículo? Los riesgos del periodismo informativo resultan evitables tratando de no sesgar las fuentes y no perderse en minucias irrelevantes. Para hacer análisis político es preciso examinar (o haberlo hecho en el pasado inmediato durante un largo período) los acontecimientos políticos, contar con opiniones ajenas y hacer un ejercicio posterior de distanciamiento. Éstos son, en principio, los objetivos metodológicos del presente libro.
Aunque éste no sea un libro de Historia, su autor sí es un historiador profesional y, por tanto, ha intentado llevar a buen término esa voluntad de descripción desde una perspectiva imparcial. Naturalmente, éstos son objetivos que pretende cualquier libro de similares características. Un historiador tiene, sin embargo, la ventaja del oficio. Eso supone, en primer lugar, cierta conciencia de provisionalidad cuando aborda trabajos de este tipo, pero también una disposición, de entrada, a revelar la propia posición sin pretender que sea objetiva o nada susceptible a críticas. Frente a la pretensión de querer levantar una muralla de objetividad a fuerza de fichas y citas, los historiadores, sobre todo cuando tratamos de narrar los acontecimientos más recientes, revelamos los intereses personales que nos llevan a preguntarnos por el pasado y la posición de partida de nuestro interés respecto al asunto que abordamos. Se trata de lo que llamamos «egohistoria»; puede degenerar en narcisismo, pero es un sano ejercicio autocrítico y una fuente imprescindible para el juicio del lector.
La política, en el presente y en el pasado, en cuanto tiene de fenómeno colectivo pero también de protagonismo individual, reviste un extraordinario interés y, hasta cierto punto, influye de forma decisiva en la vida de los ciudadanos. Ésa sería razón suficiente para justificarla como objeto de análisis; pero, además, cuando se trata de la actividad política más reciente, la reflexión proporciona elementos de juicio que pueden ser interesantes de cara al futuro. Para alcanzar estos objetivos, sin embargo, resulta imprescindible superar la circunstancia de un momento concreto.
Éste no es un libro en contra de quien aún es presidente del Gobierno —verano y otoño de 2003— ni tampoco pretende que el resultado de su lectura ofrezca un balance favorable de su gestión.
El lector tal vez recuerde que pertenecí a la Unión de Centro Democrático (UCD) y que, durante la larga etapa de gobierno socialista, escribí artículos en la prensa en unos términos que me alineaban en la oposición. Aún más: pertenecí a ella, aunque muy incómodo, durante los años ochenta. En los noventa padecí la escalada de escándalos gubernamentales con cierta angustia por lo que me parecía un deterioro grave del sistema político. Pero la confrontación enfervorizada que nacía en las filas de la oposición y que parecía considerar que ése era el único procedimiento de acceso al poder tampoco me resultó atractiva. Nunca creí que España se hubiera convertido en una «dictadura silenciosa», como se trompeteaba en los medios de comunicación más derechistas. Me pareció urgente un relevo en el poder político, pero no por cualquier procedimiento ni con aquel bagaje ideológico alternativo.
En los meses finales de gobierno socialista, cuando parecía evidente que el Partido Popular accedería al poder, participé en dos almuerzos reveladores. Me referiré a ellos porque traducen bien mi propia ambivalencia respecto a la que veía como situación política inminente. El director de un importante diario nacional, interesado en conocer a alguno de los antiguos centristas incorporados al PP y a algunos jóvenes dirigentes del partido, me pidió que concertara las citas. Cuál no sería la perplejidad del periodista y del mediador cuando el joven diputado que ha sido secretario de Estado durante todos los años de gobierno del PP empezó a hablar de Calígula sin que, en un principio, supiéramos qué quería decir; no tardamos en descubrir que se refería a Felipe González.
El segundo encuentro reunió a un columnista de opinión muy prestigioso situado en el centro-izquierda y a un ex ministro de UCD que luego volvería a serlo con José María Aznar. De esta conversación recuerdo los puntos de coincidencia en actitudes políticas y en experiencias personales. Lo que me inquietó fue que, en privado, el político centrista no quisiera continuar este tipo de contactos: tuve la sensación de que en sus manos no estaba ni podía estar la política informativa del nuevo Gobierno en ciernes y que, además, no seguiría un deseable rumbo de imparcialidad. Aquel ex ministro no quería intervenir en una materia que le parecía peligrosa.
Asistí también a una especie de convención política que el PP organizó para lanzar su campaña electoral de 1996. El contenido —el tono, más bien— me gustó; un ex ministro centrista me preguntó sobre el particular y así se lo dije. Pero no acababa de estar convencido.
En esas elecciones voté en blanco, pero también promoví un manifiesto dirigido al Partido Socialista. El documento, firmado por personas que, de un modo un tanto risible, llamamos «intelectuales», pedía al PSOE que no presentara como candidato a José Barrionuevo, ex ministro de Interior y uno de los implicados en el «caso GAL». Por supuesto, ignoraron nuestra sugerencia, pero era una forma de posicionarse políticamente. En todo caso, probablemente mis ideas eran bastante divergentes de la mayor parte de los firmantes en otros aspectos (se situaban más a la izquierda).
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