PRÓLOGO
No podemos decir que la crisis nos haya pillado por sorpresa. Aunque es posible que haya muchos que crean que nuestra sociedad pasó súbitamente de la prosperidad al caos, lo cierto es que la crisis económica que paralizó la economía en 2008 y 2009 se estuvo gestando durante años, quizás incluso durante generaciones. Resulta muy fácil apuntar con el dedo y convertir en chivos expiatorios a los banqueros y los prestamistas hipotecarios cuyos jueguecitos de alto riesgo desestabilizaron los mercados financieros. Sin embargo, eso sería como culpar de la obesidad a la comida rápida.
Nos hemos estado atracando durante mucho tiempo. Durante veinticinco años, si no más, la economía estadounidense no hizo más que crecer y atiborrarse, consumiendo sin control alguno una cascada incesante de bienes inmobiliarios, de productos de consumo y de aparatos electrónicos. Antes se admiraba a Estados Unidos por su capacidad de innovación, y se hablaba mucho del ingenio estadounidense, pero, de algún modo, toda esa capacidad se centró en una innovación financiera excesivamente arriesgada. La economía se convirtió en un bazar gigantesco, alimentado por el crédito fácil. Al mismo tiempo, los mercados financieros, antaño paraísos para inversores, se transformaron en casinos, donde muchas de nuestras mentes más brillantes jugaban imprudentemente, haciendo apuestas de una complejidad inaudita. Han pasado casi diez años desde que Alan Greenspan revisara su definición de «exuberancia irracional» para sustituirla por el término más condenatorio de «avaricia infecciosa» al ver cómo los castillos de naipes se hacían cada vez más elevados y más precarios.
Sólo era cuestión de tiempo que todo se viniera abajo; pero desde luego no fue una sorpresa para nadie. Tampoco fue nada nuevo. Ya habíamos pasado antes por lo mismo, no sólo en nuestra época, sino en los últimos 150 años, cuando sufrimos otros dos momentos críticos: las décadas de 1870 y de 1930, en que el desplome de la economía provocó graves depresiones económicas. Sin embargo, en ambas ocasiones salimos de esas épocas tenebrosas más fuertes y más prósperos que antes. Y ahora puede suceder lo mismo.
Ya hemos dedicado suficiente tiempo a desentrañar las causas de esta crisis y a predecir hasta qué punto puede caer la economía y en qué momento volverá a crecer. Si mirar hacia atrás tiene algún sentido es, precisamente, que nos permite aprender para el futuro; y tenemos mucho que aprender de las crisis y recuperaciones del pasado. Fueron épocas de devastación y de dolor que hicieron grandes agujeros en la economía y en la sociedad. La naturaleza aborrece el vacío, de ahí que, por cada institución hundida y por cada modelo empresarial que quedó desfasado, aparecieran otros nuevos y mejores que llenaron los huecos que iban dejando aquéllos. Los períodos de crisis dieron paso a nuevas épocas caracterizadas por el ingenio y la invención, en las cuales se forjaron nuevos modelos empresariales y nuevas tecnologías; también fueron épocas que propiciaron nuevos modelos económicos y sociales, así como modos de vida y de trabajo totalmente distintos a los anteriores.
El reloj de la historia avanza sin cesar. Podemos cruzar los dedos y esperar lo mejor, o podemos emprender acciones que nos permitan avanzar hacia un futuro mejor y más próspero. Ya hemos superado crisis y depresiones terribles anteriormente, y siempre hemos vuelto a levantarnos, para volver a construir la economía y la sociedad y preparar el terreno para la prosperidad futura. A medida que los tiempos han ido cambiando, hemos adoptado nuevos modos de vida y de trabajo y nuevas maneras de organizar nuestras ciudades, lo que ha sentado las bases para el crecimiento y la recuperación. Una y otra vez hemos salido de las crisis reforzados y más ricos, tanto en lo tangible como en lo intangible. En este libro, dirijo la vista atrás para identificar los elementos clave de las épocas de cambio y de crisis anteriores, con la esperanza de que nos ayuden a identificar los factores clave de la transformación actual y nos proporcionen una estructura que nos lleve a una nueva época de prosperidad duradera.
PRIMERA PARTE
EL PASADO COMO PRÓLOGO
1
EL GRAN RESET
No puedo evitar preguntarme qué pensarían mis padres en estos momentos. Ellos nacieron en la década de 1920 y vivieron muchos de los momentos más dramáticos del siglo XX , desde la Gran Depresión de la década de 1930 a la extraordinaria recuperación experimentada en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Ambos se criaron en Newark, el barrio italiano de Nueva Jersey, y la casa de mi padre carecía de nevera y de instalaciones sanitarias interiores. Me contaban historias sobre las colas para comprar el pan, sobre las ciudades formadas por tiendas de campaña y sobre la ropa que repartía el gobierno, todo lo cual era característico de la miseria urbana de los años de la Depresión. Mi padre tuvo que dejar la escuela a los 13 años para empezar a trabajar en una fábrica de gafas y así añadir su salario a los de su padre, su madre y sus seis hermanos, contribuyendo de ese modo a reunir los ingresos necesarios para mantener a toda la familia. En Navidades, sus padres, que no podían permitirse comprar juguetes nuevos, envolvían año tras año la misma excavadora de vapor y se la ponían debajo del árbol. Sin embargo, treinta años después, pudieron seguir a muchísimos de sus coetáneos hasta las zonas más verdes de los suburbios, donde primero compraron una resplandeciente casa nueva, luego un Chevrolet Impala, y luego una lavadora y una televisión, además de criar a sus hijos con una seguridad económica relativa. Mi padre vio cómo su precario puesto de trabajo se convertía en un empleo bien pagado (en la misma fábrica de gafas) con el que podía mantener a toda la familia.
Los picos y valles económicos que experimentaron mis padres forman parte del ciclo vital de toda sociedad. Puede ser difícil y, en ocasiones, terriblemente doloroso, pero del mismo modo en que los árboles pierden sus hojas en otoño para que en primavera puedan crecer brotes nuevos, las economías también se resetean periódicamente. Las épocas de crisis muestran lo que no funciona, y es entonces cuando los sistemas obsoletos y disfuncionales se colapsan o quedan desfasados. Es entonces cuando las semillas de la innovación y la invención, de la creatividad y la iniciativa empresarial florecen y dan lugar a la recuperación, para reconstruir la economía y la sociedad. Los períodos de transformaciones económicas importantes, como la Gran Depresión o, aun antes, la Larga Depresión de la década de 1870, se despliegan a lo largo de espacios temporales prolongados como si fueran películas, no como fotografías. Del mismo modo, el camino hacia la recuperación puede ser largo y sinuoso; en el caso de estas dos crisis anteriores, se necesitaron prácticamente treinta años para recorrerlo. Si se enmarcan en un contexto histórico más amplio, se hace evidente que las crisis económicas dan paso, inevitablemente, a períodos muy importantes, en los que la economía se reconstruye de maneras que permiten su recuperación y un crecimiento renovado. Son períodos a los que yo llamo «grandes resets».
Sentado en la biblioteca del Museo Británico, Karl Marx escribió con mordacidad sobre el violento cambio de la antigua economía agrícola a la moderna economía capitalista. El capitalismo, el sistema económico más innovador y revolucionario de todos los tiempos, también era susceptible de sucumbir cuando se desataban el pánico financiero y las crisis económicas. Pese a las penurias y el sufrimiento humano que causaron, las crisis desempeñaron un papel fundamental a la hora de impulsar la economía. Eran momentos críticos en que se modificaban las disposiciones económicas y sociales existentes, lo que daba lugar a nuevos períodos de crecimiento económico. Joseph Schumpeter, el gran teórico de la innovación y la iniciativa económica que nació el mismo año en que murió Karl Marx, utilizaba la expresión «destrucción creativa» para describir el proceso por el que las crisis económicas eliminan las empresas antiguas y los sistemas y prácticas económicos que han quedado desfasados; de ese modo abren paso a los nuevos emprendedores, a las nuevas tecnologías e incluso a industrias completamente nuevas y dan lugar a una nueva era de crecimiento. John Maynard Keynes creía que, durante estas crisis, era necesario aumentar el gasto público para, esencialmente, proteger al capitalismo de sí mismo. Si el sector privado se colapsaba, el gasto público era lo único que podía mantener en pie el capitalismo y facilitar la recuperación económica. Cada uno de esos pensadores ilustres describió partes del proceso por el que pequeños impulsos acaban desembocando en un