Este libro se dirige a todos los interesados en las ciencias del lenguaje y en el estudio de la práctica discursiva de los sujetos hablantes. En particular, busca captar la atención de quienes quisieran acercarse a la argumentación, esta función superior del ser humano que —como señala Danblon, apoyada en Bühler y Popper— recurre a capacidades cognitivas muy elaboradas y por ello se puede sugerir que apareció tardíamente en la evolución de la humanidad.
El libro no pretende realizar una exposición pormenorizada sobre el origen y el desarrollo teórico de la retórica y la argumentación a lo largo de la historia. Persigue objetivos más particulares: enfocar algunas líneas de este campo de estudio, primero en una perspectiva clásica y posteriormente en una moderna. Aborda ciertos momentos clave de la historia de la retórica y la argumentación, algunas de las concepciones teóricas relevantes, y, a la vez, busca explicar cómo se lleva a cabo la práctica argumentativa y de qué manera es posible emprender el análisis discursivo de dicha práctica, recurriendo en particular al análisis lingüístico. Las propuestas de análisis se refieren a diversos tipos y géneros discursivos (el religioso, el literario y el político en el primer caso; el dramático, el epistolar, el amoroso, el autobiográfico, el propagandístico y el sermón en el segundo), incluyendo el análisis lingüístico de expresiones y partículas del español.
Su objetivo primordial es brindar un primer acercamiento lo suficientemente amplio y profundo para dotar a los interesados con herramientas que les permitan acceder a este campo de estudio y a la práctica que se deriva de su conocimiento. Cada reflexión teórica abre una plétora de vías divergentes interesantes y sugestivas, pero habría sido imposible tomar tantas desviaciones, así que nos ceñimos al recorrido trazado. Las corrientes y teorías que se abordan se fundamentan en postulados que resaltan el carácter polifónico, dialógico e intertextual de la práctica argumentativa, teorías que sitúan al auditorio en un lugar primordial y enfocan el empleo del discurso en su carácter de interactividad desde la cual se construye socialmente el sentido.
Aun cuando no abarcan más que algunas de las orientaciones que explican esta práctica humana, considero que estas páginas proponen un recorrido muy atractivo y fructífero por caminos interdisciplinarios que llevan a analizar todo tipo de discursos.
Introducción
La problemática en torno a la argumentación
Argumentar es una práctica con la que estamos en contacto de manera constante y habitual. Es posible participar activamente en una argumentación esgrimiendo razones a favor de alguna cosa, avalando o criticando un proceder ajeno, sopesando las ventajas e inconvenientes de asumir una posición o siendo el blanco de la discusión en un altercado. Pero también es posible ser destinatarios pasivos o meros espectadores de las argumentaciones públicas a las que cotidianamente estamos expuestos, a través de los medios de comunicación y la red, donde asiduamente se sostienen puntos de vista y se hacen análisis críticos, por no mencionar la influencia abrumadora de la publicidad sobre los consumidores.
En nuestra experiencia personal la argumentación nos es entonces familiar; no así, en cambio, las características que definen su naturaleza, los mecanismos que pone en funcionamiento, las condiciones que se requieren para hacerla eficaz o las estrategias que movilizan aquellos que buscan lograr la adhesión del interlocutor —sin necesariamente develar sus verdaderos objetivos—.
El terreno propio de la argumentación es el de la práctica del lenguaje, es decir, el discurso. Entre sus significados comunes y corrientes, se entiende por un discurso “el conjunto de palabras con que alguien expresa lo que piensa, siente o desea”. Desde la Antigüedad clásica, el discurso plasmado en las lenguas naturales —frente a otras manifestaciones como el discurso pictórico, el gestual o el musical— ha sido tema de una profusa reflexión y corresponde con nuestro objeto de estudio.
En cuanto concepto, el término discurso es polisémico, por el cúmulo de empleos, disciplinas y teorías a los que se asocia. En su acepción más amplia, el discurso se refiere a una manera de concebir el lenguaje. Es así como los precursores de su estudio lo entendían: para Saussure, en su célebre Nota sobre el discurso, esta noción es un objeto de reflexión teórica, al igual que la lengua. Para Benveniste, por su parte, el discurso, en su función de práctica langagière, da lugar a toda una teoría general de la lengua. Para Bajtín, de igual manera, la noción dio paso a su teoría sobre la dimensión dialógica del discurso y a su clasificación de los géneros discursivos.
En una acepción más delimitada, existen diversas corrientes que han teorizado sobre el discurso al analizar sus modalidades: considerando, por ejemplo, el discurso en cuanto interacción social, a partir de la etnografía de la comunicación o del análisis conversacional, centrándose en la relación que puede establecerse entre la organización textual y la determinación social del contexto o en la caracterización de los diferentes géneros discursivos.
En las ciencias del lenguaje y las ciencias sociales existen diversas definiciones del discurso, según se relacione con otras tantas nociones —y sus correspondientes teorías—: la lengua, la frase, el enunciado, las formaciones discursivas, los géneros, la categoría de locutor, el texto, etcétera.
Es indudable que al análisis de los más variados tipos y géneros discursivos, como serían la publicidad, el discurso político, el científico, el periodístico, los debates mediáticos, también atañe el estudio de sus modalidades argumentativas. Como el discurso, la argumentación comprende diversas concepciones. Con el fin de resaltar sus componentes principales, nos referiremos, en una primera instancia, a la definición que propone Pierre Oléron, como “el procedimiento por medio del cual se busca que un auditorio adopte una posición, recurriendo a argumentos que muestren su validez”. Tres son los aspectos que pone de manifiesto esta definición: primeramente, la intención persuasiva que persigue en algunas ocasiones esta práctica: se trata de una tentativa de influir en el otro para hacerlo cambiar de opinión, lo que nos sitúa en el punto de partida de toda argumentación: el reconocimiento de un desacuerdo entre las partes. La argumentación no se da cuando existe comunión de opiniones, surge a partir de la disensión. En segundo lugar, su carácter dialógico: toda argumentación se da en el seno de un intercambio en el que el locutor se dirige a interlocutores reales o virtuales. En tercer lugar, toda argumentación es justificativa: supone la presentación de una serie de pruebas que permiten fundamentar la tesis que se defiende.