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Alvaro Pombo - Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey

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Alvaro Pombo Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey
  • Libro:
    Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey
  • Autor:
  • Editor:
    www.papyrefb2.net
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  • Año:
    1992
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Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey: resumen, descripción y anotación

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Dos primos inseparables de unos doce años, el Ceporro y el Chino, viven en el gran piso de su abuela, después de la guerra civil. Don Rodolfo, que fue sparring de Uzcudun, les da clases de gimnasia y boxeo. Al fondo, ecos de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Rommel y el Imperio Nipón. De repente aparece una niña alemana, huérfana, refugiada, y lenta y decisivamente todo cambia, como nos cuenta Ceporro, que es quien tiene la palabra y, por tanto, es el Rey. Además de la bellísima historia de adiós a la infancia y de la colorida «galería de secundarios», habitual en Pombo, el gran acierto estilístico de este libro es el hallazgo de la voz del narrador, el tratamiento de las peculiaridades léxicas y sintácticas del modo que tiene Ceporro, charlatán infatigable, de narrar las cosas.

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Dos primos inseparables de unos doce años, el Ceporro y el Chino, viven en el gran piso de su abuela, después de la guerra civil. Don Rodolfo, que fue sparring de Uzcudun, les da clases de gimnasia y boxeo. Al fondo, ecos de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Rommel y el Imperio Nipón. De repente aparece una niña alemana, huérfana, refugiada, y lenta y decisivamente todo cambia, como nos cuenta Ceporro, que es quien tiene la palabra y, por tanto, es el Rey. Además de la bellísima historia de adiós a la infancia y de la colorida «galería de secundarios», habitual en Pombo, el gran acierto estilístico de este libro es el hallazgo de la voz del narrador, el tratamiento de las peculiaridades léxicas y sintácticas del modo que tiene Ceporro, charlatán infatigable, de narrar las cosas.

Álvaro Pombo
Aparición del eterno femenino
contada por S.M. el Rey
Portada: Julio Vivas
Ilustración de Ángel Jové
Primera edición: mayo 1993
Segunda edición: junio 1993
© Álvaro Pombo, 1993
© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A.
ISBN: 978-84-339-0953-3
Depósito Legal: B. 20682-1993
A Jorge Iriso Zarraluqui, descubridor de la terraza y amigo del Chino, en recuerdo de los tres años a bordo del Clipper-ShipYorkshire,1.100 Tons. Engraved by E. Duncan.
En la terraza, don Rodolfo, mucho más, con mucho, que Belinda, era la más alta autoridad. Y con razón. Y lo que Belinda (que le ponía a don Rodolfo mucho ojazo) decía siempre, que en habiendo sido esparrin del Paulino Uzcudun, tenía un conocimiento de la vida. Y eso sí que era verdad. Don Rodolfo de la vida sabía todo y también bastante más. Y conste que» si Paulino perdió con el Joe Luis, fue porque quiso, por no pegarle a un negro. Paulino era todo un caballero. Cosa que se vio la vez que vino y nos convidó a Belinda y a nosotros a un Trinaranjus por persona y, aparte, a mí y al Chino, a un cucurucho de patatas fritas cada cual, que se caían las primeras del copete. Hablar no es que hablara mucho. No tenía por qué. ¿Por qué iba a hablar? Se sentó doble de cuadrado que inclusive don Rodolfo (aunque lo mismo de alto, poco más o menos) en la terraza de la esquina de Correos, y al sentarse hizo un ruido fuerte, fufff, por cansancio muscular. Pero don Rodolfo sí que hablaba. Era lo que mejor (después del ring) se le daba a don Rodolfo. El Chino y yo somos primos por parte de mi madre. Y el Chino a mí me lleva menos de seis meses. La última vez que nos medimos, salió él algo más alto. Y más fuerte también es. Pero mucho más patoso. Así que venimos a salir por un igual los dos. Haciendo sombra gano yo de todas todas. Al punching yo me lío con la velocidad de los rebotes y en cambio el Chino se da muy buena maña, por anchura de muñecas. Yo no ando con mentiras. El punching es muñecas más que puño. Al punching gana el Chino. Todavía no tenemos saco, porque se vencería el techo, cree la abuela. La abuela y su mejor amiga, doña Blanca, que además es la única que tiene, dicen que la mitad no me entienden lo que digo. Y mienten. Mentir, puede que no. A lo mejor no mienten, pero sólo entienden de cocina y de cortinas. Según ellas, nunca voy por orden, y sí voy. Sólo que no voy por el orden que van ellas. Yo lo cuento como lo cuenta don Rodolfo: lo gordo, lo primero. Y luego, los adornos que se quieran. Ahora que también, algunas veces, los adornos son lo gordo de por sí. Aunque don Rodolfo exagera de adornar, quizás. Con Paulino, por ejemplo, echa adornos con quien más. La pegada no lo es todo, digo yo. Y me consta que lo mismo piensa el Chino. El boxeo es, parte, la pegada. Pero mucha parte, casi toda, es pies. Y contra mejor pierna, mejor vas. Y lo más flexible posible de cintura, si eres pluma. La abuela y doña Blanca creen las dos que el boxeo sólo son tortazos, o sea, la pegada más que nada. Y ahí se ve bien claro que ninguna sabe ya ni de qué habla. Una vez después de merendar nos quedamos yo y el Chino a oír lo que decían, por si hablaban de nosotros bien o mal, a ver. Y hablaban. ¡Madre lo que hablaban! Lo que no sabemos es si bien o mal, yo por lo menos. El Chino cree que mal. Pero no hay que hacerle caso. Siempre se pone en lo peor. (Y lo que no explico, porque la mayoría no se entendería porque son croquis secretos, es lo que hacemos para cerrar la puerta de portazo, que hasta se las oye que protestan, y a la vez dejarla con rendija suficiente para verlas las cabezas a las dos y escuchar los dos al tiempo, sin peleas.) Las veíamos mejor que las oíamos. A veces las dos hablaban a la vez. Y arremolinaban las cabezas de emoción y dejábamos de verlas y volvíamos a verlas, saliendo y entrando en la rendija, como si fueran el guiñol. No era fácil atar cabos entre frase y frase: «monines son», «dejarán de ser tus nietos», «son mis nietos pero son muy brutos», «el boxeo es una salvajada», «una verdadera salvajada», «dicen que les operan la nariz», «eso sería lo de menos, los hombres no tienen que ser guapos», «ay, no sé», «lo que es una salvajada»... Y como a partir de «salvajada se veía que no iban a decir nada mejor, nos fuimos. Y después discutimos mucho rato porque el Chino decía que habían dicho que el peor de todos era él y yo decía que oírlo no lo oí. Y es que el Chino ve visiones. Siempre las ha visto, hasta de día. Y negras. El chapapote es casi blanco comparado con el Chino. Belinda es una pava de concurso. Cosa que sale ganando todo el mundo. Yo y el Chino, los que más. Durante el curso, entre semana, sobre todo. Pero del curso no hablo ahora, más adelante ya veré. Pava y tonta no es lo mismo. Se puede ser pava y lista, como por ejemplo, Belinda. Lista es, porque no se chiva nunca —sabe que moriría envenenada—. Más que nada es lista porque es buena. Bastante mejor que mucha gente. Nada suya. Pase lo que pase, nunca se ha rendido, igual que don Rodolfo y que Paulino. Es buena porque puede, porque es fuerte a pesar de que tenga corazón. La pierde el corazón. Demasiado corazón. Por eso no es del todo fuerte, a pesar de ser del todo buena. Yo la veo el corazón. Una vez se lo dije y se echó a llorar, la tonta de ella. De pocas, lloro yo. Como yo no lloro, no lloré. Pero llorar se te contagia. Don Rodolfo no ha llorado nunca, menos la noche del mundial de superpesos, que a mitad del quinto asalto ya empezó a llorar viendo que Paulino se dejaría matar por no matar al jodío negro. «Jodío» lo dice don Rodolfo sólo en ocasiones culminantes. Dijo «jodío Chino», por ejemplo, una tarde que el Chino hizo el pino con flexión. «Jodío» es la palabra que más pega con una cosa así. Yo no es que el pino no le haga. El reglamentario, no es que no le haga, ni que sí. Le hago a mi manera. Y don Rodolfo dijo que también a mi manera hay quien le hace. Inclusive muchos que él conoce. Además el pino es brazos. Y el Chino, lo que tiene sobre todo es brazo. Es desde pequeño bracilargo, que he visto fotos y parece medio mono, aunque es menos rápido que yo a la hora de bailarle al adversario. Yo le bailo inclusive a don Rodolfo. Una vez le bailé bastante bien y, al bajarse a esquivar él, le metí un directo con la izquierda, siempre bien cubierto, y luego, zas, apercat, que es gancho al maxilar de abajo arriba y se le llama el gancho de la muerte. Se tambaleó y dijo luego que era en broma, pero yo le vi tambalearse y caerse al suelo hecho un pelotón. Bueno, tampoco es que caerse se cayera. Pero el tambaleo fue del gancho mío. El otro día, en la merienda, se lo volví a contar al Chino, que aquella vez no estaba, y la abuela dijo que qué conversación. No lo dije pero lo pensé: ¡pues anda que las vuestras! Me callé porque también yo tengo lados malos. Más que el Chino. Los del curso creen que el Chino es una bestia. Y de bestia, nada. El Chino está bastante bien, no es porque sea primo mío. En esta casa se ha vivido siempre. Y en esta casa nací yo»pero no el Chino. La compró el abuelo de la abuela. Por lo pronto tiene más de un siglo, siglo y pico. Antes era más grande la terraza, el cuarto mío entero era terraza y es un extracuarto que la abuela mandó hacer porque mis tíos, los hermanos de mi madre, de jóvenes ocupaban mucho sitio. Pero todavía está bastante bien. Bastante mejor que muchas que yo he visto. La abuela dice que la gente llama terraza a cualquier cosa, a veces al balcón, con tal que dé de ancho para poner una mesita. La terraza nuestra da de ancho para poner un comedor entero, no es por nada. Y no es que yo ande chuleando, sólo chuleo si hace falta, en los recreos. Y lo mismo el Chino.
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