Annotation
Datos del libro
Autor: Scovel Shinn, Florence.
ISBN: Generado con: QualityEbook vo.62
El Juego de la Vida ... y cómo Jugarlo
EL JUEGO
La mayoría de la gente considera la vida como una batalla, pero la vida no es una batalla sino un juego.
Un juego en el cual, sin embargo, no es posible ganar si no se posee el conocimiento de la ley espiritual. El Antiguo y el Nuevo Testamento nos brindan con una maravillosa claridad las reglas del juego. Jesucristo enseñó que este juego se llama dar y recibir.
«Todo lo que un hombre siembra, eso cosechará.» Esto significa que aquello que un hombre da por la palabra o por la acción, eso recibirá. Si siembra el odio, recibirá odio; si ama, será amado a su vez; si critica, no se salvará de la crítica; si miente, alguien le mentirá; si hace trampas, le robarán. Nosotros aprendemos que la imaginación juega un papel primordial en el juego de la vida.
«Guarda tu corazón (o tu imaginación) más que cualquier otra cosa, pues de él manarán las fuentes de la vida» (Prov. 4, 23).
Esto significa que aquello que el hombre imagina se exterioriza, tarde o temprano, en su vida. Yo conozco a un señor que temía una determinada enfermedad. Se trataba de una enfermedad muy poco frecuente y difícilmente contagiosa, pero él se la representaba sin parar, y leía artículos sobre ella, hasta que un día la enfermedad se manifestó en su cuerpo, y el hombre murió víctima de su propia imaginación deteriorada.
Nosotros observamos que para participar con éxito en el juego de la vida, es necesario dirigir bien nuestra imaginación. Es entonces cuando nuestra imaginación se anima a no representar nada más que el bien. Atraiga a su vida «todos los deseos justos de su corazón», la santidad, la riqueza, el amor, las amistades, la perfecta expresión de usted mismo y la realización de los más altos ideales.
La imaginación es llamada «las tijeras del espíritu» y, de hecho, recorta sin parar, día tras día las imágenes que el hombre forma y, tarde o temprano, encuentra en el plano exterior sus propias creaciones. Para formar convenientemente su imaginación, el hombre debe conocer la naturaleza de su espíritu, su forma de funcionar; los griegos decían: «Conócete a ti mismo».
El espíritu comprende tres planos: el subconsciente, el consciente y el superconsciente. El subconsciente no es más que fuerza sin dirección. Se parece al vapor o a la electricidad y manifiesta aquello que se le ordena; no tiene un poder intrínseco.
Todo lo que el hombre siente profundamente o imagina claramente queda impreso en el subconsciente y se manifiesta en los menores detalles.
Por ejemplo, una señora que conozco siempre se hace pasar por «viuda», desde niña. Se viste de negro, con un largo manto, y sus familiares la encuentran muy divertida y graciosa. Cuando se convirtió en una mujer, se casó con un hombre al que amaba profundamente. Poco tiempo después, él murió y ella se vistió con un largo manto de duelo durante muchos años. Su subconsciente, impresionado por la imagen que ella misma se había formado en el pasado, se exteriorizó sin tener en cuenta su dolor.
El consciente es llamado espíritu mortal o carnal. Es el espíritu humano que ve la vida tal como ésta se manifiesta. Observa la muerte, los desastres, la enfermedad, la miseria, y las limitaciones de todos los tipos, e imprime todo esto en el subconsciente.
El superconciente, es el Espíritu de Dios que está en cada hombre, es el plano de las ideas perfectas.
Es ahí donde se encuentra el «modelo perfecto» del que habla Platón, el Plan Divino, pues hay un plan divino para cada persona.
«Hay un lugar que usted debe ocupar y que ninguna otra persona puede ocupar; usted tiene una tarea por hacer que ninguna otra persona puede cumplir.»
Tenemos una imagen perfecta de esto en el superconciente. Esta imagen se proyecta a veces como un relámpago en el consciente y parece un ideal fuera de su alcance, algo demasiado bonito para ser verdad.
En realidad, éste es el destino verdadero del hombre, proyectado por la Inteligencia Infinita que hay en él mismo.
Muchas personas, no obstante, ignoran su verdadero destino y tratan de forzar las cosas, las situaciones que no les son propias y que les causarán fracasos y desilusiones en el caso de que lleguen a poseerlas.
Una joven, por ejemplo, vino a verme para pedirme el «pronunciamiento de la palabra» con la finalidad de casarse con un hombre del que ella estaba muy enamorada. (Ella le llama A. B.).
Yo le dije que sería una violación de la ley espiritual, pero que pronunciaría la palabra para el hombre de elección divina, el hombre que le pertenecía por derecho divino.
Y añadí: «Si A. B. es el hombre, usted no podrá perderlo; si no lo es, usted encontrará a su equivalente». Ella se encontraba con A. B. constantemente, pero él no se le declaraba. Una noche, la joven vino a verme y me dijo: «¿Sabe que después de una semana A. B. no me parece más extraordinario?». Yo le contesté: «Quizá él no sea su hombre en el Plan Divino, y puede ser que haya otro». Poco tiempo después, la joven conoció a una persona que se enamoró inmediatamente y que le declaró que ella era su ideal. De hecho, le dijo todas las cosas que ella había esperado oír de A. B. Para esta joven, todo eso es asombroso. No tardó en empezar a responder a sus voces interiores y abandonó por completo su interés por A. B.
Éste es un ejemplo de la ley de la sustitución. Una idea justa ha sustituido a una idea falsa y, en consecuencia, no hubo una pérdida o un sacrificio.
Jesucristo ha dicho: «Busca el Reino de Dios y Su Justicia y todo lo demás te será dado por añadidura», y Él ha afirmado también que el Reino está dentro de nosotros.
El Reino es el plan de las ideas justas, del modelo divino.
Jesucristo ha enseñado también que nuestras palabras juegan un papel capital dentro del juego de la vida. «Por todas tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.»
Muchas personas causan un desastre en sus vidas por palabras desconsideradas.
Es así como una señora me preguntó un día por qué su vida se había vuelto tan pobre y tan mezquina. Tenía un hogar repleto de cosas bonitas y poseía mucho dinero. Al investigar un poco más, descubrimos que se había cansado de dirigir su casa y que repetía sin parar: «¡Yo no quiero todas esas cosas, a mí me gustaría vivir dentro de una maleta!». A lo que añadió: «Hoy ya se ha realizado eso». Su palabra lo había precipitado. El subconsciente no tiene sentido del humor y la gente provoca sus propios males debido a sus bromas.
Aquí tenemos otro buen ejemplo: una persona que poseía una gran fortuna se divertía constantemente, y aseguraba que lo hacía así porque «se preparaba para entrar en un asilo».
Al cabo de pocos años estaba al borde de la ruina, por haber impreso en su subconsciente la imagen de la mediocridad y de la pobreza.
Afortunadamente, la ley tiene doble rasero, y una situación desgraciada puede ser transformada en una situación ventajosa.
Una consultante vino a mi casa en un cálido día de verano para solicitarme un «tratamiento» para la prosperidad (en metafísica «tratar» significa someterse a la acción de la oración). Estaba agotada, abatida, desalentada y me dijo que sólo le quedaban ocho dólares. Yo le contesté: «Es perfecto, nosotros vamos a bendecirlos y multiplicarlos como Jesucristo multiplicó los panes y los peces». Precisamente por eso Él ha enseñado que todos los hombres tienen el poder de bendecir y de multiplicar, de curar y de prosperar.
—¿Y después, qué debo hacer?
—Seguir su intuición. ¿Siente usted atracción por alguna cosa o algún lugar?
Intuición viene de “intueri”, ver desde el interior, es decir, ser enseñado desde el interior. La intuición es la guía infalible del hombre. Hablaré más detalladamente de sus leyes en otro capítulo. Esta señora reflexionó: «No sé, me parece que debería volver al seno de mi familia; tengo solamente el dinero justo para el viaje de ida». Su familia se encontraba en un pueblo alejado y pobre; la razón, el intelecto, parecía decirle: «Quédese en Nueva York, encuentre trabajo y gane dinero».