Ignacio Loranca - El aprendiz de librero

Ciertamente no era un día como cualquier otro en las tierras altas de Malven, rara vez el sol brillaba con tal descaro como ahora y el clima era también de lo más agradable.

"Es el mejor día de este año" pensó el muchacho, Edgard, apresurándose para alimentar a los pollos y así terminar más rápido sus deberes, definitivamente tendría que ir al lago a refrescarse, hacía más de dos años que el clima no le permitía tal lujo y difícilmente se lo consentiría de nuevo en algún momento próximo.

Los pollos empezaron a devorar los granos de maíz rápidamente mientras el chico vaciaba la cubeta con agua al bebedero de madera, limpió rápidamente el chiquero de los puercos y después regresó al gallinero a terminar su labor, fue al pozo por última vez y llenó el cubo para dar de beber a los cerdos cuando Isabel se acercó de prisa exclamando:

-¡Cuéntame un cuento tío!

Edgard río, Isabel en realidad era su prima que siempre le decía "Tío" ya que Edgard era el mayor de todos sus primos que no rayaban siquiera los siete años y Edgard ya tenía casi trece, lo que lo hacía ante los ojos de la niña todo un adulto y autoridad como todos los mayores a quienes se refería como "Tíos".

-¿Cual cuento quieres Isabel? -Preguntó amablemente el muchacho a quién le encantaba contarle historias a sus primos pequeños quienes lo consideraban su héroe particular-.

-¡El del muchacho que se encontraba un genio! -Pidió con emoción el cuento de Aladino a su primo que ya lo había contado hasta el cansancio-.

El muchacho perdió la vista en el horizonte viendo la laguna con añoranza, ya no iría a nadar, así que levantó el cubo de agua y se lo vació en la cabeza empapándose su cabellera negra despeinada y todo el cuerpo acompañado de una expresión de euforia.

-Mejor te contaré otra historia –Dijo mientras se sacudía el agua del pelo- Una que no hayas escuchado antes, se trata de una bruja un poco buena y otra muy mala, ambas eran hermanas y se habían enamorado de un gran guerrero...

En pocos momentos, Edgard estaba rodeado por sus demás primos así como de más niños de la comarca quienes guardaban un devoto silencio mientras la historia tomaba forma poco a poco:

- “ Estas hechiceras se llamaban Natalia y Eulalia –Continuó Edgar la narración- y eran realmente infames, aunque en un principio no eran brujas, eran dos hermosas muchachas de cutis blanco como la nieve y suaves como pétalos de rosa. ”