El ratón librero (tereftalico) Maquetación ePub - De buena familia
Aquí puedes leer online El ratón librero (tereftalico) Maquetación ePub - De buena familia texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Círculo de Lectores, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:De buena familia
- Autor:
- Editor:Círculo de Lectores
- Genre:
- Año:2017
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De buena familia: resumen, descripción y anotación
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D E B UENA F AMILIA
Cynthia D'Aprix Sweeney
Maquetación ePub: El ratón librero (tereftalico)
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Cynthia D’Aprix Sweeney ha publicado este debut literario a los cincuenta y cinco años, después de una próspera carrera como articulista y editora.
Residió en Nueva York hasta que se trasladó a Los Ángeles con su familia por el trabajo de su marido, responsable de guión de uno de los programas de mayor audiencia en Estados Unidos.
Allí se decidió a cursar un máster de creación literaria en el que encontró la inspiración y la energía para escribir De buena familia, que ha conquistado al público lector y a la crítica en los más de treinta países donde se ha publicado.
https://www.circulo.es/cynthia-aprix-sweeney
Para mi familia: mis padres, Roger y Theresa,
mi hermana Laura y mis hermanos Richard y Tony,
que con lo que más disfrutan
es con una buena historia bien contada.
Siempre existía esta dicotomía:
qué mantener y qué cambiar.
William Trevor,
The Piano Tuner's Wives
Así fue como supe que esta historia me partiría el corazón
Cuando la escribieras
Así fue como supe que esta historia me partiría el corazón.
Aimee Mann,
The Forgotten Arm
«Desde una perspectiva argumental, De buena familia trata de cuatro hermanos que se enfrentan a causa de una herencia, pero creo que el libro trata en realidad sobre la única cosa que todos nosotros heredamos simplemente por el hecho de nacer: una familia. Nacemos en el seno de una historia que no controlamos, incluyendo quiénes son el resto de los personajes y el papel que nos han asignado. Y muchas veces nos cuelgan una etiqueta, el listo, el guapo, el divertido... muy simplista y no por eso fácil de quitar.»
CYNTHIA D'APRIX SWEENEY
¿Quién, en una de esas reuniones familiares que a veces preferimos olvidar no ha contado hasta diez para morderse la lengua y no soltar algún comentario inapropiado? Y si además hay dinero de por medio, el riesgo de perder las formas aumenta y los problemas existentes se agravan... más o menos como está a punto de sucederles a los hermanos Plumb.
Melody, Jack, Bea y Leo son cuatro hermanos de Nueva York. Desde hace años sabían que recibirían una herencia —que todos denominaban «el Nido»— el día que Melody, la más joven, cumpliera los cuarenta. Pero cuando el comportamiento irresponsable de Leo, el carismático y seductor hermano mayor, da al traste con sus previsiones, la esperanza de un futuro sin sobresaltos económicos se esfuma para siempre. Adiós a los sueños de Melody de liquidar la hipoteca y dar una educación universitaria de élite a sus hijas, adiós al propósito de Jack de saldar las deudas que ha generado su negocio de antigüedades sin tener que confesar a su marido que está en la ruina... y Beatrice, bueno, Bea solo desea recuperar la inspiración y escribir aquella gran novela que siempre ha anhelado. ¿Será Leo capaz de salvar a su familia? ¿O tendrán todos que renunciar a sus sueños por su culpa?
M
ientras los invitados recorrían la terraza del club náutico bajo un atardecer plenamente estival, dando amanerados sorbos a sus cócteles para verificar que el alcohol fuera de marca y sosteniendo canapés de cangrejo sobre servilletas de papel, no dejaban de oírse comentarios. Unos eran inofensivos, sobre la suerte de que hiciera un tiempo así, porque mañana volvería la humedad. Y otros, más maliciosos y en voz baja, se referían a lo ajustado del vestido de raso de la novia, cuyo rebosante escote dudaban si atribuir al mal corte, al mal gusto (un look, que habrían dicho sus hijas) o a un inesperado aumento de peso, y entonces se intercambiaban guiños y chistes viejos sobre tostadoras canjeadas por pañales. Ignorando a unos y otros, Leo Plumb se marchó de la boda de su primo con una de las camareras.
Había estado evitando a su mujer, Victoria, que casi no le dirigía la palabra, y a su hermana Beatrice, que lo hacía sin parar, empeñada en que se reunieran todos para el día de Acción de Gracias. ¡Acción de Gracias! ¡En julio! Leo llevaba veinte años sin celebrar un festivo en familia, desde mediados de los noventa, si no le fallaba la memoria, y no estaba de humor para cambiar.
En pleno subidón, se puso a buscar la barra al aire libre donde se rumoreaba que no había nadie, y fue entonces cuando vio por primera vez a Matilda Rodríguez con una bandeja de copas de champán. Circulaba entre la multitud envuelta en un radiante resplandor, debido en parte a que el sol del crepúsculo bañaba la punta este de Long Island con un rosa indecente, y en parte a la coca, de excelente calidad, que jugaba con las sinapsis de Leo. El subir y bajar de las burbujas sobre la bandeja de Matilda parecía una llamada exultante, una invitación cuyo único destinatario era él. Un práctico moño apartaba su recio pelo negro de los anchos rasgos de su cara. Era toda ella ojos azabache y labios rojos y carnosos. Leo contempló el elegante balanceo de sus caderas al abrirse paso entre los invitados de la boda, llevando muy en alto, como una antorcha, la bandeja ya vacía. Tras pescar un martini a un camarero de paso, siguió a Matilda hasta la cocina, al otro lado de las puertas de vaivén de acero inoxidable.
Matilda (diecinueve años, aspirante a cantante, camarera insegura) tuvo la impresión de que, en un minuto, había pasado de distribuir champán a setenta y cinco miembros de la extensa familia Plumb y sus selectas amistades, a ir a toda pastilla hacia el estrecho de Long Island en el Porsche de estreno, recién alquilado, de Leo, en cuyo pantalón de lino, más ceñido de la cuenta, reposaba la mano de la joven, entregada a caricias inexpertas por debajo del pene con la yema del pulgar.
Al principio se había resistido, mientras Leo la acorralaba en una despensa y, sujetándola por las muñecas, la bombardeaba con preguntas: «¿Quién eres? ¿De dónde sales? ¿A qué otra cosa te dedicas? ¿Eres modelo? ¿Actriz? ¿Sabes que eres muy guapa?».
Matilda ya conocía sus intenciones. Siempre se le insinuaban en aquel tipo de fiestas, pero solía tratarse de hombres mucho más jóvenes (o de una edad risible, verdaderos vejestorios) con un arsenal de frases horteras de ligón y supuestos halagos con vago aroma a prejuicio. (Tenían la manía de llamarla J. Lo, cuando no se le parecía en nada; sus padres eran mexicanos, no puertorriqueños.) Hasta para el nivel tan alto de los invitados de esa tarde, Leo era de un atractivo inverosímil, palabra que estaba segura de no haber aplicado nunca a alguien cuyas atenciones casi la hacían disfrutar. Se le podían ocurrir otras como «sexy», o «mono», o hasta «guapísimo», pero «atractivo»... Sus conocidos de sexo masculino aún no tenían edad para ser atractivos. Miró la cara de Leo sin poder evitarlo, para intentar determinar de qué variables se componía el atractivo en cuestión. Tenía los ojos y el pelo oscuros, como ella, y las cejas pobladas. En cambio, la dureza angulosa de sus facciones contrastaba con la suave redondez de las de Matilda. Por la tele habría interpretado a un personaje distinguido, como, por ejemplo, a un cirujano, y ella a la enferma terminal que le suplica que la cure.
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