Higgins Clark Mary - Con derecho a cocina
Aquí puedes leer online Higgins Clark Mary - Con derecho a cocina texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
Novela romántica
Ciencia ficción
Aventura
Detective
Ciencia
Historia
Hogar y familia
Prosa
Arte
Política
Ordenador
No ficción
Religión
Negocios
Niños
Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.
- Libro:Con derecho a cocina
- Autor:
- Genre:
- Índice:4 / 5
- Favoritos:Añadir a favoritos
- Tu marca:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Con derecho a cocina: resumen, descripción y anotación
Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Con derecho a cocina" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.
Con derecho a cocina — leer online gratis el libro completo
A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Con derecho a cocina " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
En otoño, cuando los árboles se tiñen de reflejos dorados y rojos y por las tardes empieza a refrescar, advirtiéndonos de la llegada del invierno, me asalta siempre el mismo sueño: paseo sola por el antiguo barrio de mi infancia. También allí acaba de llegar el otoño, los árboles están cargados de hojas rojizas de las que muy pronto se desprenderán. No se ve a nadie más por los alrededores, pero no experimento ninguna sensación de soledad. Empiezan a encenderse las luces tras las cortinas de las ventanas, las casas de ladrillo y estuco medio desconchado están en calma, y yo tomo plena conciencia de hasta qué punto resulta entrañable para mí esa zona del Bronx conocida como Pelham Parkway.
Paso ante los ventosos campos y llanuras por los que mis hermanos y yo bajábamos en trineo: Joe, el mayor, marcando el camino con su Flexible Flyer, el pequeño John ny agarrado a mi espalda mientras íbamos tras el trineo de Joe, siguiendo las curvas y los recodos de la empinada ladera que habíamos bautizado como la colina Suicida. Hoy en día ocupan aquellos terrenos el hospital Jacoby y el centro médico Albert Einstein, pero en mi sueño no existen todavía.
Me alejo lentamente del descampado, bajando por Pinhot Place hacia Narragansett Avenue, y me detengo frente a la casa donde vive la familia Clark. Vuelvo a tener dieciséis años y abrigo la esperanza de que se abra la puerta justo en ese momento para tropezarme como por casualidad con Warren Clark, el chico de veinticinco años al que adoro secretamente. Pero en mi sueño sé que tendrán que pasar todavía cinco años antes de que tengamos nuestra primera cita. Sonriendo, recorro a toda prisa el siguiente bloque de casas hasta llegar a Tenbroeck Avenue y abro la puerta de mi hogar.
El clan está reunido alrededor de la mesa, mis padres y mis hermanos, tíos y tías, primos auténticos y primos postizos, vecinos y amigos cercanos que se han convertido ya en parte de la familia. La tetera silba, hay un cubre teteras preparado para mantenerla caliente, y todos sonríen, felices de estar juntos.
Ocupo mi lugar entre ellos sin ser vista, mientras se comentan los últimos acontecimientos o se narran una vez más las viejas historias de siempre. A veces estalla la risa, en otros momentos a todos les brillan los ojos por el llanto contenido al recordar a algún conocido de la familia que pasó por momentos terribles («No gozó de un solo día de felicidad en toda su vida»). Los recuerdos me embargan de nuevo cuando vuelvo a escuchar tiernas historias de amor, o al oír hablar de nefastos enlaces matrimoniales consumados ante el altar por conveniencia y soportados durante toda una vida, de tragedias familiares y de triunfos.
* * *
No puedo hablar por ningún otro autor. De hecho, todos nosotros somos como islas, depositarios de nuestra memoria y experiencia personales, de nuestra naturaleza y nuestra educación. Pero sé que todo el éxito que haya podido tener como escritora está íntimamente ligado, como lo está la cometa a su hilo y el hilo a la mano que la sujeta, con el hecho de que mis genes y mi identidad, así como mi espíritu y mi intelecto se hayan formado identificados con mi ascendencia de Emerald Isle.
Yeats escribió que los irlandeses poseen un permanente sentido de la tragedia que les sustenta entre efímeros períodos de felicidad. En mi opinión, la mezcla de ambas cosas resulta un poco más equilibrada. Durante los malos tiempos, están seguros de que antes o después todo acabará bien. Cuando brilla el sol, los irlandeses tocan madera. Demasiado bueno para ser verdad, se dicen entre sí. Seguro que pasará algo.
Kate. ¿Acaso no fue una verdadera pena? Lo más bonito que nunca haya pisado la capa de la Tierra, y acabó por elegir a aquel. Y pensar que hubiera podido tener a Dan O'Neill. Él estudió leyes en la escuela nocturna y se convirtió en juez. Pero nunca se casó. Para él nunca hubo otra que no fuera Kate.
Anna Curley. Murió durante la epidemia de gripe de 1917, una semana antes de su boda con Jimmy. ¿Recordáis que el pobre diablo había ahorrado hasta el último céntimo con tal de poder amueblar el apartamento y tenerlo todo preparado para ella? La enterraron con su vestido de novia, y el día del funeral Jimmy juró que nunca volvería a estar sobrio. ¿Y a quién le cabe la menor duda de que era un hombre de palabra?
Los rostros empiezan a desdibujarse, todo se va desvaneciendo y yo despierto. Vuelvo a estar en el presente, pero los recuerdos siguen siendo vividos. Todos ellos. Desde el principio.
¿Puedo compartirlos con vosotros?
En el primer recuerdo del que tengo conciencia me veo a mí misma a los tres años de edad, observando a mi nuevo hermanito recién nacido con una mezcla de curiosidad y aflicción. Su cuna no había sido entregada a tiempo, y él dormía plácidamente en mi cochecito de muñecas, por lo que estaba ocupando el lugar de mi muñeca preferida, que en aquel momento debería haber estado durmiendo su siesta diaria.
Luke y Nora, mis padres, habían pasado juntos siete años, el típico noviazgo irlandés. Él tenía cuarenta y dos años y ella estaba a punto de cumplir los cuarenta cuando se decidieron a formalizar su enlace. Tuvieron a Joseph antes de que pasara un año; a mí, Mary, diecinueve meses después; y mamá celebró su cuadragésimo quinto cumpleaños trayendo al mundo a Johnny. Dicen que cuando el médico entró en su habitación y la vio con el recién nacido en brazos y el rosario enlazado entre sus dedos, comentó: «Supongo que este debe de ser Jesús».
Puesto que nosotros no éramos hispanos, en cuya cultura Jesús es un nombre habitual, lo más parecido que se le ocurrió a mamá fue John, primo hermano de la Sagrada Familia. Más tarde, cuando los tres estudiábamos en el St. Francis Xavier School y nos enseñaron a escribir J.M.J., iniciales de Jesús, María y José, en el encabezamiento de las hojas de examen, yo creí que aquellas letras se referían a Joe, a mí y a Johnny.
El de 1931, cuando llegó Johnny, era un buen año, dentro de los límites de nuestro modesto mundo. El pub irlandés de mi padre se estaba convirtiendo en un negocio floreciente. Pensando en la inminente llegada de un nuevo miembro a la familia, mis padres habían adquirido una casa en la zona del Bronx conocida como Pelham Parkway. En aquellos tiempos más que un suburbio, era una zona rural, y nosotros vivíamos solo a dos calles de distancia de la granja de Angelina. Angelina, una mujer mayor y apergaminada, pasaba todas las tardes por delante de nuestra casa empujando un carro cargado de frutas y verduras frescas.
«Que Dios bendiga a tu mamá y a tu papá; diles que hoy tengo unas judías verdes estupendas», decía.
Nuestro hogar, en el 1.913 de Tenbroeck Avenue, era una casa adosada de ladrillo y estuco con seis habitaciones y medio cuarto de baño suplementario situado en una parte especialmente fría del sótano. La alegría de mi madre por tener una casa de propiedad se veía empañada, aunque solo ligeramente, por el hecho de que ella y mi padre habían pagado mil quinientos dólares por la misma, mientras que Anne y Charlie Potters, que habían comprado el otro lado, habían pagado solo mil y gozaban de exactamente la misma cantidad de espacio.
«Y todo porque vuestro padre tiene negocio propio y porque llevábamos un coche nuevo y caro», se lamentaba.
Pero aquel coche nuevo y caro, un Nash, ya había empezado a perder aceite cuando salieron de visitar el piso muestra. «Fue el principio de la mala racha», recordaría al cabo de los años.
La Depresión había implantado una dura e ineludible realidad. Me recuerdo de pequeña viendo cómo mamá iba a abrir la puerta y se encontraba esperando a un hombre vestido con ropa limpia pero raída, comportándose con educación. Buscaba trabajo, cualquier trabajo. ¿Había algo que pudiera reparar... o darle una mano de pintura? Y si no era así, ¿podríamos nosotros ayudarle ofreciéndole una taza de café... y quizá algo de comer?
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
Libros similares «Con derecho a cocina»
Mira libros similares a Con derecho a cocina. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.
Discusión, reseñas del libro Con derecho a cocina y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.