Lo que vas a empezar a leer es mi historia. Soy Raquel Haro, una guionista de humor separada que cría a su hijo de cuatro años en una gran ciudad con ayuda de sus amigas. Un día, después de un año muy complicado por la pandemia, el confinamiento y mi separación, descubrí que tenía un bulto en el pecho que resultó ser un tumor maligno. Mi vida era un drama de los gordos. Sin embargo, quise escribir mi historia desde otro lugar, sin blanquear el sufrimiento, pero huyendo del victimismo y tratando siempre de convertir el dolor en risa. ¿Por qué hablar del cáncer con guasa? Por un lado, porque es mi forma de contar las cosas y, por el otro, porque tenía tanto miedo de morirme que quería que, si eso ocurría, mi hijo pudiera ver a través de este libro a la persona tan divertida que siempre he sido.
PRÓLOGO
Un bulto en tu pantalón y otro en mi pecho
Es 12 de junio de 2020. Por fin, después de tres meses de confinamiento encerrada con un niño de tres años y una gata con cistitis, podemos volver a salir, a quedar y a follar. No entraba en mis planes practicar sexo con ninguna persona física, la verdad, pero hoy me ha escrito Iván, un antiguo ligue; bueno, creo que ni eso. Solo quedamos un par de veces antes de que yo conociera al padre de mi hijo y fue divertido. Hubo dos cosas que me hicieron no seguir quedando con él: la primera, que dijera aquello de «ni machismo ni feminismo» y, la segunda, que emitiera unos sonidos extraños durante el acto sexual; unos sonidos que si se pareciesen a algo sería a gruñidos porcinos. Iván se va a vivir a Alemania. Quiere pasar a despedirse y a comprobar si soy una MILF como parece en las fotos que publico en Instagram, y yo le contesto que sin filtro Valencia todavía estoy mejor. En cuestión de media hora suena el timbre. Ding, dong, ding, dong. Ay, Iván, qué insistente.
—¡Ya voy!
Estoy tan ilusionada… ¡Es mi primer polvo postconfinamiento y también postseparación! Mientras voy hacia la puerta, me vengo arriba y decido hacer una locurita picantona: quitarme la camiseta. ¡Ja! Seguro que Iván flipa cuando me vea con las tetillas al aire.
Abro la puerta para recibirle cuando, de repente… Oh, mierda: no es Iván, es el chico de Amazon, que me trae el pienso de la gata. El repartidor actúa con total naturalidad, como si nada. Yo cojo el paquete y me tapo mientras me excuso diciendo que justo estaba dando de mamar a mi bebé. Cierro la puerta y un minuto después llega Iván, que sí que alucina al verme en toples.
—Siguen igual de firmes que antes de ser madre —me dice nada más verme.
Le miro de arriba abajo y enseguida me doy cuenta del enorme bulto bajo su pantalón. Nos vamos a mi habitación y, rápidamente, casi sin preliminares, me subo encima de él. Me empieza a acariciar las tetas, me gusta cómo lo hace, ni muy suave ni muy fuerte. Oh, sí, sigue, sigue… No, no, no, para, para… ¡Un momento! ¿Qué está ocurriendo aquí? Iván me está tocando los pechos de una manera rara, extraña, como palpándolos más que disfrutándolos, sin ninguna pasión. Abro los ojos y me doy cuenta de que ni siquiera está emitiendo ningún gruñido porcino.
—Qué pasa, ¿qué haces? —le pregunto sin entender.
Iván está serio. Dice que tengo un bulto justo debajo del pezón y que debería ir a que me lo vieran. Me coge los dedos y me los lleva al punto exacto para que lo compruebe. Me palpo con su ayuda y, efectivamente, ahí está, parece un hueso de melocotón. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora?
Es 3 de julio de 2020. Por fin me han dado cita para la mamografía. Antes de hacérmela, una médica me toca el pecho izquierdo de forma muy parecida a como lo hizo Iván. Me pregunta hace cuánto que me noté el bulto. Le explico que hace un mes y que no me lo he notado yo, sino un ligue; bueno, ni eso.
—Pues puede que ese tal «Ni eso» te haya salvado la vida. Te voy a ser sincera: no tiene buena pinta, pero debemos hacer más pruebas para confirmar.
Después viene una sanitaria de bata blanca y me coloca en la máquina. El mamógrafo es una especie de sandwichera gigante que te aplasta las tetas para hacerte una radiografía. A mayor volumen, más fácil debe de ser coger la chicha, y esta mujer, por lo que parece, no está muy conforme con el tamaño de las mías. Me intenta recolocar el pecho una y otra vez y, como no lo consigue, empieza a tirarme del pezón, lo cual me hace un daño terrible.