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Ben Hamper - Historias desde la cadena de montaje

Aquí puedes leer online Ben Hamper - Historias desde la cadena de montaje texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1998, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ben Hamper Historias desde la cadena de montaje
  • Libro:
    Historias desde la cadena de montaje
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1998
  • Índice:
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Historias desde la cadena de montaje: resumen, descripción y anotación

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Desde Hunter S. Thompson no había aparecido un escritor americano capaz de generar la explosión rebosante de verdad y cruda realidad a la que Ben Hamper da rienda suelta en este recorrido a través de la panza de la gran bestia industrial de los EE. UU. Mediante una prosa pura y sin concesiones de ningún tipo, Hamper, también conocido como Rivethead, un ex remachador de la cadena de montaje de la fábrica de camionetas y autobuses de General Motors, y cuyos artículos para Esquire, Harpers y Mother Jones obtuvieron un reconocimiento literario excepcional, nos conduce a lo largo de su delirante carrera como obrero automotriz trastornado: de ofrecerse para trabajar turnos dobles a beber y atiborrarse de todo tipo de drogas, pasando por el plan de control de calidad de General Motors (basado en un Gato de Calidad gigante que se paseaba por toda la cadena) hasta los personajes a lo gonzo que fueron compañeros de Hamper. Estamos ante una historia extraordinaria, hilarante y trágica al mismo tiempo, de unos seres humanos atrapados en un inframundo de ruido asfixiante, aburrimiento y disparate.

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BEN HAMPER Flint EEUU 1956 De familia católica con muchos exempleados - photo 1

BEN HAMPER (Flint, EE.UU., 1956). De familia católica, con muchos exempleados de la General Motors entre sus miembros, Hamper trabajó en Michigan para la compañía durante varios años, y escribió una columna regular sobre la vida de fábrica para La voz de Flint y más tarde para La voz de Michigan, publicaciones iniciadas por Michael Moore. La columna se hizo tan popular que se publicó en revistas como Harper y Mother Jones. También ha sido corresponsal en varios proyectos televisivos de Michael Moore y en la película Roger & Me, y escribió la comedia de TV Take No Prisoners, un valioso documento sobre las comunidades locales y la escena musical underground en Estados Unidos. En 2006, lanzó un nuevo programa de radio, La posesión del alma, en la radio comunitaria WNMC-FM en Traverse City, Michigan.

Sus memorias fueron un éxito de ventas en EE.UU., fue entrevistado en The Today Show por David Letterman y ha sido portada de publicaciones como el Wall Street Journal. En ellas relata sus experiencias y observaciones como trabajador de fábrica en General Motors, un relato sarcástico y divertido sobre las formas en que él y otros se ocupaban de la monotonía del trabajo en una cadena de montaje. Elogiado por dar a la gente una mirada distinta de la fábrica y por no tener miedo de decir lo que pensaba acerca de sus supervisores y superiores dentro de la empresa, otros lo han criticado por dar una visión negativa de General Motors y el sindicato United Auto Workers.

«A ningún hombre debe obligársele a hacer

el trabajo que puede hacer una máquina»

HENRY FORD

Epílogo E s un día bonito y soleado a finales de un verano muy caluroso Al - photo 2
Epílogo

E s un día bonito y soleado a finales de un verano muy caluroso. Al ser martes, el grupo de ansiedad y pánico ha salido a hacer su excursión semanal. Como suele ser habitual, no estamos todos, pues para algunos la sola idea de mezclarse con otras personas resulta aborrecible y han preferido quedarse en la clínica.

La salida de hoy es a un minigolf. No está mal. Al menos nos han aplazado una semana más el suplicio de tener que cruzar el centro comercial.

En el tercer hoyo ya solo quedamos cinco: yo, Pat, Debbie, Marge y Lenice, nuestra leal psicóloga y niñera. Lucy se ha metido en la furgoneta porque ha dicho que hace mucho calor. Nos arrastramos pasito a pasito, hoyo a hoyo, animándonos los unos a los otros, aplaudiendo cuando alguno da un buen golpe. Después de los primeros nueve, yo lidero la clasificación con bastante ventaja sobre los demás. Todo fluye con normalidad.

Sin embargo, en el hoyo catorce empiezan a aparecer problemas. Pat acaba de golpear su bola naranja contra una especie de apéndice con forma de burro y las bolas han salido disparadas por todas partes. Todos, incluida Pat, nos hemos puesto histéricos.

—Esto te va a costar un golpe de penalización, Pat —le anunció.

—Voy a volver a tirar —contesta ella.

—Adelante, pero aun así tienes un golpe de penalización por jugar fuera de turno.

—¡¿Y qué más da?! —chilla Pat—. ¡No es más que un juego! Como el voleibol. ¡Solo es un juego! ¿Por qué te lo tomas tan en serio?

Y no sé qué contestar. No tengo respuesta. A lo mejor el voleibol es el nuevo hockey remache, y el minigolf es el nuevo basurabol. Solo tienen sentido si ganas.

Seguimos jugando, y me hago con la victoria sin ningún problema, con toda la calma del mundo. Patty se tranquiliza. Tiene la edad suficiente como para ser mi madre. Le ofrezco un cigarro y nos quedamos junto a la furgoneta dando caladas como posesos. Yo le tomo el pelo sobre lo mucho que voy a machacarla jugando al voleibol cuando volvamos a la clínica.

Lenice nos pide que entremos en la furgoneta y nos entrega a cada uno un sobrecito con cuatro dólares para gastar en comida. Empezamos entonces a buscar un lugar en el que no haya mucha gente. Yo me hago cargo de la radio y doy con un tema de Paul Reverre and the Raiders en una emisora que pone viejos éxitos. Las abuelas que están sentadas en la parte de atrás se mueren de risa cuando me pongo a imitar la voz de Mark Lindsay y a pretender que toco un solo de piano en el salpicadero. Todas me quieren mucho y a menudo me sueltan que les habría gustado tener un hijo como yo.

Salto unos meses adelante. Una noche decido que por fin es hora de visitar la cadena de remache. Llevo un año y medio sin aparecer por ahí y tengo curiosidad por ver cómo está la gente.

Me deslizo dentro pasando por la garita del guarda y por los viejos relojes registradores, subo las escaleras y llego a la cadena. En un primer instante es como si ayer mismo hubiera estado dándole que te pego a los remaches en esa serpiente acechante. Escucho el sonido metálico tan familiar de las cintas transportadoras y el cortafrío del jefe de reparación. Me deleito con el aroma eterno de la grasa, la pintura de sellado, el humo y el sudor.

—¿Y qué hay de Jehan?

—No me digas que te gusta más jugar al voleibol que destrozar espinillas con el hockey remache —se cachondea entre trago y trago.

No, claro que no puedo decirle eso. Igual que tampoco le puedo decir que los únicos que van a sobrevivir treinta años en la cadena de montaje son aquellos que logren bloquear constantemente el deterioro gradual y persistente de su encanto. La verdad es que ser un obrero de fábrica no tiene nada de noble ni de galante, sino que se trata más bien de un trabajo de prostitución barata. Pensar te destroza, y como te quedes mirando fijamente a la pared o al reloj, vendrá la realidad proxeneta a ponerte el culo como un bebedero de patos. Los demonios no son tales. Tú eres tus demonios.

—Ya va siendo hora de volver al redil —le digo a Eddie—. Te llevo a la puerta.

—Déjate caer más a menudo por aquí, Ben, y la próxima vez intentaré hacerme con un almuerzo doble y podremos ir a tomar un poco de Hennessy.

—Hecho —miento.

Me marcho de allí contento, o algo parecido.

Historias
desde la cadena
de montaje

BEN HAMPER

Título original: Rivethead: Tales from the Assembly Line

Ben Hamper, 1998

Traducción: Lucía Barahona

Prólogo: Michael Moore

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Introducción E sta noche las Estrellas Muertas del Rock nos cantan a mí y a - photo 3

Introducción

E sta noche las Estrellas Muertas del Rock nos cantan a mí y a los chicos de la cadena de remache. Hendrix. Morrison. Zeppelin… El catálogo al completo desparramándose por el radiocasete casero de Hogjaw. Hay un poco de Joplin, otro poco de Brian Jones y mucho de Lynyrd Skynyrd. Estrellas muertas llenas de malicia y de dulce confusión, desgañitándose hoy y todas las noches, aullándonos mientras nosotros destrozamos la cuota de producción.

Estamos todos. Departamento 07, línea Blazer/Suburban, puesto FF-15 estarcido con un aerosol de pintura negra sobre la gran viga de hierro que hay detrás de la mesa de trabajo de Dougie. Estamos construyendo camionetas caras para la corporación General Motors. Hemos vuelto una vez más para forcejear con nuestras partes y para escuchar a las Estrellas Muertas del Rock afinando por encima del estruendo industrial.

La música brota desde uno de los estantes de la mesa de trabajo de Dougie, donde tenemos escondido el estéreo de Hogjaw. Justo antes de que empiece el turno, Dougie lleva a cabo el complicado ritual de pasar los cables y alambres del altavoz por una pata hueca de su mesa, desde el aparato hasta la base de una fuente de agua que hay detrás de su puesto. El camuflaje tiene que ser perfecto, ya que utilizar una toma de corriente de General Motors para convocar a las Estrellas Muertas del Rock va en contra de la política de la empresa. Solo nos permiten tener radios a pilas.

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