La reciente recopilación en un volumen (del que se ofrece una antología) de los «papeles gonzos», o sea, los reportajes más famosos de Hunter S. Thompson durante los años sesenta y setenta, constituyó un extraordinario acontecimiento editorial en los Estados Unidos.
No en vano el Dr. Thompson, como gusta sardónicamente autotitularse, es una auténtica leyenda del «underground» norteamericano (incluso se ha rodado una película sobre su desorbitada vida: Cuando el búfalo muge) y el escritor que ha disputado a Tom Wolfe el liderazgo del Nuevo Periodismo. Hunter S. Thompson ha puesto en circulación, y llevado fervorosamente a la práctica, el concepto de «periodismo gonzo»; aquel en que el reportero pasa de mero espectador a participante y desencadenante de la ¡¡¡ACCIÓN!!!
Un espléndido ejemplo de este tipo de periodismo lo constituye el desmadrado reportaje La gran caza del tiburón: un encargo de Playboy, teóricamente para «cubrir» un torneo de pesca en alta mar frente a las costas de Yucatán.
En otros textos de este volumen, el periodista gonzo enfoca su ojo salvaje a figuras como Hemingway, Marlon Brando y el esquiador Jean-Claude Killy; investiga en el problema chicano al rojo vivo (las provocaciones, los tumultos, los «cerdos» en acción y las muertes «accidentales» de los líderes chicanos); organiza una alternativa de «poder freak» en Aspen, un pueblo de Colorado en el que Hunter S. Thompson, drogota recalcitrante, estaba hibernando hasta que decidió presentarse para… sheriff, con un programa muy especial, etc.
Hunter S. Thompson
La gran caza del tiburón
ePub r1.0
Trips 23.04.14
Título original: The Great Shark Hunt. Strange Tales from a Strange Time
Hunter S. Thompson, 1979
Traducción: J. M. Alvarez Flórez & Angela Pérez
Diseño de cubierta: chungalitos
Editor digital: Trips
Primer editor: chungalitos (EPG)
Corrección de erratas: Trips
ePub base r1.1
HUNTER STOCKTON THOMPSON (Louisville, Kentucky, 18 de julio de 1937 - Woody Creek, Colorado, 20 de febrero de 2005). Fue un periodista y escritor estadounidense, quien se consagró como una de las grandes estrellas de la célebre revista Rolling Stone e inventó el llamado «periodismo gonzo», un modelo de periodismo que plantea eliminar la división entre sujeto y objeto, ficción y no-ficción, y objetividad y subjetividad, donde el escritor se convierte en protagonista y catalizador de la acción.
Su obra más conocida es Miedo y asco en Las Vegas, una aguda crítica de la decadencia estadounidense, que nace de la campaña presidencial de 1972. Le siguieron obras como La gran caza del tiburón (1979), La maldición de Lono (1983), Los Ángeles del Infierno (1996) y El diario del ron (escrita en 1959 y publicada en 1998).
Con sus lentes oscuros, gorra de pesca blanca y el eterno cigarrillo en su boca, la imagen Thompson se hizo tan famosa como sus artículos picarescos. Sostenía que una mirada subjetiva podía acercarse más a la verdad que la fidelidad a los hechos. De su caótica vida ha dicho: «No recomiendo el uso de drogas peligrosas, el consumo del alcohol, o la locura, pero en mi caso han funcionado».
Notas
[1] En castellano en el original.
[2] Hispano, tiene un sentido peyorativo.
Nota del autor
«El arte es largo y la vida corta,
y el éxito queda lejos»
J. C ONRAD
Bueno… sí, aquí estamos de nuevo.
Pero antes de poner manos a La Obra, como si dijéramos, quiero cerciorarme de que sé manejar esta elegante máquina de escribir (y sí, parece que sé)… en fin, ¿por qué no hacer esta rápida lista de la obra de mi vida y largarme de la ciudad en el de las 11,05 camino de Denver? Sí, ¿por qué no?
Pero me gustaría decir en un momento, para que conste, que es una sensación muy rara ésta de ser un escritor norteamericano de cuarenta años y de este siglo y estar sentado aquí solo en este inmenso edificio de la Quinta Avenida de Nueva York a la una de la madrugada de la noche anterior al día de Nochebuena, a unos tres mil kilómetros de mi casa, haciendo el índice de un libro de mis Obras Completas en una oficina de altas puertas de cristal que dan a una gran terraza que domina The Plaza Fountain.
Es muy raro, sí.
Tengo la sensación de que podría estar igual sentado aquí cincelando las palabras de mi lápida… y que, al acabar, la única salida decente sería bajar directamente desde esa jodida terraza a la calle, 28 pisos y 200 metros por lo menos de aire sin obstáculos hasta la Quinta Avenida.
Nadie sería capaz de imitar ese número.
Ni yo siquiera… y en realidad la única manera de solventar este asunto es llegar a la razonable conclusión de que ya he vivido y terminado la vida que planeé vivir (me he pasado en 13 años, en realidad) y a partir de ahora todo será Una Nueva Vida, una cosa distinta, un asunto que termina esta noche y empieza mañana por la mañana.
Así que si decidiese tirarme a la calle al acabar esto, quiero dejar muy clara una cosa: me encantaría sinceramente dar ese salto, y sí no lo doy lo consideraré siempre un error y una oportunidad perdida, uno de los poquísimos errores graves de mí Primera Vida que ahora está terminando.
Pero, qué demonios, lo más probable es que no lo haga (por todos los peores motivos) y probablemente termine esto y me vaya a casa a pasar las Navidades y tenga que vivir luego 100 años más con todo este galimatías de mierda que estoy amontonando.
Pero sería una salida maravillosa, caramba… y si lo hago, vosotros, cabrones, me deberéis una salve (esta palabra es «salva», maldita sea, parece ser que no manejo esta elegante máquina tan bien como creía), una salva, repito, una salva descomunal con una buena pieza del 44…
Sabéis de sobra que podría hacerlo si tuviese un poco más de tiempo.
¿Vale?
Sí.
HST #i, R.I.P. 23-12-77
La gran caza del tiburón
Son ahora las cuatro y media en Cozumel; asoma ya la aurora sobre estas playas de un blanco suave orientadas hacia el oeste, en el estrecho de Yucatán. A treinta metros de mi patio del Cabañas del Caribe, se mueve el oleaje, muy suavemente, sobre la playa; ahí fuera en la oscuridad, pasadas las palmeras.
Esta noche hay aquí miles de malignos mosquitos y de niguas. En este complicado hotel a pie de playa hay sesenta unidades, pero mi habitación (la número 129) es la única llena de luz y de música y de movimiento.
Tengo las dos puertas y las cuatro ventanas abiertas de par en par: un imán luminoso e inmenso para todos los insectos de la isla… Pero no me pican. Tengo cubierto todo mi cuerpo (desde las plantas de mis sangrantes y vendados pies al extremo de mi cabeza achicharrada) con repelente de insectos 6-12, un aceite barato y fétido sin más características estéticas o sociales redentoras que la de que es eficaz.
Estos malditos insectos andan por todas partes: sobre el cuaderno, en mis muñecas, en los brazos, dando vueltas al borde de mi gran vaso de Bacardí Añejo con hielo… pero no hay picaduras. He tardado seis días en resolver este problema infernal de los insectos… lo que es una excelente noticia en el nivel uno, pero, como siempre, la solución de un problema no hace más que levantar otra capa y dejar al descubierto una zona nueva y más sensible.