MÚSICAS NEGRAS
Edición en formato digital: febrero de 2019
En cubierta: fotografías de Photo MBN / Photocase.com
Diseño gráfico: Ediciones Siruela
© De la edición y prólogo, Ernesto Mallo
© De los textos, sus autores
© De la traducción de «Batuque», Ernesto Mallo, 2019
© De la traducción de «Nocturno», Carlos Milla Soler, 2013.
Publicado en el volumen Nocturnos, © Tusquets Editores, 2013.
Todos los derechos reservados
© Ediciones Siruela, S. A., 2019
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Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-17624-68-2
Conversión a formato digital: María Belloso
LETRA Y MÚSICA
Una noche, cuando ambos aún vivíamos en Buenos Aires, mi amigo el músico y compositor Bob Telson me contó que su padre no se sentía muy cómodo con la profesión que había elegido de joven. Argumentaba que la música es efímera; sí, la tocas, te gusta, te deleita incluso, pero apenas dejas de sonar, se va, no está más, desaparece; ¿qué te queda?: nada. «La música es humo», decía. El hombre había hecho fortuna en el negocio de la madera y la carpintería, y, como es de esperar, le gustaban las cosas concretas, sólidas, palpables, cosas que pudieran atesorarse. Algunos años más tarde Bob compuso el tema central de la película Bagdad Café, dirigida por Percy Adlon. Calling you («Llamándote») es el sublime llamado herido de la amante distante que desea alcanzar a su amor a través del desierto y la soledad. El film fue un éxito internacional. Una película mágica, que nos habla de encontrar nuestro lugar en el mundo, de comenzar de cero, de dejarnos llevar por nuestro instinto y no dejar escapar las oportunidades que nos brinda la vida. El tema central, interpretado por Jevetta Steele, dio la vuelta al mundo, fue recogido por la publicidad, las radios no se cansaron de emitirlo ni los cantantes de interpretarlo. Eso le reportó a mi amigo algo más que humo. Pero en una cosa tenía razón Telson padre: la música es la más efímera de las artes. Por contraste, la literatura es quizá la más perdurable de las artes. De hecho, cuando los grandes imperios y civilizaciones no son más que ruinas, aún nos llegan, intactas, las palabras escritas por Homero, Sófocles o Herodoto hace miles de años. O las obras de Shakespeare, con sus modestos quinientos años.
Convocamos a diez autores españoles y americanos, más un irlandés, que sienten esa conexión eléctrica con la música, a quienes se les propuso que escribieran un texto, de algún modo relacionado con la música, con un tema en particular, con un ritmo, con una melodía. El resultado es este conjunto de cuentos excelentes a los que me honra acompañar con uno propio.
Un libro es también un viaje. Este volumen nos lleva de paseo por un barrio del suburbio de São Paulo, Brasil; a la turbia y delictiva Sinaloa, en México, donde el crimen es ciudadano naturalizado; a Shanghái, a la Nueva York de los cincuenta, a Madrid y a la Irlanda rural; a La Habana y Santiago, en Cuba, y a Montevideo, Uruguay. Cada uno con su cadencia, con su aroma y su sabor particulares, y todo ello sin abandonar su sillón preferido.
Los melómanos podrán encontrar los temas mencionados por los escritores con facilidad gracias a las virtudes del mundo virtual. Tal vez no sea mala idea leer los cuentos con sus músicas negras de fondo.
Y también tenemos un juego para proponer. Hemos seleccionado unas frases de cada cuento y las anotamos unas debajo de otras componiendo así un extraño poema que tiene mucho de cadáver exquisito. El desafío es encontrar las frases en el cuento al que pertenecen. ¿El premio? Dos placeres por el precio de uno: el de la música y el de la lectura. Si algún músico lee este libro, no estaría mal que le pusiera música a este poema colectivo.
Aquí van las frases:
Somos sigilosos, somos taimados, avanzamos de lado.
Como cangrejos.
Como aliados.
Cuando me toca siento que un río helado me pasa por el cuerpo
y como una navaja va limpiando la peste que hay en este lugar.
Buena chica,
será una lástima tener que matarla cuando esto termine.
Todo estaba como lo habían dejado el día anterior.
Solo faltaba ella.
¿Qué clase de policías son ustedes?
Unos que tienen pacto con el diablo.
Usted baila con su compañera de falsa melena rubia a lo Jane Mansfield,
que tampoco era rubia,
porque las rubias auténticas son desabridas,
pero cuando una morena se hace rubia,
pasa lo que le está pasando a usted mientras baila con ella.
No sé lo que buscaba allí dentro.
Quizá un sonido reconocible.
Algo que calmara ese horror vacui.
Se turbó cuando ella,
acomodándose en el banquito,
descruzó las piernas y por un breve instante,
que no tendría que haber sido tan breve,
ofreció la información de que no era adepta al uso de bragas.
La soledad avivó la nostalgia
y empezó a echar de menos el aliento cálido de la selva,
la lluvia limpia, lenta y constante
y el olor a madera fermentada.
Sabido es que los escritores suelen ser muy afectos a la música. Nietzsche dijo que sin la música la vida sería un error. Victor Hugo sostenía que la música expresa aquello que no puede decirse con palabras y que no puede permanecer en silencio. Julio Cortázar decía: «El jazz tuvo gran influencia en mí, el fluir de la invención permanente me pareció una lección para la escritura, para darle libertad y no repetir partituras». Y, finalmente, Platón estaba convencido de que «la música le da alma al universo, alas a la mente, vuelo a la imaginación y vida a todas las cosas». Hablando sobre este asunto con Ofelia Grande, nos preguntamos qué sucedería si uniéramos estas dos artes, la más efímera y la más perdurable, en una antología. De allí surgió la idea del libro que ahora usted, lector, tiene en sus manos, una celebración de esta historia de amor entre la música y la letra.
ERNESTO MALLO
MÚSICAS NEGRAS
BATUQUE
MARÇAL AQUINO
Marçal Aquino nació en 1958. Es escritor, periodista y guionista de cine y televisión. Entre otras obras, publicó la novelas El invasor, Tu cabeza tiene precio y Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios, todas adaptadas al cine. Vive en São Paulo.
Cartola, O sol nascerá.
Para Daniela, enredo de mi samba
1
LA MADRIGUERA
La Madriguera del Samba ocupaba un galpón sin ventanas donde, en el pasado, cuando aún quedaba gente que apostaba por que el barrio escaparía a su vocación de suburbio pobre y violento, funcionaba una reventa de tractores. El negocio quebró y, tiempo después, pasó a albergar una «roda de música» que cada fin de semana reunía a la flor y nata del malandraje local. Una barra improvisada vendía cachaça y cerveza —y, con los contactos apropiados, se podía conseguir un poco de maconha, una hierba extraordinaria que más daba dolor de cabeza que colocón—.
Lleno total las noches de viernes a domingo. Los sambistas venían de lugares distantes de la ciudad para mostrar sus composiciones. Predominaba el público masculino, negro, pero también había pardos, mulatos, descoloridos. Un blanco siempre llamaba la atención en ese lugar. Con frecuencia se veían armas en ese ambiente.