• Quejarse

Amandititita - Trece latas de atún

Aquí puedes leer online Amandititita - Trece latas de atún texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial México, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

No cover
  • Libro:
    Trece latas de atún
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
  • Genre:
  • Año:
    2015
  • Índice:
    4 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Trece latas de atún: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Trece latas de atún" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Este conjunto de relatos biográficos, ficciones y trazos literarios no necesitan la definició del género: están aquí para ser leídos... Un libro que va más allá de un diario personal o de una libreta de apuntes íntimos: es una obra literaria de la imaginació y la vivencia. Trece latas de atún es el primer libro de la cantante Amandititita. Amanda ha tenido siempre una mirada aguda e iróica acerca de sí misma y de quienes la rodean: sabe estar sola y acompañada. Sin embargo, en este libro nos revela dos aspectos de su ser menos conocido: su destreza informal para la fabulació: sabe relatar historias breves por medio de un ritmo más seductor que acosador. Y, por otra parte, abandona la guerra cotidiana que libra a cada momento de su vida como artista popular y nos propone a un ser menos glamuroso, pero más humano. Este conjunto de relatos biográficos, ficciones y trazos literarios no necesitan la definició del género: están aquí para ser leídos como quien se asoma a una ventana y se da cuenta de que la aparente sencillez de las cosas que nos rodean y de las que formamos parte, se halla contenida en la diversidad de sus dramas y de sus tribulaciones. Trece latas de atún no es un libro gratuito porque posee un valor inusual en estos tiempos de penuria y comercio salvaje: ha sido escrito con desgarbo, humor y perspicacia. No es una construcció artificial y sí la consecuencia de una pelea y destrucció constante y animada. Guillermo Fadanelli

Amandititita: otros libros del autor


¿Quién escribió Trece latas de atún? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Trece latas de atún — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Trece latas de atún " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Desperté con una fuerte migraña con la resaca del año 2014 con pensamientos - photo 1
Desperté con una fuerte migraña con la resaca del año 2014 con pensamientos - photo 2
Desperté con una fuerte migraña, con la resaca del año 2014, con pensamientos en putrefacción, esperanzas fallidas. Toda suerte de reproches desfilaba hacia mí en caravana. El techo me escupía verdades y preguntas. ¿Escucho a la gente? ¿Soy buena amiga? ¿Hago feliz a la gente? ¿Cuido a la gente? ¿Cuido al mundo? ¿Me cuido a mí misma? Sé franca. Amanda, contesta con sinceridad: ¿te cuidas?
Los seres humanos que no tenemos padres, los hombres a los que nadie cuidó ni cuidará, tenemos una responsabilidad enorme sobre nosotros mismos; solemos aprender a partir de la destrucción.
Me duele la cabeza y el corazón. Estoy muy triste. Qué terrible canción la de Víctor Jara, “Te recuerdo, Amanda”. Una eternidad de cinco minutos, una despedida prolongada; mi vida es esa canción en loop .
Llevo todo el día en la cama. No voy a salir a ningún lado, no voy a festejar el Año Nuevo; mañana será otro año, otro día. Me duermo profundamente. Sueño mucho, tengo pesadillas; despierto y es de noche. No sé cuántas horas dormí; siento que han pasado días, que es la noche del 1 o del 2 de enero, o hasta del 3 de enero. Prendo el teléfono y descubro que sigo en el 2014 y faltan exactamente cinco minutos para que termine el año.
La idea de que el Año Nuevo me encuentre en la cama me parece una porción extra de decadencia. Me levanto deprisa, me echo agua helada en la cara. ¿Qué hago? Necesito hacer algo, una pequeña ceremonia. No tengo uvas; tampoco tengo deseos. Faltan tres minutos para que entre el 2015; busco mi diario, salgo al jardín y le prendo fuego.
Veo cómo el fuego consume parte de mi vida; se adhiere a las hojas antes de calcinarlas. De la misma forma funciona la pasión: destruye aquello a lo que se apega.
La gente a mi alrededor grita, aplaude; se escuchan trompetas, explotan fuegos artificiales. Sé que todos se están abrazando, besando, soltando globos, pidiendo deseos. Me siento feliz, por ellos.
31 de diciembre de 2014
D.F.
Gummies fluorescentes
Fue un entierro clásico. Yo usaba un vestido blanco, unas sandalias de plástico que estaban de moda: eran unos gummies fluorescentes. Aquélla fue la primera vez que vi llorar a tanta gente al mismo tiempo. Una señora me dio un paquetito de Kleenex y me dijo:
—Para tus lágrimas.
—Yo no estoy llorando —le dije, molesta.
—Bueno, para tu mamá —me contestó.
La gente se me acercaba y me abrazaba, me miraba con lástima. Una niña de seis años sabe perfecto cuando la gente siente pena por ella. Bueno, al menos yo lo sabía, y no me gustaba nada. Los amigos de mis padres me daban regalos, cosas que me agradaban de sus casas, como muñequitos de porcelana. Era una especie de cumpleaños pero sin color; algo malo pasaba, algo muy malo. Mi padre estaba muerto. Eso me dijeron, pero ¿qué demonios significaba eso? No lloré, nunca lloré. No lloré por mi padre hasta que fui adulta, ese día.
—Tira un puñado de tierra —me indicó mi abuela.
Detrás de las tumbas había un gato; era blanco, pequeño. Me acuerdo perfectamente de ese momento, lo veía mientras estaba formada en la fila de la gente que le tiraba tierra al féretro. No sabía para qué era la tierra, pero sentí que era importante. Pasó mi turno y me fui tras el gato. No me acuerdo si se dejó acariciar.
Te recuerdo, Amanda
Nací en la ciudad de Tampico un 3 de agosto de 1979.
Mi nombre es Amanda Lalena. Amanda por una canción de Víctor Jara: “Te recuerdo, Amanda”. Lalena por una canción de Donovan: “Laléna”. Desde ese día he estado rodeada de canciones.
A la edad de catorce años compré mi primera máquina de escribir. Ese año me independicé. Renté un cuarto de azotea en la colonia Condesa, un edificio viejo y descarapelado frente al camellón de Mazatlán. Vivía en un cuarto pequeño, con una diminuta ventana redonda. Recuerdo ese tiempo como la temporada en la que más subí y bajé escaleras: nueve pisos me separaban de la planta baja y los recorría por una escalera de caracol oxidada.
Compartía azotea con la familia de una empleada doméstica que trabajaba en los departamentos del inmueble. Era un matrimonio joven con un niño de unos tres años. Tiempo después la hermana menor de la mucama se mudó: morena de facciones y cuerpo tosco, tendría unos dieciséis años. Los baños estaban afuera de los cuartos. Una mañana me di cuenta de que el hombre espiaba a la hermana de su esposa en la ducha.
No supe qué hacer ante esa conducta aparentemente abusiva; al paso de los días descubrí que eran amantes y que cuando la hermana trabajaba aprovechaban para darse sus cariños. Ellos sabían que yo me había dado cuenta, pero nunca sentí que les preocupara. Tenían razón.
Entré a estudiar a la Sogem gracias a Modesto López, editor de discos Pentagrama, pues me ofreció dos mil ochocientos pesos por las regalías de los discos de mi padre, quien antes de morir en el terremoto de 1985 dejó un legado de más de setenta canciones.
Casi siempre tenía hambre; vivía de latas de atún que comía afuera del cuarto, sentada en los lavaderos mientras observaba la vida de mis vecinos. Antes de ir a la escuela tomaba un café por diez pesos en el Café la Selva y me quedaba horas escribiendo en una libreta una novela que nunca terminé. Por las noches transcribía el texto en mi máquina de fierro hasta que me dolían mis pequeños dedos. Pasaba mucho tiempo caminando, siempre estaba sola. Yo no lo sabía, pero fue la época más feliz de mi vida.
Tres naranjas
Amarillas como el sol.
En mi corazón hay naranjas,
redondas y dulces.
Mi abuela no miente, no miente nunca y por eso es muy cruel:
—Deja de mirar la ventana, Ramón, tu mamá ya se fue de borracha; no la esperes, no va a venir en unos días, y eso a ver si vuelve —me aventó una cobija e indicó que me durmiera en el sillón.
Mi abuela está enojada porque no se puede hacer cargo de mí: apenas si le alcanza para comer. Otro gallo cantaba cuando mi papá nos pasaba dinero, pero desde mi cumpleaños número nueve ya no nos manda nada.
Mi mamá se lleva con los del mercado de La Lagunilla, sobre todo con el Estuches, el que vende relojes, y es amiga del Monty, quien vende zapatos, y de otros más. Los domingos es el día de La Lagunilla, por eso odio los domingos, pues cuando quitan los puestos llega el del pulque y se emborrachan. Mi día favorito es el lunes, porque faltan siete días para el domingo.
Mi mamá esa vez se pasó: tardó cinco días en regresar. Pensé que ya no vendría nunca, y que ahora todos los días de la semana serían domingo.
Pero por suerte llegó. Eso sí, traía la ropa sucia y apestaba a pura cerveza. Mi abuela le gritó, hasta le pegó; yo la abracé. No quiero hablar más de ese viernes, salvo de las naranjas, las tres naranjas que traía mi mamá en la bolsa, mi fruta favorita.
—Te las mandó el Estuches —me dijo mi mamá.
Le pregunté desde qué día, y ella respondió que desde el domingo.
Después de la bronca con mi abuela, mi mamá se portó bien tres semanas, pero llegado el domingo desapareció de nuevo.
—Ramón, tu mamá sí te quiere —me dijo mi abuela cuando me vio mirando por la ventana.
No le contesté, pero de que me quiere, me quiere, eso ya lo sé: nadie carga tres naranjas tantos días sin comérselas, si no es por amor.
Mocos sobre Ezra Pound
No quise una fiesta de quince años: preferí un viaje a París para caminar la ruta de Cortázar.
Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Trece latas de atún»

Mira libros similares a Trece latas de atún. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Trece latas de atún»

Discusión, reseñas del libro Trece latas de atún y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.