Natasha Bowen es escritora, maestra y madre de tres hijos. De ascendencia nigeriana y galesa, vive en Cambridge, Inglaterra, donde creció. Natasha estudió Inglés y Escritura creativa en la Universidad de Bath Spa antes de mudarse al este de Londres, donde ejerció de maestra durante casi diez años. La piel de las sirenas es su primer libro y nace de su pasión por las sirenas y la historia africana. Está obsesionada con la papelería japonesa y alemana, y se gasta cantidades ingentes en cuadernos, de los que luego sube fotos a su cuenta secreta de Instagram. Cuando no está escribiendo, está leyendo, vigilada atentamente por Milk y Honey, su gato y su perro.
Título original: Skin of the Sea
Edición en formato digital: noviembre de 2021
© 2021, Natasha Bowen
© 2021, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2021, Victoria Simó Perales, por la traducción
Diseño de portada: Adaptación a partir de la portada original de Regina Flath para Random House New York
Fotografía de portada: © Jeff Manning © CoffeeAndMilk/ Getty Images
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ISBN: 978-84-17922-56-6
Composición digital: leerendigital.com
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Esta es la historia de un gran amor.
Un amor que amenazará a dos mundos y enfurecerá a los dioses.
Simi oró a los dioses, una vez. Ahora les sirve como Mami Wata, una sirena, recogiendo las almas de los que mueren en el mar y bendiciendo sus viajes de regreso a casa.
Sin embargo cuando un chico es arrojado por la borda de un navío, Simi hace lo impensable: le sal-va la vida, yendo en contra de un antiguo decreto. Y el castigo aguarda a quienes se atrevan a desafiarlo.
Para proteger a las otras Mami Wata, Simi debe visitar al creador supremo para hacer las paces. Pero el viaje no será fácil: parece que el chico al que rescató sabe más de lo que debería, y algo está siguiendo a Simi, algo que preferiría verla fallar...
El peligro acecha a cada paso, y Simi deberá enfrentarse a dioses vengativos, tierras traicioneras y criaturas legendarias. Porque si no lo hace, pone en riesgo no solo el destino de las Mami Wata, sino también el mundo tal como lo conoce.
Una historia que lo cambiará todo y nos descubrirá una nueva forma de vivir.
Una historia de supervivencia.
Una historia de salvación.
Una historia de amor épica impregnada de la mitología de África occidental.
Índice
A mi madre, que no sabía leer demasiado bien,
pero se aseguró de que yo sí supiera
ADVERTENCIA SOBRE EL CONTENIDO
Por favor, antes de empezar a leer, tened presente que ciertas partes de este libro pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. La piel de las sirenas mezcla historia del siglo XV con fantasía e incluye descripciones de violencia, esclavitud, muerte y suicidio.
Deslizándome entre las olas oscuras, rodeo el barco con los tiburones. El agua alberga estratos de corrientes frías, seres marinos y un barco que surca las aguas cargado de personas robadas. Yo nado por debajo del oleaje, lejos de las miradas de los hombres y a una distancia prudencial de las mandíbulas.
Espero.
El casco del navío es una sombra en lo alto y noto una sensación de sofoco mientras sigo el surco de la quilla, una rabia ardiente que se hincha bajo mi tórax. Doy un respingo, jadeando sobresaltada, cuando los peces me rodean súbitamente mientras alargo los dedos hacia los rayos de sol que se filtran en el agua. Han pasado semanas desde la última vez que noté el calor del sol de mediodía. Añoro deleitarme en su luz, dejar que los rayos me empapen los huesos. Cerrando los ojos, busco un recuerdo que flota y se enrosca como el humo. Estoy sentada en la tierra rojiza bajo la sombra moteada de un árbol de caoba y el sol salpica mi cálida piel. Intento retenerlo, con ansia, pero la visión se disipa, como suele suceder.
Una decepción tan cortante como el coral rojo me revuelve las tripas. En cada ocasión, la pérdida me provoca la misma sensación, como si rozara con los dedos una parte de mí que luego se disuelve igual que el rocío en la cresta de las olas.
Doy media vuelta en el agua, un revuelo de piel y tirabuzones, de cabello y de escamas que relucen como un tesoro enterrado. Me dejo llevar por la corriente y acaricio los caminos de algas a mi paso, según se disipan los vestigios de recuerdos. Me detengo un momento cuando el banco revolotea una vez más a mi alrededor, amarillo rutilante con delicadas listas rosadas, y busco solaz en la belleza de los peces.
Me hundo y me alejo un poco más del barco. Sé que tendré que volver, pero de momento cierro los ojos y siento la caricia aterciopelada del agua, el frescor que resbala sobre mi piel. Esta parte del mar es más oscura y agradezco que las tinieblas me envuelvan con su manto.
Debajo de mí, una anguila de cuerpo musculoso, apenas más oscura que el agua circundante, se desliza por las profundidades.
— Vete —le ordeno a la criatura, que se aleja de mí con un culebreo color tinta. Me sumerjo. Lo bastante como para que el frío me cale hasta los huesos. Lo bastante como para que la oscuridad se trague el destello de mi cola.
Noto el tirón de la corriente y, por un momento, me planteo dejar que me arrastre, pero entonces recuerdo el barco y levanto el rostro hacia la superficie, hacia el sol y el reino de los seres humanos que respiran aire. Nado hacia arriba de nuevo, con mi cometido muy presente en el pensamiento al ver la madera del casco surcar el océano. Me resisto a flotar demasiado cerca por si me ven los humanos. Me mantengo al acecho, en la medianoche del mar, por debajo de los vientres de los grandes tiburones blancos, que relucen en lo alto. Se deslizan más cerca, con los vacuos ojillos de obsidiana y los dientes ya preparados. Estremeciéndome, me alejo de esos poderosos cuerpos que siguen al barco, aunque yo estoy haciendo lo mismo. Tanto ellos como yo vamos en busca de aquellos que penetran en nuestros dominios.
Cuando el crujido del navío resuena en las profundidades, acaricio la cadena de oro que cuelga pesada de mi cuello y noto el frío de los eslabones en la piel. Desplazo los dedos al zafiro que destella en mi pecho.
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