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Alberto Cabrera Suárez - No es lo que parece: Libro de cuentos

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    No es lo que parece: Libro de cuentos
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    Universo de Letras
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    2017
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No es lo que parece: Libro de cuentos: resumen, descripción y anotación

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Nada es tan malo, nada es tan bueno; toda experiencia es sincel que moldea nuestro carácter, nuestro temperamento, nuestra personalidad; éste cúmulo de conocimientos, hábitos y habilidades, nos permitirá tener nuestra propia percepción de la vida.

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No es lo que parece Libro de cuentos Alberto Cabrera Suárez Esta obra ha - photo 1

No es lo que parece
Libro de cuentos

Alberto Cabrera Suárez

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

© Alberto Cabrera Suárez, 2017

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: Alberto Cabrera Suárez

universodeletras.com

Primera edición: diciembre, 2017

ISBN: 9788417139841

Prólogo

Nada es tan malo, nada es tan bueno; toda experiencia es sincel que moldea nuestro carácter, nuestro temperamento, nuestra personalidad; éste cúmulo de conocimientos, hábitos y habilidades, nos permitirá tener nuestra propia percepción de la vida.

Alberto Cabrera Suárez

¿¡La vaca es mía!?

Inocente, lleva lo eterno golpeando con el lomo del machete la parte metálica del arado, golpea y golpea, como lo hace sobre su conciencia el hambre de su familia, de sus vecinos y la propia; la ira y la impotencia crispan sus dedos alrededor de la empuñadura de la hoja metálica, la cara se le sonroja.

Parte rumbo a la casa, al encuentro una vez más con los platos vacíos; el sol marca las doce del día, repentinamente, da un giro y piensa en voz alta:

—¡A las tres de la tarde, los platos no estarán vacíos!

—¡De pie la sala! —grita el alguacil con voz de mando y sigue— hace su entrada, el señor juez popular, Imposición Medalagana Pérez, dando inicio, al juicio oral y público contra el ciudadano Inocencio Hambreado Suárez, por el delito de sacrificio ilegal de ganado mayor.

La sala de lo penal está llena, muchas personas permanecen de pie; hoy se realizarán juicios por diversos delitos: Testigos de Jehová, Católicos, Homosexuales, sacrificio ilegal de ganado mayor, tenencia de dólares americanos, etc. Las personas conversan entre sí lo absurdo de esos juicios, un hombre aclara:

—Aquí, no hay nada absurdo, todo responde a un plan de llevar el miedo a la población, el que se oponga: preso o fusilado; el miedo castra, mengua las voluntades y a aceptar el yugo invita.

—Puede sentarse la sala —indica el alguacil.

El señor juez, termina de organizar sus documentos, se dispone a hablar cuando al estrado sube un hombre que con muy poca confidencialidad le dice:

—Lo llamaron del puerto de Antilla para recordarle, que esta noche usted supervisa el envío de diez mil cabezas de ganado mayor para la U.R.S.S.

—Conozco mis obligaciones —responde el señor juez con aire de suficiencia, revisa o hace como que revisa lo que ya conoce y ordena:

—De pie el acusado —y sigue— diga en voz alta nombre, dos apellidos y nivel cultural.

—Mi nombre es Inocencio Hambreado Suárez, tengo 39 años y soy maestro de profesión, aunque me desempeño como campesino en las tierras de mis padres, a partir de que me cesantearon por negarme a impartir clases vestido con uniforme de miliciano.

El señor juez, se inclina amenazador sobre el estrado, desea que Inocencio respire, saboree cada una de sus palabras y muerde:

—¡Tenga mucho cuidadito con lo que habla!, se le puede empeorar la cosa; en Cuba, no se deja cesante a nadie, se aparta de la sociedad aquello que la mancha, como usted.

Moviendo en el aire el expediente acusatorio, para que toda la sala reciba el mensaje dice en tono mordaz:

—A usted se le acusa de sacrificio ilegal de ganado mayor, previsto y sancionado por las leyes revolucionarias; puede ser sancionado a veinte años de privación de libertad, ¿tiene algo que alegar el acusado?

—Mire usted señor juez popular, como alegan mis manos callosas, soy un hombre de dura brega, honesto; y como grita mi famélico cuerpo, soy un hombre hambreado, mi familia y yo, padecemos hambre.

El señor juez, corta bruscamente la exposición del acusado.

—¡Cállese!, en Cuba, nadie padece hambre, de eso se encarga la revolución triunfante; hambre hubo en el pasado de oprobio, usted padeció necesidad de comer; puede continuar en el marco que le ordeno.

—Bueno, como usted me ordena decir, mi familia y yo sentimos necesidad de alimentos, por la ausencia prolongada de comida.

El señor juez está histérico, de pie, golpea con el mazo sobre la mesa y grita:

—¡Nooo!, no continúe con opiniones solapadas y desfavorables al proceso revolucionario, o pasamos a un juicio político. Concrétese a los hechos en el marco que le ordeno.

El señor juez se sienta y comunica continuar.

—Bien, señor juez popular, Imposición Medalagana Pérez, me amarro a los hechos; después de varios días a agua de azúcar y yuca sin sal, desfallecido por la prolongada necesidad de alimentos, como me ordena decir usted; tomé los cuchillos y maté la vaca de la leche de mis hijos, repartí la carne entre mis vecinos, comimos hasta reventar; llegó la policía, el resto lo conoce usted.

El señor juez lo mira con marcado odio, se inclina sobre el estrado y le recita con sumo cuidado:

—Según la documentación en mi poder, la vaca es de su propiedad, por lo que no se le acusa de robo y sacrificio ilegal de ganado mayor y si de sacrificio ilegal, por su nivel de escolaridad usted comprende la gravedad de la acusación que se le imputa, ¡usted ha violado las leyes revolucionarias! ¡Usted, es un vulgar delincuente!; en el marco de lo que le ordeno, ¿Qué tiene usted que alegar?

—Si la vaca es mía, demostrado por los documentos en su poder, ¡entonces puedo matar la vaca!

El señor juez se pone de pie, colérico grita:

—¡Noooo! Usted está muy equivocado, usted no puede matar la vaca.

De pie, indica al acusado continuar, parece una fiera al acecho; con sórdida candidez Inocencio explica:

—¡Entonces la vaca no es mía!

El señor prefecto interrumpe a Inocencio y le protesta:

—¡Nooo! La vaca es suya.

—¡Entonces mato la vaca! —interrumpe Inocencio al magistrado.

—¡Nooo!, no puede matar la vaca según las leyes revolucionarias —agrega el funcionario fuera de sus cabales.

—¡Entonces la vaca no es mía!

—¡Síiii!, la vaca es suya según documentación en mi poder.

—¡Entonces mato la vaca!

La gente de pie, murmura las sólidas razones de Inocencio Hambreado Suárez, las comparan con las suyas, sobre muchos de ellos pesan condenas de 2 a 4 años en los famosos campos de concentración conocidos como UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción); el juez se percata que se le ha ido la situación de las manos y grita:

—¡Silencio, o desalojo la sala!

Mira a Inocencio como se mira a un condenado, se inclina muy suavemente sobre el estrado y le silba:

—Le repito, que sujeto a ley, usted no puede matar la vaca.

—Y yo alego, que sujeto a esa ley, la vaca no es mía —silba Inocencio contraatacando.

—La documentación en mi poder, dice que es suya –se burla la autoridad,

—Es mía, porque la heredé de mis padres, y entonces puedo matarla —argumenta el acusado.

El juez está perplejo, al borde de un derrame cerebral; la sala en pie, no murmura, grita, es el caos; el magistrado, de un violento mazazo sobre el estrado paraliza el tiempo:

—¡Silencio!, —señala con el índice al acusado y argumenta

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