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Martin Gardner - La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso

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Martin Gardner La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso
  • Libro:
    La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1981
  • Índice:
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La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso: resumen, descripción y anotación

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Introducción

Nadie puede definir exactamente lo que significan palabras como pseudociencia, chiflado y fanático. La razón es bien sencilla. No hay ningún modo exacto de definir algo que se encuentra al margen de las matemáticas y de la lógica, e incluso en éstas algunos términos básicos presentan límites extremadamente confusos; de lo que no se sigue que los términos coloquiales que asignamos a porciones de continuos no resulten útiles. Como he dicho muchas veces, si no dispusiéramos de palabras para los extremos, como por ejemplo, blanco y negro, noche y día, o frío y caliente, no podríamos hablar de nada. Fíjense en que he empleado la palabra hablar. Denme una definición de hablar y les pondré un ejemplo de algo a lo que aplicar dicha definición resulta discutible. De hecho, el capítulo 38 se ocupa de lo indefinido de esta palabra común que, a pesar de todo, resulta indispensable.

Todos sabemos que ha habido ocasiones en que destacados científicos han tachado de ridículos ciertas ideas que más tarde han demostrado su solidez. También sabemos que grandes científicos han defendido opiniones, dentro y fuera de sus respectivos campos especializados, que después han resultado inequívocamente erróneas. No perdamos el tiempo aireando lo que es obvio, ni olvidemos que por cada ejemplo de chiflado que posteriormente se ha convertido en héroe ha habido miles de ellos que han pasado a la posteridad como tales chiflados. Tampoco debemos olvidar que por cada teoría proscrita elevada a la respetabilidad por una revolución científica ha habido miles de teorías insensatas condenadas para siempre a morder el polvo.

Parto de la base de que todas las hipótesis científicas son conjeturas, a las que tanto los científicos como los legos en la materia asignan grados de creencia entre uno y cero. Poniendo un ejemplo extremo, la comunidad científica actual —el establishment, si prefieren— asigna una probabilidad próxima a cero a la teoría de que la Tierra es hueca, abierta por los polos y habitada en su interior. Nadie dudaría en llamar chiflado a quien intentara sostener semejante teoría. La comunidad científica actual asigna una probabilidad próxima al uno a la idea de que el planeta Venus existe desde mucho antes de que surgiera el género humano. Por la misma razón, atribuye una probabilidad cercana al cero a la teoría de que Venus se originara en forma de cometa procedente de Júpiter y se asentara en su órbita presente hace menos de cuatro mil años. Esta cadena de acontecimientos viola de manera tan consistente hechos y teorías ya confirmados que el establishment no ha dudado en considerar al desaparecido Immanuel Velikovsky como modelo de chiflado.

Los chiflados, por definición, creen en sus teorías, y los charlatanes, no; pero esto no impide que una persona pueda ser ambas cosas. Esta es una combinación familiar en la historia de la pseudociencia y el ocultismo, y muchos de los nombres que aparecen en las páginas de este libro constituyen ejemplos de diferentes proporciones. El poema de Robert Browning «Mr. Sludge, el médium» (Conan Doyle lo denominó «aleluyas») constituye un retrato clásico de dicha mezcla, aun cuando Browning basó su Sludge en el médium británico D.D. Home, a quien yo considero un charlatán tan completo como Arthur Ford (véase capítulo 23). La fe apasionada de Elizabeth Browning en el espiritismo casi destruyó un matrimonio cuyo único problema era ése.

Espero que nadie se imagine que yo propugno que se silencie a los chiflados mediante algún tipo de acción legislativa. En una sociedad libre todo chiflado tiene derecho a manifestarse, y nadie puede decir que en nuestra sociedad no se les escuche. Gracias a la libertad de nuestra prensa y nuestros medios electrónicos, las voces de los chiflados a menudo se oyen con mayor fuerza y claridad que las de los científicos genuinos. Los libros de chiflados —sobre la manera de perder peso sin dejar de ingerir calorías, cómo hablar a las plantas, cómo curar nuestros achaques frotándonos los pies, cómo aplicar los horóscopos a nuestros animales domésticos, cómo utilizar la percepción extra-sensorial para tomar decisiones de negocios, cómo afilar las cuchillas de afeitar colocándolas bajo pequeñas maquetas de la Gran Pirámide de Egipto— se venden incalculablemente mejor que los de científicos respetables.

No creo que la presencia de libros sobre ciencia inútil, promocionados a best-sellers por editores cínicos, perjudique mucho a la sociedad excepto en áreas como la medicina, sanidad y antropología. Hay gente que ha muerto innecesariamente como resultado de la lectura de libros persuasivos que recomiendan dietas peligrosas y falsos tratamientos médicos. Las necedades de Hitler arraigaron en la mente del pueblo alemán gracias a fanáticas teorías antropológicas. Durante los últimos años muchos niños se han visto gravemente perturbados por la lectura de libros y la visión de películas sobre casas encantadas y posesiones de demonios. Madres psicóticas han asesinado a sus hijos en el intento de exorcizar al diablo. Aunque me opongo a cualquier tipo de ley que diga lo que no puede hacer un editor, o un productor de cine, o de televisión, me reservo el derecho a la indignación moral como individuo y como miembro de un grupo de presión.

Estuve entre los cuatro representantes del Comité de Investigación Científica de Presuntos Fenómenos Paranormales que se reunieron en 1977 con un grupo de directivos de la N.B.C. para protestar contra los ultrajes pseudodocumentales de dicha cadena sobre las maravillas del ocultismo. Un directivo gritaba enfadado: «¡Tengo que producir algo que obtenga elevadas tasas de audiencia!» Y yo me dije: esto debería quedar grabado sobre su lápida. Desde luego no era eso lo que él quería decir. Un documental sobre los adulterios del presidente John Kennedy, por ejemplo, alcanzaría una fantástica audiencia. Todo lo que se dijera sería verdad, e incluso se podía argumentar que aquello no era sino un servicio al votante americano, que se encuentra perpetuamente engañado por las cuidadosamente urdidas imágenes de los líderes políticos. ¿Por qué no produce esa película la N.B.C.? Pues porque sería de mal gusto; porque a la larga podría dañar la imagen pública de la propia N.B.C. El hecho triste era que ni un solo directivo de la N.B.C. de los que se hallaban allí reunidos sabía lo suficiente sobre ciencia como para darse la más mínima cuenta de hasta qué punto eran de mal gusto sus estúpidos programas sobre lo paranormal.

Recuerdo que un día muy cercano a esta reunión me telefoneó una vecina pidiéndome consejo. Un médico de reconocida autoridad le había dicho a su hija, que entonces vivía en una comuna de Arkansas, que necesitaba ser intervenida quirúrgicamente a la mayor brevedad posible. Pero la joven había decidido que no se podía confiar en la medicina ortodoxa. Deseaba viajar a Filipinas, donde podía «operarla» sin dolor y sin apenas gastos un «cirujano psíquico» de los que había puesto por las nubes un documental de la N.B.C. Además, había leído algunos libros ensalzando a estos «cirujanos» —charlatanes que realizan operaciones milagrosas sin abrir la carne— publicados por editoriales aparentemente respetables. (El libro de Jeffrey Mishlove, Roots of Consciousness [Las raíces del conocimiento], publicado por Random House, presenta una apabullante sección dedicada a este tema incluyendo fotografías en color. En 1980 la Universidad de California, Berkeley, ¡concedió a Mishlove el doctorado en parapsicología!)

La madre estaba aturdida cuando me llamó. ¿Qué le podía dar a leer a su hija para que cambiara de idea? Lo mejor que se me ocurrió fue recomendarle un capítulo muy realista sobre estos matasanos filipinos, que aparece en el excelente libro del Dr. William Nolen titulado Healing (Curación). Pero ¿creería su hija al Dr. Nolen? Después de todo, ¿no le consideraría parte del odiado

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