A David García Escamilla, por ser mi mejor cómplice editorial. Gracias por confiar en esta autora loca.
A René Solorio, un amigo y compañero maravilloso.
A Federico Wilkins, por la feliz ocurrencia.
A David García Escamilla, por la confianza y el entusiasmo en este proyecto.
A mi querida Martha Figueroa, por ser la confidente de mis historias, por los grandes momentos de alegría y porque eres una amiga fuera de serie.
A mi familia, Sue Yein Butcher, Marco Walls y Federico Wilkins.
PRÓLOGO
Soy de las personas que piensan que escribir un libro es un gran acontecimiento (más que plantar un árbol, pero menos que tener un hijo).
René y yo nos conocemos desde que éramos un par de jóvenes aguerridos. Para que se den una idea más concreta, él trabajaba en el programa Ciudad desnuda, y yo, en Ventaneando. Desde entonces somos amigos.
Pero, entre las vueltas que da la vida y que René es un trotamundos, los últimos años estuvimos separados por un montón de kilómetros.
El año pasado, al regresar de unas inspiradoras vacaciones en China, mi hijo y yo decidimos hacer una escala en Los Ángeles, California, para descansar del “vuelazo” desde Beijing, empaparnos de occidente y visitar a René, que era productor en CNN en español.
Y como siempre que nos vemos parece que no ha pasado el tiempo, nos pusimos al día, comimos, nos reímos y prometimos hacer algo juntos pronto (como cuando quedas con alguien para ir a comer y nunca sucede).
Pero cuatro meses después, René vino a la Ciudad de México y fuimos a buscar chiles en nogada sin saber que también encontraríamos la idea de hacer un libro juntos.
Para no hacerles el cuento largo, en la comida apareció Federico Wilkins, nuestro productor de hace algunos años, y mientras nos carcajeábamos recordando anécdotas de nuestras aventuras televisivas —Duro y directo, Hechos, Big Brother, Siempre en domingo y un interminable etcétera— Federico, que es un apasionado de la información y la tele, nos dijo:
—Ustedes dos tienen que hacer un libro... ¡decidido!, ¡no se hable más!
René y yo nos volteamos a ver emocionados y dijimos que sí, pero no muy en serio.
Pero Wilkins siguió feliz organizando el proyecto. Y nos decía cuáles historias poner y cuáles no:
—No, ésta es muy fresa. Mejor la otra. Tienen que contar cuando Roberto Carlos se fue con la esposa de… ¡Coño, va a ser un bombazo!
Bueno, ideó hasta la campaña de promoción en los aeropuertos y todo. Lo cual le agradecemos mucho, pero el libro tomó otro camino. Y de la primera idea, de tintes muy escandalosos, llegamos hasta el tono divertido, interesante y ligero que están por leer. Lo siento Federico, ya haremos un proyecto más sangriento que cualquier película de Quentin Tarantino.
Las historias que n unca contamos, son parte de nuestras vivencias y anécdotas profesionales que se quedaron en el tintero. Por muchas razones: por censura, por olvido, porque no era el momento, porque los jefes lo prohibieron, por miedo o porque eran para morirte de risa —y antes había poco sentido del humor.
Es también un viaje en el tiempo, que esperamos disfruten, porque conocerán algunas revelaciones y confesiones que nunca habíamos compartido públicamente.
Como el secreto mejor guardado de Alejandro Sanz; el día en que Thalía se convirtió en directora de una de las firmas editoriales más importantes de Estados Unidos, o cuando José José decidió confesar el más íntimo de sus problemas.
Todas las historias son tal y como las recordamos, como nos las contaron los famosos y están escritas sin resentimientos o intención alguna de caer en la provocación.
Estamos convencidos de que las cosas siempre pasan por algo: para que existan las anécdotas.
El problema de José José
Uno de los mejores cantantes del mundo, José José, tenía a Dios en la garganta y al diablo en los pantalones.
Y lo sé porque me lo soltó una noche. Así como si nada.
Estábamos sentados frente a frente, divinos. Él de esmoquin y yo con un traje negro que me hace ver súper guapa, con la boca roja. Supongo que José pensó que era el instante ideal para dar rienda suelta a sus confesiones sexuales. No es por presumir, pero soy una mujer abierta y alivianada, y, además, tal vez le inspiré confianza porque más que una frágil dama parezco un señor a la hora de hablar de ciertos temas.
Ya habíamos platicado de su maravillosa carrera, de los tiempos de alcoholismo, de sus 25 años de sobriedad recién cumplidos, de sus amores, del cáncer, de nuestros domingos de toros y de mis años de gordura.
De pronto, me miró fijamente y justo cuando me metía en la boca una brocheta de carnita tailandesa con tocino, disparó:
“Martha, soy eyaculador precoz.” Y se quedó tan fresco como la mañana.
Me saqué el canapé con el palito —cosas del instinto— y le contesté con un ambiguo:
“¿Cómo crees?”, que es la mejor salida cuando no sabes qué decir y quieres ganar tiempo para pensar.
Pero la cabeza me daba vueltas entre cuatro posibles respuestas. Primero, mostrarle apoyo poniéndole una mano sobre el hombro, pero físicamente era imposible porque la mesa nos separaba. Después pensé en decirle que su problema era psicológico y tenía que ver con la culpa, el “chupe” o algún daño en el sistema nervioso (es que a veces leo cosas y las recuerdo en el momento preciso).
También consideré verme muy sabionda aportando que la velocidad media de la eyaculación masculina es de 45 kilómetros por hora (lo ví en un documental de medianoche); o restarle peso al momento y contestar entre risas “un rapidín siempre se agradece”. Pues mejor no dije nada.
Aparte, no es para tanto: José José sólo tenía una muerte chiquita más chiquita que el resto de los mortales.
Me acuerdo que lo primero que pensé fue “Dios no reparte a lo tonto”, a él le regaló el talento vocal, pero le quitó los 13 minutos promedio de placer sexual.
Para los lectores que no están familiarizados con el tema, un eyaculador precoz es aquel que no puede controlar la expulsión de fluidos y le ocurre antes de lo deseado (y puede pasar antes de la penetración o segundos después). Sí, qué triste.
Por cierto, ¿han visto su famoso video de “El Triste”? ¡Es una locura! Controlaba la voz de una manera impresionante, como un Pavarotti; pero sexualmente sólo mantenía los bríos un minuto. Es que el cuerpo humano es un misterio y los órganos funcionan como les da la gana. Se paran, no se paran, reaccionan, no reaccionan, laten de más, no laten. Qué lata.
Y ahí estaba el Príncipe, elegantísimo (porque veníamos de un homenaje que le hicieron en el Teatro Degollado, en Guanajuato), hablando sobre los caprichos de su organismo y dando cátedra sobre el riego sanguíneo del pene.
Yo, que soy toda oídos, reflexionaba sobre el destino que le tocó vivir y fue entonces que la conversación tomó un rumbo más…optimista.
Me contó que todo en la vida es cuestión de ver el vaso medio vacío o medio lleno y me reveló su fórmula mágica-matemática para alcanzar placer en el terreno de las relaciones íntimas.
Dijo que en vez de tener un coito por noche ¡tenía 6! ¡Seis! De esta manera lograba un súper promedio. Si lo ves por el lado amable, es un dato soñado: en lugar de los 4 o 6 encuentros amorosos que tiene todo el mundo a la semana, él se aventaba 24 o 36. Al final, el “vaso lleno” del Príncipe estaba sobrado.