El caballo Fresno, el toro Marius, el pollito Little, la cerdita Sakura, la cabrita Gali y otros muchos protagonistas de Solo les falta hablar se convierten en estas páginas en amigos con nombre propio. Amigos que, igual que tú, aman, sienten y sufren y cuyas emotivas historias nos replantean una nueva conciencia mucho más empática y solidaria.
Todos ellos han tenido una segunda oportunidad gracias a Santuario Vegan y al gran amor y entrega de Laura y Eduardo. Historias de amor, amistad, superación que provocarán en el lector una nueva comprensión hacia estos animales tan desconocidos y olvidados por la sociedad.
que pasaron por nuest ras vidas.
verdadero sentido de la palabra vivir.
A quien me inspiró en el camino.
a Aitor, y a los que me apoyan.
a lo largo de los años.
a día a proteger a los animales.
Introducción
Me llamo Laura y, junto a mi compañero Edu, creé el primer Santuario para animales de España que rescataba y daba una segunda oportunidad a esas víctimas invisibles de la explotación animal.
Desde el principio tuve dudas, muchas más que mi compañero. Al contrario que él, yo ya llevaba años haciendo voluntariado en protectoras de perros y gatos, ayudando a animales «callejeros» y participando activamente en el mundo de la protección animal.
Cuando empezamos el Santuario Vegan, tenía treinta y dos años, diez de los cuales siendo vegana. Y desde los dieciocho ayudando a los animales. Por ese motivo tenía muy claro el peso y la responsabilidad a la que nos podíamos enfrentar si decidíamos iniciar un Santuario.
Cuando rescatas a un animal tienes que cuidarle. No tiene sentido sacar de un apuro a alguien para dejarle en otro lugar igual o peor. Cuando ayudas, tiene que ser para mejorar su vida. Y es por eso que es tan duro ayudar a otros. Y da igual que hablemos de humanos o no humanos, porque al final es muy parecido. Renuncias a una parte de tu vida, esa en la que te refugias, tu espacio personal, y lo entregas a quienes tienen menos que tú.
Además, ya sabía muy bien cuál iba a ser uno de los problemas a los que nos íbamos a enfrentar. Porque un perro o un gato, cuando les abandonan acaban, con suerte, en una protectora de animales. He estado en muchas, y siempre suelen estar pensadas del mismo modo, de la manera que más sentido tiene.
Una protectora está concebida como un lugar de paso, porque el objetivo es darle a ese perro o gato un hogar. Porque todo el mundo sabe que donde mejor van a estar es en una casa con una familia que se responsabilice de ellos. Por tanto, una protectora asume una responsabilidad limitada sobre cada animal rescatado, aunque si este tiene mala suerte, nunca nadie le adoptará y pasará allí su vida, la cual no será la que más le hubiese gustado tener.
Pero un Santuario no era eso, y es algo que ya sabía. Un Santuario es un lugar donde los animales van y no salen. Es su lugar. Es su hogar. Porque los santuarios solo existen para animales que, si consiguen ser rescatados, no tienen otro sitio dónde ir, ya sea por sus propias condiciones o porque la ley no lo permite. Porque es posible que no os hayáis parado a pensar, o que no sepáis, que una vaca, un cerdo o una oveja no pueden vivir en una casa con jardín con una familia. La ley les contempla como cosas, como productos, así que no les permite vivir más allá de la granja que les explota —y les envía después al matadero— o el propio matadero que pone fin a sus vidas.
Así que figurad lo que me venía a la cabeza cuando me pensaba en un refugio con cientos de animales como ovejas, cerdos o vacas —que algunos de ellos pueden llegar a vivir más de veinticinco años— y siendo yo la persona responsable de ellos. Porque asumir ese papel, esa responsabilidad tan inmensa, es algo que te ata de por vida.
Pero ya os podréis imaginar lo que sucedió. Las circunstancias fueron las que fueron y yo soy como soy, así que, mirado en retrospectiva, me doy cuenta de que era inevitable. Quizás estuviese predestinada o quizás es algo que siempre quise hacer. Sin darme cuenta, y envuelta en una vorágine de acontecimientos, de rescates y de intentar salvar, atender y cuidar a animales de los que apenas sabía nada, me vi trasladando sesenta vidas a Madrid para empezar allí este proyecto.
He cambiado mucho desde entonces. Todos hemos cambiado. Y he aprendido mucho también. He entendido que los animales nos necesitan y que los santuarios son la piedra angular de un movimiento que defienda sus derechos. He entendido que aunque luchemos por los animales, lo hacemos envueltos en una lucha más global por la justicia, la empatía, y por un mundo mejor para todos. He aprendido que hay que ser valiente y no dejarse intimidar por nadie, porque tus compañeras, los animales del Santuario y los que están fuera, dependen de eso. De ser valiente, de luchar y no conformarse con algo cuando consideras que es injusto.
Un Santuario no es solo un refugio y no es solo un lugar lleno de historias increíbles. Un Santuario es una lucha contra un sistema. Es rebelarse para mostrar que podemos relacionarnos con los animales de una forma diferente. Un Santuario es una visión que cuestiona todos los principios y leyes sobre los que se sustenta el planeta en el que vivimos, que explota y mata a miles de millones de animales cada día. Un Santuario es una historia en sí misma, en la que coges un pedazo del mundo y le cambias las reglas. Y ahí dentro, en ese lugar protegido, los animales, por una vez, son los jefes y los que importan. Y los humanos que allí estamos trabajamos para ellos, para garantizar su seguridad, su bienestar y su felicidad.
Y nos dejamos la vida en luchar para que cada vez haya menos animales fuera, en la sociedad en la que se les considera meros recursos, y pasen a este pedacito de lugar en el que son alguien. Y pueden intentar frenarnos o boicotear nuestro trabajo, ponernos trabas e impedimentos. Pero no lo van a conseguir.
Empezamos el Santuario teniendo claro que era una lucha para proponer ese otro mundo lleno de empatía, respeto y amor, y sabíamos que íbamos a tener enfrente a la Administración, a los