De la cobardía que no se atreve a afrontar nueva verdad, de la pereza que se contenta con la media verdad, de la arrogancia que cree que conoce toda verdad, buen Señor, líbranos.
Oración keniata
ESTA HISTORIA ES MI verdad tal como la recuerdo. Algunos eventos y personas tuvieron que ser compuestos, y se reconstruyeron los diálogos para propósitos narrativos, pero he hecho todo lo posible por mantenerme fiel al contenido de esas conversaciones, los hechos de los eventos, y el espíritu de las relaciones representadas en este libro. Otras personas, desde luego, puede que tengan sus propios recuerdos o percepciones de los acontecimientos.
Aunque aprendí mucho sobre el trastorno de pseudoobstrucción de movilidad y el trastorno de hipomotilidad antral en nuestro viaje, no me considero a mí misma una experta médica, y ninguna parte de este manuscrito debería ser interpretada o malinterpretada como información o consejo médico. Mis opiniones no reflejan necesariamente las opiniones de la iglesia bautista Alsbury o de ningún otro distrito u organización que me haya invitado o me invitará en el futuro como oradora.
Kevin y yo estamos más agradecidos de lo que podemos expresar al Dr. Nurko, el Dr. Siddiqui, Dani Dillard, y todos los maravillosos cuidadores que se ocuparon de Anna en Cook Children´s y el hospital Children´s de Boston. Lo mismo para el increíble departamento de bomberos voluntarios de Briaroaks. También atesoramos y apreciamos a nuestra familia eclesial en Alsbury Baptist, mi maravillosa familia, la maravillosa familia de Kevin, Ángela Cimino, Nina y los Cash, y muchos otros amigos que estuvieron ahí para ayudarnos, alimentarnos y cuidar de nuestras hijas. Son demasiados para mencionarlos a todos, pero cada uno es especial en mi corazón, y estoy profundamente agradecida.
Gracias sinceras a mi agente, la fabulosa Nena Madonia de Dupree/Miller & Associates, que ha sido una incansable defensora de este libro durante algunos mares tormentosos. La fe de Mauro DiPreta en nuestra historia y en este proyecto ha sido transformadora para mí. Inmensas gracias para él y cada persona en Hachette.
Abigail, Annabel y Adelynn: escuchen, hermanas, ustedes saben que son mi corazón y mi alma. Cuando algún día lean este libro a sus hijos, espero que les digan: “Sí, mi mamá estaba un poco chiflada a veces, pero me quería. De eso no hay ninguna duda”. Cuando alabo a Dios de quien fluye toda bendición, ustedes son las bendiciones mejores y más brillantes que una mamá podría imaginar nunca.
Y a mi esposo, el Dr. Kevin Beam... cariño, tú ya lo sabes. Pero mi plan es seguir diciéndotelo durante el resto de mi vida.
Christy Beam
Burleson, Texas
Primavera de 2015
Él hace grandezas, demasiado maravillosas para comprenderlas, y realiza milagros incontables.
Job 9:10
CUANDO MI ESPOSO Y yo nos establecimos para comenzar una familia, oramos por los milagros comunes: hijos sanos, un hogar en paz, un modelo reciente de camioneta pickup con un buen aire acondicionado, y lluvia oportuna que cayera abundantemente sobre los parterres de flores pero nunca las noches de viernes de fútbol. No esperábamos nada más impresionante que un atardecer en el norte de Texas, nada más celestial que envejecer juntos. Nuestra definición de paraíso era una parcela de terreno apartada fuera de Burleson, Texas, una pequeña ciudad al sur de la ocupada zona metropolitana de Dallas-Fort Worth.
Somos personas que asisten a la iglesia, Kevin y yo, personas de fe. Hemos experimentado “lluvias de bendiciones”, como dice el viejo canto góspel, “gotas de misericordia que caen a nuestro alrededor”, como cuando un bebé nace después de que una familia haya renunciado a la esperanza o cuando dos desconocidos cruzan sus caminos y un impulso en el corazón les dice que ya son amigos. Siempre hemos creído en los milagros, en teoría. Todo es posible para Dios, se nos dice, y muy, muy de vez en cuando, oía acerca de algo que desafía las probabilidades y aparta los temores.
Ahora sostengo un milagro en mis manos.
La enfermera me entrega unas hojas impresas en computadora, dos páginas que enumeran todos los medicamentos que mi hija tomaba la última vez que la llevé al hospital Children´s en Boston, la vez que ella me dijo que quería morir y estar con Jesús en el cielo donde no hay dolor.
“¿Hace tres años?”, dice la enfermera levantando una de sus cejas. “¿Puede ser eso correcto?”.
Es correcto. El hecho de que sea imposible ya no importa.
“Entonces, Annabel”, dice la enfermera, “parece que ya tienes doce años”.
Anna asiente con entusiasmo, feliz por tener doce, feliz por estar en Boston, feliz por estar viva. La enfermera la dirige a subirse en la báscula.
“Mientras obtengo sus signos vitales, ¿podría por favor repasar esto?”, me dice la enfermera indicando las páginas.
“Necesito que lo repase para comprobar que es preciso y así poder actualizarlo en la computadora. Simplemente marque las que aún sigue tomando”.
Mis ojos recorren la lista.
Prevacid (lansoprazol), un inhibidor de producción de ácidos gástricos; suplemento probiótico; polietinelglicol; Periactin (ciproheptadina), un antihistamínico con anticolinérgico adicional, antiserotonérgico, y agentes anestésicos locales...
Es como mirar la cicatriz quirúrgica en el abdomen de Anna, tan solo una pálida línea blanca ahora donde le cosieron, y volvieron a abrir, y volvieron a coser una vez más.
Neurontin (gabapentina), un anticonvulsiones y analgésico; rifaximina, un antibiótico semisintético derivado dela rifamicina; Augmentin (amoxicilina y ácido clavulánico); hidrocloruro de tramadol para el dolor moderado a severo...
Por un momento, la larga lista se nubla delante de mis ojos. Dios mío, lo que tuvo que pasar su cuerpecito.
Hiosciamina, un alcaloide tropánico y metabolítico secundario; Celexa (hidrobromuro de citalopram), un inhibidor de la recaptación de serotonina...
Sonrío a la enfermera. “Ya no toma ninguno de estos”.
“¿Se refiere a ninguno de estos?”, pregunta ella, indicando la primera columna con una pluma.
“No, me refiero a estos”. Sostengo las dos páginas en mis manos. “No está tomando nada”.
“Vaya. Muy bien”. Ella estudia la lista. “Eso es realmente... vaya... eso es... ”.
Un milagro.
Ella no lo dice, pero está bien. La gente por lo general se siente más cómoda al llamar a las cosas pequeñas coincidencia, o casualidad, o pura suerte. Los médicos utilizan palabras como remisión espontánea para dar explicación a lo que es totalmente inexplicable. Hace algún tiempo tomé la decisión consciente de utilizar la palabra con M. No siempre vi la mano de Dios entre los enredados hilos de mi vida, pero ahora la veo. Él estuvo ahí en nuestro comienzo y cada vez que nuestro mundo se desmoronó. Él está con nosotros ahora y en el futuro no conocido.
De pie bajo la luz de todo lo que Él nos ha dado, bajo la luz de todo lo que ha sucedido, no puedo no contar nuestra historia.
Este gran árbol se elevaba muy por encima de los demás árboles que lo rodeaban. Creció y desarrolló ramas gruesas y largas por el agua abundante que recibían sus raíces.
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