Las visiones de Ana Catalina Emerich
La beata Ana Catalina Emerich vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX, una religiosa que había sido granjera y que empezó a tener visiones profundísimas sobre la Pasión de Jesús, con una amplitud de detalles realmente extraordinarios, que incluso inspiraron a Mel Gibson para hacer su película. Un romántico alemán conoció el caso de Ana Catalina y redactó todo lo que le había contado. Son esas narraciones sobre sus visiones, un libro clásico de la Pasión, lo que ha reeditado Libros Libres en su sello Voz de Papel con prólogo del cardenal Antonio Cañizares. Es la primera vez que se ofrece en español desde la versión original alemana.
ANA CATALINA EMMERICH. Religiosa Agustina, estigmática y extática, nació el 8 de setiembre de 1774 en Flamsche, cerca de Coesfeld en la Diócesis de Munster, en Westphalia, Alemania, y murió el 9 de febrero de 1824 en la localidad de Dulmen.
A la edad de veintiocho años ingresó en un convento agustino, después de haber trabajado como costurera y sirvienta. En 1813 enfermó, y a partir de ese momento sus estigmas se manifestaron externamente. A lo largo de toda su vida había tenido visiones del presente, del pasado y del futuro. Desde el momento en que quedó postrada en la cama, el poeta alemán Clemente Brentano la visitó diariamente y transcribió las visiones que Emmerich tuvo de la Pasión de Jesucristo, que fueron publicadas en 1833.
Por la importancia y relevancia de su testimonio, fue beatificada el 3 de octubre de 2004 por Juan Pablo II.
Primera meditación.
Preparativos para la Pascua
Jueves Santo, el 13 Nisán (29 de marzo)
Ayer por la tarde, Nuestro Señor tomó su última comida junto con sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, y allí mismo, María Magdalena ungió por última vez con perfume los pies de Jesús. Judas se escandalizó; corrió a Jerusalén y conspiró con los príncipes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Después de la comida, Jesús volvió a casa de Lázaro, mientras algunos de los apóstoles se dirigían a la posada que se halla a la entrada de Betania. Por la noche, Nicodemo acudió de nuevo a casa de Lázaro y tuvo una larga conversación con el Señor; volvió a Jerusalén antes del amanecer, y Lázaro lo acompañó durante un tramo del camino.
Los discípulos le habían preguntado a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes del amanecer, Nuestro Señor ha mandado a buscar a Pedro, a Santiago y a Juan; les ha explicado con detalle todos los preparativos que deben disponer en Jerusalén, y les ha dicho que, subiendo al monte Sión, encontrarían a un hombre con un cántaro de agua. Reconocerían a ese hombre, pues, en la Pascua anterior, en Betania, fue él quien mandó preparar la comida para Jesús; por eso, san Mateo dice: «Él les dijo: “Id a la ciudad, a uno, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca, en tu casa haré la Pascua con mis discípulos’”». Después debían ser conducidos por ese hombre al cenáculo y allí hacer todos los preparativos necesarios.
Yo vi a los apóstoles subir a Jerusalén, por una quebrada al sur del Templo y al norte de Sión. En una de las vertientes de la montaña del Templo había una hilera de casas, y ellos marcharon frente a esas casas, siguiendo el curso de un torrente. Cuando alcanzaron la cumbre del monte Sión, que es una montaña más alta que la montaña del Templo, se encaminaron hacia el Mediodía, y al principio de una pequeña cuesta encontraron al hombre que Jesús les había descrito; fueron tras él y le dijeron lo que Jesús les había mandado. El hombre recibió con gran alegría sus palabras y les respondió que en su casa había sido ya dispuesta una cena (probablemente por Nicodemo), pero que, hasta aquel momento, él no había sabido para quién y que se alegraba mucho de saber que era para Jesús. El nombre de este hombre era Helí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa Jesús había anunciado el año anterior la muerte de Juan el Bautista. Helí tenía únicamente un hijo, que era levita, y amigo de san Lucas, antes de que éste fuese llamado por Nuestro Señor, y cinco hijas, todas ellas solteras. Todos los años acudía a la fiesta de Pascua con sus sirvientes, alquilaba una sala y preparaba la Pascua para todos aquellos que no tuvieran amigos con quienes hospedarse en la ciudad. Ese año había alquilado un cenáculo propiedad de Nicodemo y José de Arimatea. Mostró a los apóstoles dónde estaba y cuál era su distribución.
Segunda meditación.
El cenáculo
Del lado sur del monte Sión, no lejos de las ruinas del castillo de David y del mercado que asciende hacia el castillo hacia el este, hay una antigua y sólida edificación entre frondosos árboles, en mitad de un espacioso patio amurallado. A ambos lados de la entrada se ven otras construcciones anejas, sobre todo a la derecha, donde está la morada del sirviente principal, y pegada a ésta, la casa en la que la Santísima Virgen y las santas mujeres pasaron más tiempo después de la muerte de Jesús. El cenáculo, que en otras épocas había sido más grande, fue residencia de los bravos capitanes de David, que allí se ejercitaban en el uso de las armas.
Antes de la construcción del Templo, el Arca de la Alianza estuvo depositada allí durante un largo período, y todavía pueden encontrarse huellas de su presencia en el sótano. También he visto al profeta Malaquías cobijado bajo ese mismo techo; fue allí donde escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el Sacrificio de la Nueva Alianza. Salomón rindió honores a esta casa y llegó a tener lugar en ella algún acto simbólico y figurativo que he olvidado. Cuando casi todo Jerusalén fue destruido por los babilonios, esta casa fue respetada. He visto otras muchas cosas relacionadas con la casa; pero sólo recuerdo lo que he contado.
Cuando fue comprado por Nicodemo y José de Arimatea, este edificio estaba en muy mal estado. Ellos arreglaron el cuerpo principal y lo dispusieron cómodamente; lo alquilaban a los extranjeros que acudían a Jerusalén con motivo de la Pascua. Así fue como Nuestro Señor pudo celebrar allí la Pascua del año anterior. Además, la casa y sus dependencias se utilizaban como almacén de estelas, monumentos y otras piedras, y también como taller para los obreros. José de Arimatea poseía excelentes canteras en su país, de donde hacía traer grandes bloques de piedra, con las cuales, bajo su dirección, esculpían sepulcros, adornos y columnas que después vendían. Nicodemo también se dedicaba a este negocio y solía pasar muchas horas de sus ratos libres esculpiendo. Trabajaba en la sala o en el sótano bajo ésta, excepto en tiempo de las fiestas. Su trabajo lo había llevado a conocer a José de Arimatea, de quien se había hecho amigo; a menudo, habían llevado a cabo juntos alguna empresa.
Esa mañana, mientras Pedro y Juan hablaban con el hombre que había alquilado el cenáculo, vi a Nicodemo en la casa de la izquierda del patio, donde habían sido colocadas muchas piedras que impedían el paso al cenáculo. Una semana antes, vi a varias personas trasladando las piedras de un lado a otro, limpiando el patio y preparando el cenáculo para la Pascua; entre ellos me pareció ver a algunos discípulos, quizás Aram y Temeni, los primos de José de Arimatea. El cenáculo propiamente dicho está casi en el centro del patio, es rectangular y lo rodean chatas columnas; si el espacio entre los pilares se abriera un poco, podría formar parte de la gran sala interior, pues todo el edificio es como si fuera transparente; pero, excepto en las ocasiones especiales, los pasos están cerrados. La luz penetra por unas ranuras que hay en lo alto de las paredes. Al entrar, se encuentra primero un vestíbulo, al que dan acceso tres puertas; luego, la gran sala interior, de cuyo techo cuelgan varias lámparas; las paredes, hasta media altura, están decoradas para la fiesta con hermosas esteras y tapices, y una abertura del techo ha sido velada con una gasa azul muy transparente.