CAPÍTULO I
EL PUNTO DE ALERTA ROJA
M uchas y variadas son las razones por las que te pueden correr de la escuela… y la lista es larga:
1. Tener las peores calificaciones del universo. 2. Refugiarse en los ultimos lugares del salon para tomar la siesta. 3. Olvidarse de la tarea... y tomarselo ya como una costumbre. 4. Colocar tachuelas en el asiento de otros companeros (o en el del profesor). 5. Copiar en un examen o robarlo del Cuartel General (la direccion de la escuela), lo que ya constituye un delito mayor. 6. Irse de pinta. 7. Ejercitar el arte del dibujo mientras estas en clase de espanol. 8. Escuchar musica con tus audifonos al mismo tiempo que la maestra explica un problema de aritmetica. 9. Escribir una carta de amor, sin importar la clase en la que suceda. |
Ésta es la historia de cómo dejé de ser lo que todo el mundo considera “un buen chico”… y entré a ese grupo de gente indeseable a la que corren de la escuela; y todo lo que sucedió después, y sus consecuencias.
Aunque ustedes no lo crean, alguna vez estuve en el cuadro de honor.
Podría decir que el drama comenzó justo la mañana que descubrí un grano detonando en la punta de mi nariz. Estaba en el baño y acerqué el rostro al espejo: era como un tercer ojo… que me estuviera mirando.
—¿Qué es eso? —me pregunté: parecía un alienígena que repentinamente hubiera aterrizado ahí, en esa parte de mi rostro.
En las mencionadas circunstancias cualquiera puede sentirse el centro de las miradas de toda la humanidad.
Y así salí a la calle.
—Te nació otra cabeza —dijo el chofer del autobús que me llevaba a la escuela, como si fuera un gran chiste, lo que me importó muy poco.
Una chica que estaba sentada junto a mí tuvo que acomodarse los lentes para poder ver con detenimiento aquella protuberancia de manteca, y de color blanco, que acababa de nacer justo en el centro de mi fisonomía.
Entonces sospeché que había llegado ese momento que casi nadie nota en su existencia y que sucede repentinamente, como un terremoto y de manera inesperada, al finalizar la escuela primaria o al principio de la secundaria, y que para muchos familiares, especialmente para los padres, significa algo insoportable:
—¡Ese chico se la pasa encerrado en su cuarto! —Ésta es una clásica observación de la autoridad, o como ustedes quieran llamarle: los jefes, the boss , el comando supremo.
Aunque también pueden molestarse por otro tipo de cosas:
—Ahora se junta con gente rara.
O pueden empezar a notar que su aspecto físico no es el que esperaban:
—Se está dejando crecer el pelo.
Algunos chicos, llegados a esta edad, terminan por perderse: se les llena el cuerpo de granos, una pierna les crece más que la otra, les da por llorar y hasta se enamoran. A mi primo Ceferino le salieron pelos en los lugares más insospechados de su cuerpo, pero no sólo eso: también le dio por las cosas prohibidas (algo de lo que no sé si podré hablar en estas páginas); mi vecino sufrió un ataque de hongos en los pies (lo sé, no es un comentario de buen gusto y trataré de evitarlos); y a un chico de la escuela se le enrareció la voz: de repente se le escapaban los gallos.
A esto vamos a llamarle el PUNTO DE ALERTA ROJA, ese momento de metamorfosis cuando te estás convirtiendo en algo que para los adultos podría ser extraño. A veces es la razón por la que te castigan, te dan una tunda o, como fue mi caso, terminan por correrte de la escuela.
No pienso entrar en detalles de lo que sucedió aquella tarde escolar. Sólo les voy a decir que todo está relacionado con el citado grano. Eso fue el principio de algo que después se convirtió en una bola de nieve… y le dio un giro a mi vida.
CAPÍTULO 2
RODILLAS TEMBLANDO
S ospeché que no tardaría en llegar el aviso donde se notificaba el fin de la relación entre el Instituto Simón Bolívar, la corporación educativa que intentó convertirme en un ciudadano ejemplar, y yo. Dicha institución, al darse cuenta de que no era fácil trabajar conmigo (un espécimen de otro planeta), decidió prescindir del reto que representaba mi formación… y me mandó a la calle: lejos quedaba la esperanza de convertirme en un émulo de Newton, Einstein o Beethoven.
—¿Qué voy a decir cuándo llegue a casa? —me preguntaba mientras iba en camino.
Y se me apareció mi desdoblamiento (que también tenía un barro en la nariz).
—Debes guardar la calma —dijo.
Mi desdoblamiento a veces expresa tonterías.
—¿Cómo quieres que guarde la calma? —le reclamé.
Entonces mi desdoblamiento se convirtió en Yoda, el famoso mentor de la Guerra de las Galaxias (también él traía un barro en la nariz).
—Tú entra a la casa como si no sucediera nada.
—¿Y si ya les avisaron que me corrieron…?
Y el desdoblamiento desapareció.
A media cuadra empecé a caminar con cuidado. Supuse que el enemigo podría estar por ahí parapetado, presto a cogerme, entre los arbustos de ese jardincillo que tiene mi tía al frente de la casa, o detrás del automóvil mortuorio de mi tío, o acuclillado junto a un poste, o desde la vivienda vecina o asomándose por una coladera… Uno nunca sabe desde donde lo pueda atacar el adversario.
Metí la llave en el cerrojo, le di vuelta al mecanismo y abrí la puerta. Al parecer todo estaba en orden. Fui hasta la sala y desde ahí lancé un grito.
—¿Alguna novedad?
De la cocina me llegó un aroma a chilaquiles, y desde allá contestó mi tía.
—Estamos acá.
Yo continuaba sin moverme de ese sitio: era probable que me hubieran tendido una celada.
—¿Y todo está bien?
A esta pregunta mi tío fue el que contestó:
—Ya déjate de payasadas y vente a cenar.
Al parecer aún no tenían noticias de mi nueva condición escolar. ¿Cuánto tardaría en llegar esa carta que pondría en evidencia la clase de persona que era yo? ¿O llamarían por teléfono? ¿O se presentaría el director en la puerta de la casa?
—Voy —dije.
Entré. Ahí en la mesa estaban mi tío y mi primo, sentados, y mi tía parada frente a la estufa. Parecía que aún no se habían enterado. Y yo pensé que no se me notaba nada hasta que me acomodé en una silla y mi primo me volteó a ver mientras masticaba un pan con mermelada.
—¿Y eso? —señaló el grano de mi nariz—. Nada más de verte la cara me dan ganas de vomitar.
Todo lo que viví aquel día me sirvió como material de inspiración para trabajar en una nueva historieta.