ACÉRCATE
SEDIENTO
NO HAY CORAZÓN DEMASIADO SECO para SU TOQUE
Caribe-Betania Editores es un sello de Editorial Caribe, Inc.
© 2004 Editorial Caribe, Inc.
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, TN, E.U.A.
www.caribebetania.com
Título en inglés: Come Thirsty
© 2004 por Max Lucado
Publicado por W Publishing
Una división de Thomas Nelson, Inc.
A menos que se señale lo contrario, todas las citas
bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera 1960
© 1960 Sociedades Bíblicas Unidas en América Latina.
Usadas con permiso.
ISBN 088113-835-5
Traductor: John Bernal
Tipografía: Marysol Rodriguez
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra sin la debida autorización por
escrito de los editores.
Impreso en E.U.A.
Printed in the U.S.A.
ANDREA,
tu mamá y yo te dedicamos este libro con mucho orgullo
al celebrar tu cumpleaños número dieciocho.
Dime, ¿a dónde fueron a parar todos esos años?
Si lo supiera, gustoso los reclamaría y
volvería a vivir cada uno de ellos.
Te amamos, hija querida.
Que tu sonrisa nunca se desvanezca y
que tu fe sea siempre más profunda.
Y el que tiene sed, venga;
y el que quiera,
tome del agua de la vida
gratuitamente.
—APOCALIPSIS 22.17
Contenido
Primera parte
Acepta su obra
Segunda parte
Apóyate en su energía
Tercera parte
Confía en su señorío
Cuarta parte
Recibe su amor
Todos sabemos lo que significa estar sedientos, tanto física como espiritualmente. Ese anhelo de empapar la boca seca con agua fría puede ser muy fuerte, pero lo cierto es que un corazón seco es algo insoportable. Tú necesitas refrigerio espiritual, y lo necesitas ya mismo. Si tu corazón se ha resecado, si tu espíritu está un poco áspero, si tu alma se muere de sed, has venido al lugar correcto. En las páginas de este libro, Max nos conduce al pozo inagotable que Dios ha provisto para nosotros. También nos mostrará cómo recibir todo lo que Dios quiere darnos.
Por encima de todo, Max nos ayuda a entender que lo que más quiere Dios es que recibamos, que nos acerquemos sedientos y bebamos hasta lo más hondo de la fuente de agua viva que está disponible para cada uno de nosotros.
He aprendido mucho de Max Lucado. Durante años sus libros han sido una fuente constante de inspiración para mí, y su amistad es algo que siempre atesoraré. He tenido el privilegio de ser ministrado uno a uno por Max, y he tenido la oportunidad maravillosa de verle ministrar, con la misma eficacia, a un auditorio con más de quince mil personas.
Es mi oración por ti, que tienes este libro en tus manos, que tu alma sea ministrada y refrescada por medio de su contenido maravilloso.
—MICHAEL W. SMITH
Me empujaron, me incitaron, me animaron y me halagaron. Estos amigos hicieron del manuscrito un libro, y a ellos ofrezco mi mayor gratitud.
Jim Barker, golfista profesional que vive buscando a Dios. Tú sembraste esas semillas mientras tratabas de arreglar mi juego. Te alegrará saber que por lo menos las semillas rindieron fruto.
Liz Heaney y Karen Hill. Si los dentistas tuvieran la habilidad que ustedes tienen, tendríamos más sonrisas radiantes y menos dolor. ¡Un gran trabajo de edición!
Carol Bartley. Lo lograste de nuevo. Aplaudimos tu adicción metódica a los detalles y la precisión.
Hank Hanegraaff, gracias por generosamente dar de tu tiempo y de tu entendimiento.
David Moberg y W. Publishing. Ustedes me hacen sentir como un adolescente que juega en un equipo de las grandes ligas.
Los líderes de Oak Hills y la familia de la iglesia, ¡sea esta la ocasión para celebrar nuestro mejor año!
Susan Perry. Busca la expresión corazón de siervo en el diccionario y verás tu fotografía. Por tu servicio desinteresado y generoso, muchas gracias.
Jennifer McKinney. Apreciamos tu servicio casi tanto como tu sonrisa.
Margaret Mechinus. Tu habilidad para la organización neutraliza mis tendencias caóticas. Gracias por hacer que mis montones de papeles y libros tengan algún sentido y propósito.
Charles Prince, un sabio de verdad y amigo querido. Gracias por tu labor investigativa.
Steve Halliday. Gracias a ti, los lectores contarán de nuevo con una guía excelente para discutir y aplicar el material.
Andrew Cooley y el personal de UpWords, ¡un equipo con grandes victorias!
Steve y Cheryl Green. Denalyn y yo les apreciamos como compañeros permanentes y amigos muy queridos.
Michael W. Smith. Brindo por los grandes momentos que recién empezamos a pasar juntos.
Jenna, Andrea y Sara. La galaxia ha perdido tres estrellas. Gracias a ustedes, el mundo entero brilla más, especialmente el mío.
Mi esposa Denalyn. ¿Quién daría un cuadro de Renoir a un pueb-lerino? ¿Quién empeñaría el diamante más grande y hermoso del mundo? ¿Quién confiaría un Lamborghini a un niño de diez años? Supongo que Dios, porque Él te entregó a mí y todavía sigo atónito.
Dios, por tus reservas inagotables de gracia, te doy las gracias.
Bentley Bishop salió del ascensor para quedar inmerso en un mar de actividad dirigida exclusivamente a él. La primera voz que escuchó expresaba la urgencia de Eric, su productor.
«Señor Bishop, he tratado de conseguirlo en todas partes durante las últimas dos horas». Eric temblaba de puro nerviosismo. No era muy alto y tenía el vestido arrugado, la corbata suelta y los mismos zapatos que había usado durante el último año. Aunque apenas acababa de cumplir treinta, la calvicie ya había arrasado casi con la mitad de su cabeza. Aun cuando su estilo no era el último grito de la moda, su conocimiento y experiencia en los medios sí tenía mucho peso.
Eric leía la sociedad como un radar. Conocía a fondo la cultura corporativa y estaba a la cabeza en cuanto a actualidad y novedades, las últimas tendencias, los intereses de los adolescentes y las dietas de los ejecutivos. Resultado, sabía producir programas de opinión. Conocía los temas más interesantes y “calientes”, así como los mejores invitados, y Bentley Bishop estaba seguro de que su programa no corría peligro en manos de Eric. Tanto, que poco le importaba su tendencia a caer presa del pánico por el más mínimo contratiempo.
—Nunca llevo teléfono al campo de golf, Eric. Tú lo sabes.
—¿No le avisaron los encargados que yo llamé?
—Sí me informaron —la maquilladora acababa de amarrar un delantal al cuello de Bishop—. ¿Hoy quedé bien bronceado, dulzura? —preguntó, examinándola de la cabeza a los pies. Era tan joven como para ser su hija, pero su mirada no fue nada paternal.
—Por supuesto, el rubor de la cara es culpa tuya, Meagan. Verte siempre me hace sonrojar.
El coqueteo de Bishop asqueaba a todos menos a él mismo. El equipo de producción le había visto hacer lo mismo con una docena de chicas. Las dos recepcionistas intercambiaron miradas exasperadas. También a ellas solía hablarles con piropos y empalagos, pero últimamente se le antojaba juguetear con «la dulzura en los pantalones apretados», como le habían oído describirla.
Eric habría despedido a Meagan sin vacilar, pero no tenía la autoridad. Meagan habría renunciado sin mirar atrás, pero necesitaba el dinero.
—Señor. Bishop —dijo Eric mientras miraba su reloj—. Tenemos un problema.
El anuncio se escuchó desde el otro lado del pasillo. "Quince minutos para salir al aire".
—Qué lío —bromeó Bishop mientras se quitaba el delantal de maquillaje—. Parece que tendremos que terminar esto después, nena.
Página siguiente