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Witold Szabłowski - Los osos que bailan

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Witold Szabłowski Los osos que bailan
  • Libro:
    Los osos que bailan
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2018
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Los osos que bailan: resumen, descripción y anotación

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WITOLD SZABOWSKI Ostrów Mazowiecka Polonia 1980 Galardonado periodista y - photo 1

WITOLD SZABŁOWSKI. Ostrów Mazowiecka (Polonia), 1980. Galardonado periodista y escritor polaco, se graduó en el departamento de Periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad de Varsovia y vivió y estudió durante un año en Turquía; por eso gran parte de su trabajo periodístico trata sobre temas turcos. A los veinticinco años, era el reportero más joven del suplemento semanal del periódico polaco Gazeta Wyborcza, donde cubrió historias internacionales en países como Cuba, Sudáfrica e Islandia. Sus trabajos sobre el problema de los inmigrantes ilegales que acuden a la UE ganaron el Premio de Periodismo del Parlamento Europeo, y su reportaje sobre la masacre de polacos en Ucrania en 1943, que relata el destino de las víctimas y testigos de las masacres de polacos en Volhynia entre 1943 y 1944, enfocado en las personas que, con gran riesgo personal, brindaron ayuda a sus vecinos polacos o judíos, es considerado uno de los mejores informes sobre el tema y ganó el Premio Ryszard Kapuściński de la Agencia de Prensa Polaca. Su libro sobre Turquía, The Assassin from Apricot City, ganó el Premio Beata Pawlak y un premio PEN, y fue nominado para el Premio Nike, el más prestigioso de Polonia. Szabłowski también ganó el Premio Melchior Wańkowicz 2007 por su honesta documentación de aspectos de la sociedad turca que no son ampliamente conocidos fuera del país, y en 2008 recibió una mención honorífica de Amnistía Internacional por su informe sobre los homicidios de honor turcos.

01

EL AMOR

1

Grigori Mírchev Marinov hunde la cabeza en su mano derecha y con la izquierda echa la ceniza del cigarrillo al suelo, suelo que en el pueblo de Drenovec es de un intenso color marrón que a ratos se torna rojo. Estamos sentados junto a una casa de paredes revocadas en gris. Marinov tiene algo más de setenta años, pero aún no anda encorvado, aunque en Drenovec, un pueblo en el norte de Bulgaria habitado sobre todo por gitanos, son pocos los hombres que alcanzan su edad.

La verdad es que con las mujeres tampoco está mejor la cosa. En el marco de la puerta de la casa de Marinov hay una esquela reciente con la foto de una mujer solo algo más joven que él. Es su esposa. Murió el año pasado.

Si uno cruza esa puerta, pasa al lado de un carro, una mula y una pila de papeles viejos, llega a una era. En el centro hay una estaca clavada en la tierra. La osa Vela pasó ahí atada casi veinte años de su vida.

—La quería como si fuera mi propia hija —dice Mírchev, a quien la memoria le ha trasladado por un instante a aquellas mañanas a orillas del mar Negro cuando Vela y él, apoyados el uno contra el otro, husmeaban el aire mirando hacia el mar, tomaban un trozo de pan de trigo y se dirigían al trabajo caminando por un asfalto que iba calentándose poco a poco. Y parece que esos recuerdos lo vayan derritiendo como el sol el asfalto y se olvida del cigarrillo hasta que la brasa empieza a quemarle los dedos y entonces tira la colilla al suelo marrón rojizo y regresa al pueblo de Drenovec, junto a la casa de paredes revocadas en gris, con una esquela en el marco de la puerta.

—Pongo a Dios por testigo, la quería como si fuera un ser humano —habla sacudiendo la cabeza—. La quería como si fuera uno de mis familiares más cercanos. Nunca le faltó pan. Ni el mejor de los alcoholes. Ni fresas. Ni chocolate. Ni golosinas. Si hubiera podido, la habría cargado a hombros. Así que, si dices que le pegaba, que lo pasaba mal conmigo, mientes.

2

Vela apareció en casa de los Mírchev a principios de los tristes años noventa, con la caída del comunismo que arrastraría consigo a los koljoses, allí llamados TK3C, trudovo kooperativno zemedelsko stopanstvo. Yo era tractorista en el TK3C de Drenovec, conducía un tractor de la marca Belorrus y me gustaba mucho mi trabajo —dice Mírchev—. Si hubiera podido, me habría pasado toda la vida trabajando en el koljós. La gente era maja. El trabajo a veces era duro, pero al aire libre. No nos faltaba de nada.

Pero en 1991 el TK3C empezó con los despidos. El director llamó a Mírchev y le dijo que en el capitalismo un tractorista, además de conducir un tractor, tenía que ayudar con las vacas y con la siembra y con la siega. Grigori había ayudado tantas veces a gente en otros puestos que no le parecía un problema. Pero el director dijo que sí, que él lo entendía todo, pero que en el capitalismo le era imposible mantener a doce tractoristas, aunque fueran tan todoterrenos como Mírchev —porque antes eran doce en el TK3C de Drenovec— y que como mucho podía mantener a tres. A Mírchev lo despidieron.

—Me pagaron el sueldo de tres meses y adiós, muy buenas —recuerda Mírchev. Y añade—: Si sales de casa, tiras un poco a la derecha y subes a un montículo que hay allí, podrás ver lo que queda de nuestro koljós. Era un koljós precioso, trescientas vacas, cientos de hectáreas, muy bien gestionado. Trabajaban sobre todo gitanos, porque los búlgaros decían que allí olía fatal. Hoy todo se ha ido a pique y los gitanos, en lugar de trabajar, cobran el paro. Y la leche que venden en el supermercado de Razgrad es alemana. Se conoce que a los alemanes sí les sale a cuenta tener grandes granjas agrícolas, a los búlgaro,s no.

En 1991, Mírchev tuvo que hacerse esa pregunta tan elemental que se hace cualquier persona a la que echan del trabajo: «¿Qué otra cosa sé hacer?».

—En mi caso, la respuesta era simple —dice—. Sabía adiestrar osos para que bailaran. Mi padre y mi abuelo eran adiestradores de osos, y mi hermano Stefan trabajaba con osos desde que terminó el colegio. De nuestra familia más cercana solo yo había ido a trabajar al koljós —dice Mírchev—. Quise probar algo distinto, porque lo de los osos ya lo conocía. Muchos adiestradores de osos habían ido a trabajar al koljós, como yo. Pero, claro, yo me había criado con los mechkas. Conocía todas las canciones, todos los números, todas las historias. A dos de los osos de mi padre yo mismo les había dado el biberón. Cuando nació mi hijo, se criaron juntos. Más de una vez me había equivocado con los biberones y al niño le había dado el de la osa y a la osa el del niño. Así que, cuando me despidieron del koljós, me quedaba clara una cosa: si quería seguir viviendo, tenía que hacerme cuanto antes con un oso. Sin un oso no iba a poder aguantar ni un año.

¿Que cómo lo encontré? Espera, me fumo otro cigarro y te lo cuento todo.

3

Fui a buscar un oso a la reserva de Kormisosh. Es un una conocida zona de caza; dicen que Brézhnev perdonó a nuestros comunistas una deuda de mil millones de levas con la condición de que lo llevaran allí a cazar. Me lo dijo un tipo que había estado cuarenta años trabajando en Kormisosh, pero si es o no verdad, ni idea.

—Primero tuve que ir a Sofía, al ministerio que se ocupa de los bosques, porque un compañero mío del colegio trabajaba allí. Gracias a él conseguí un bono para un oso, que se podía hacer efectivo en la reserva de Kormisosh, así que desde Sofía me fui directo a la reserva. Allí me conocían de oídas, porque mi hermano Stefan había ido allí en su día con otros adiestradores y en aquellos tiempos él era una auténtica estrella. Actuaba en un restaurante muy caro en la costa del mar Negro al que iban incluso miembros de la cúpula del partido comunista. Había salido varias veces en la televisión. Mucha gente, de toda Bulgaria, sabía quién era.

El oso de Stefan era del zoológico de Sofía. Un soldado borracho se había colado en el recinto de los osos, la osa acababa de tener crías, así que se abalanzó sobre él y lo dejó seco en el acto. Tuvieron que sacrificarla, es lo que hacen en los zoos cuando un animal mata a una persona. Stefan se enteró, no sé cómo, y allí que se plantó para comprar uno de los oseznos.

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