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Pearl S. Buck - La exiliada

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Pearl S. Buck La exiliada
  • Libro:
    La exiliada
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1936
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La exiliada: resumen, descripción y anotación

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La exiliada es un libro de memorias escrito por Pearl S Buck sobre su madre - photo 1

La exiliada es un libro de memorias escrito por Pearl S. Buck sobre su madre, Caroline Stulting Sydenstricker, que describe su vida: su juventud en Virginia y en China como la esposa del misionero presbiteriano Absalón Sydenstricker.

El libro es una profunda crítica de su padre y el trabajo de la misión en China por su trato a las mujeres. Buck también traza nos habla de la desilusión de su madre con la religión.

El éxito del libro llevó a la autora a escribir un libro de memorias en paralelo de su padre, El ángel luchador.

Pearl S Buck La exiliada ePub r10 Titivillus 150415 Título original The - photo 2

Pearl S. Buck

La exiliada

ePub r1.0

Titivillus 15.04.15

Título original: The exile

Pearl S. Buck, 1936

Traducción: Alberto Echevarría Palma

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

PEARL SYDENSTRICKER BUCK Hillsboro 1892 - Danby 1973 Novelista - photo 3

PEARL SYDENSTRICKER BUCK Hillsboro 1892 - Danby 1973 Novelista - photo 4

PEARL SYDENSTRICKER BUCK (Hillsboro, 1892 - Danby, 1973). Novelista estadounidense y Premio Nobel de Literatura en 1938, que pasó la mayor parte de su vida en China y cuya obra, influida por las sagas y la cultura oriental, buscaba educar a sus lectores. Recibió el premio Nobel en 1938. Hija de unos misioneros presbiterianos, vivió en Asia hasta 1933.

Su primera novela fue Viento del este, viento del oeste (1930), a la que siguió La buena tierra (1931), ambientada en la China de la década de 1920 y que tuvo gran éxito de crítica, recibiendo por ella el premio Pulitzer. Es un relato epopéyico de grandes relieves y detalles vívidos acerca de las costumbres chinas; está considerada, en esa vertiente, como una de las obras maestras del siglo.

La buena tierra forma la primera parte de una trilogía completada con Hijos (1932) y Una casa dividida (1935), que desarrollarían el tema costumbrista chino a través de sus tres arquetipos sociales: el campesino, el guerrero y el estudiante. Por la trilogía desfilan comerciantes, revolucionarios, cortesanas y campesinos, que configuran un ambiente variopinto alrededor de la familia Wang Lung. Se narra la laboriosa ascensión de la familia hasta su declive final, desde los problemas del ahorro económico y las tierras hasta la aparición de la riqueza y de conductas y sentimientos burgueses.

En 1934 publicó La madre, y en 1942 La estirpe del dragón, otra epopeya al estilo de La buena tierra donde apoyó la lucha de los chinos contra el imperialismo japonés, en un relato que parte de una familia campesina que vive cerca de Nankín. También escribió numerosos cuentos, reunidos bajo el título La primera esposa, que describen las grandes transformaciones en la vida de su país de residencia. Los temas fundamentales de los cuentos fueron la contradicción entre la China tradicional y la nueva generación, y el mundo enérgico de los jóvenes revolucionarios comunistas.

En 1938 publicó su primera novela ambientada en Estados Unidos, Este altivo corazón, a la que le siguió Otros dioses (1940), también con escenario norteamericano, donde trata el tema del culto de los héroes y el papel de las masas en este sentido: el personaje central es un individuo vulgar que por azar del destino comienza a encarnar los valores americanos hasta llegar a la cima.

A través de su libro de ensayos Of Men and Women (1941) continuó explorando la vida norteamericana. El estilo narrativo de Pearl S. Buck, al contrario de la corriente experimentalista de la época, encarnada en James Joyce o Virginia Wolf, es directo, sencillo, pero a la vez con resonancias bíblicas y épicas por la mirada universal que tiende hacia sus temas y personajes, así como por la compasión y el deseo de instruir que subyace a un relato lineal de los acontecimientos.

Entre sus obras posteriores cabe mencionar Los Kennedy (1970) y China tal y como yo la veo, de ese mismo año. Escribió más de 85 libros, que incluyen también teatro, poesía, guiones cinematográficos y literatura para niños.

Notas

[1] Diminutivo de Caroline (Carolina).

[2] Vehículos usados en las ciudades chinas.

[3] Así eran llamados los americanos de los Estados del Norte.

[4] La más hermosa calificación que puede obtenerse en un examen.

[5] Himno nacional de los Estados Unidos.

[6] Peones de carga en China.

[7] Especie de zapatilla usada por los japoneses.

CAPÍTULO PRIMERO

De la rápida sucesión de cuadros que forman la vida de esta mujer y que pasan por mi memoria, escojo el más característico. Escojo éste. Hela aquí en el jardín americano que ella ha formado en el oscuro corazón de una ciudad de la China, en el río Yangtsé. En la flor de la madurez, su figura fuerte y muy erguida, de movimientos libres y armoniosos, está de pie bajo el abrasador sol de verano. No es muy alta, ni muy baja tampoco, y se planta firmemente sobre ambos pies. Tiene en su mano una pala; ha estado cultivando su jardín. La mano que sujeta la pala es vigorosa, una mano firme y morena, no demasiado bien cuidada, y muestra las huellas de muchos géneros de trabajo. Sin embargo, está bien formada, y las puntas de los dedos son sorprendentemente delicadas y finas.

El sol tropical cae con fuerza sobre ella, que levanta la cabeza hacia él sin temor. Sus ojos son abiertos y claros, ojos castaños que, bajo unas oscuras cejas, tienen una mirada penetrante y están rodeados de unas pestañas tupidas, cortas y negras. En esta época de su vida no se detiene una a pensar en si es o no es bella. Siéntese una cautivada por el vigor y la fuerza vital de su rostro, con una nariz no muy pequeña y un buen espacio entre ambos ojos; una boca móvil, muy expresiva y variable, con los labios no demasiado delgados; una barbilla pequeña, firme y bien formada, lindo cuello y hermosos hombros. El sol brilla ardiente en su cabellera. Ésta es espesa y suave, y cae ensortijada en torno a su cara. Es de un cálido color castaño, salvo donde la ha recogido de sus sienes —y allí, coronando su frente ancha y baja, muestra dos alas blancas— y donde está amontonada sobre su cabeza, formando un grueso nudo en el cual el blanco se entremezcla repetidamente en los cabellos.

¡Qué figura tan extraña y fuerte es aquélla en medio del jardín americano que ha formado dentro del oscuro corazón de una ciudad de China! Su nacionalidad americana es inconfundible, aunque el sol extranjero haya quemado su piel dándole un color más oscuro que el de su naturaleza. Un jardinero chino holgazanea por allá, apoyado en uno de los bambúes, de los cuales hay un grupo cerca de ella. Lleva una chaqueta azul de algodón y pantalones sujetos flojamente en la cintura, mientras corona su afeitada cabeza un ancho sombrero de bambú.

Pero ni el jardinero ni el bambú logran hacer de ella un ser exótico. Conserva siempre su personalidad. En verdad, él tiene poco que ver con ese jardín, fuera de transportar los cubos de agua para el riego. Es ella quien ha plantado allí las flores americanas, alhelíes, botones de oro y hortensias, frente al muro de ladrillo que encierra el recinto. Es ella quien, a fuerza de paciencia, ha hecho crecer la hierba en prados suaves y parecidos bajo los árboles y quien ha colocado un macizo de violetas inglesas al pie de la galería. Ha logrado que una enredadera de Virginia trepe sobre los contornos feos y angulosos de la casa de misiones, y ha cubierto dos de sus costados. Hay en un extremo de la larga galería un viejo rosal blanco en flor, y si alguien se acerca demasiado, ella lo llamará con brusquedad, pues hay allí un nido de tórtolas al que defiende con tanto celo como la propia tórtola. Una vez la vi enojada —y sabe enojarse con frecuencia— porque el jardinero holgazán había robado el nido: vertió sobre él un torrente de bien articuladas invectivas en chino, por lo que él se escurrió, atónito, de su presencia. Volvióse entonces con vehemente compasión a la madre de las tórtolas, que revoloteaba por allí, y su voz cambió en tal forma que no parecía la misma. Animó a la tórtola, mientras torcía las ramas del rosal aquí y allá y recogía el nido violado para volver a colocarlo tiernamente en su lugar; con pesar e indignación reunió las cáscaras rotas de los huevos para enterrarlas. ¡Y nadie se alegró más que ella cuando la madre volvió a poner cuatro huevecitos en el nido restaurado!

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