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Kirk Douglas - El hijo del trapero

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Kirk Douglas El hijo del trapero
  • Libro:
    El hijo del trapero
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1988
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El hijo del trapero: resumen, descripción y anotación

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A mi mujer, Anne,

que conoce a Issur

mejor que yo…

Título original: The Ragman’s Son

Kirk Douglas, 1988

Traducción: Iris Menéndez

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Notas 1Fort Wart Fuerte Verruga de fonética semejante a Forth Ward - photo 1
Notas

[1]Fort Wart: Fuerte Verruga, de fonética semejante a Forth Ward (Distrito Cuarto). (N. de la T.)

[2] En español en el original. (N. de la T.)

[3]Kirk es, literalmente, la Iglesia (Presbiteriana) de Escocia. (N. de la T.)

[4] Juego de palabras entre un nombre posible, Jay Walking, y la señal de tráfico que indica, aproximadamente: «Peatón: sea prudente al cruzar la calle». (N. de la T.)

[5] Juego de palabras exclusivamente fonético entre «legítimo esposo» «horroroso esposo» y «respetuoso». (N. de la T.)

[6]Chesty significa, literalmente, «pechugón». (N. de la T.)

[7] En castellano en el original. (N. de la T.)

De pequeño le llamaban Issur y su padre era trapero. Su madre solía contarle que los niños vienen al mundo en una cajita de oro. Quiso creerlo, pero no fue fácil porque en su infancia apenas vio más que chatarra y trapos viejos y el oro tardó mucho en llegar.

Sin embargo, un buen día Kirk vio su nombre en letras doradas y le dio un portazo en las narices a Issur. Aunque nunca dejó de ser el hijo del trapero, fue para siempre el agónico boxeador de Campeón; o Espartaco, el inolvidable esclavo; o un loco de pelo rojo llamado Van Gogh; o el capitán atormentado de Senderos de Gloria…

Tantos personajes, tantas vidas. Tantos viajes. Y mujeres, claro: de Marlene Dietrich («Era extraña; cuanto peor estabas, más parecía quererte»), a Rita Hayworth (un día, ella se quejó: «Los hombres se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo»), pasando por Joan Crawford («Ella sólita equivalía a seis hermanas y una madre»).

El sueño de la caja de oro se ha esfumado, pero no importa, pues la vida real ha ido sumando sueños para el hijo del trapero, hasta convertirle en el padre de un «hombre Oscar».

Kirk Douglas El hijo del trapero ePub r10 Titivillus 17062020 - photo 2

Kirk Douglas

El hijo del trapero

ePub r1.0

Titivillus 17.06.2020

AGRADECIMIENTOS

Siempre supe que hacer cine es un esfuerzo conjunto que involucra el talento de mucha gente. Suponía que para escribir la historia de mi vida sólo se necesitaba una persona: yo. ¡Qué equivocado estaba!

Agradezco a mi editor, Michael Korda, su constante estímulo; a Ursula Obst sus meticulosas críticas; a Mort Janklow y Larry Stein su inmensa ayuda. Doy las gracias a Karen McKinnon, mi alentadora ayudante, y a Sonya Seigal, mi amiga de la infancia.

Expreso mi gratitud a todos ellos por haberme enseñado que escribir la historia de la propia vida también supone un esfuerzo de colaboración.


Linda Civitello trabajó mucho y con empeño para ayudarme a arrancar esta historia de mis entrañas. Sin su ánimo, su investigación y su ayuda al escribir, esta criatura podría no haber nacido. Quiero expresarle a Linda mi profundo agradecimiento y mi aprecio.

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EAGLE STREET

«Don nadie» significaba ser hijo de inmigrantes analfabetos y rusos judíos en la ciudad de Amsterdam —habitada por blancos anglosajones y protestantes—, estado de Nueva York, cuarenta y cinco kilómetros al noroeste de Albany. Significaba vivir en el East End, el lado opuesto al Market Hill habitado por los ricos. Significaba vivir en 46 Eagle Street, una ruinosa casa de dos plantas, con tablillas grises, la última al fondo de una calle empinada junto a las fábricas, las vías férreas y el río Mohawk.

Mi padre, Herschel Danielovitch, nació en Moscú alrededor de 1884 y huyó de Rusia hacia 1908 a fin de evitar que lo reclutara el ejército para luchar en la guerra ruso-japonesa. Eran los tiempos en que los campesinos ignorantes como mi padre, reclutados por el ejército, llevaban heno atado a una manga y paja a la otra para distinguir la mano derecha de la izquierda. Mi madre, Bryna Sanglel, de una familia de granjeros ucranianos, se quedó trabajando en una panadería para ahorrar el dinero que la llevaría a Estados Unidos dos años más tarde. Quería que todos sus hijos nacieran en esta maravillosa tierra nueva, cuyas calles creía pavimentadas de oro… literalmente.

Hoy Ellis Island es un museo, pero entre 1892 y 1924 fue una acogedora plataforma para más de dieciséis millones de inmigrantes que llegaron a este país. Amontonados en tercera clase y rodeados de olor a vómito, contemplaban con ojos desorbitados y en silencio la estatua de la «Libertad iluminando al mundo» en la cercana Bedloes Island.

«Dadme vuestras masas agobiadas, pobres y apiñadas, que anhelan respirar en libertad.» Palabras encantadoras y cargadas de inspiración, pero los inmigrantes —polacos, italianos, rusos judíos— eran amontonados como animales en corrales, tratados groseramente por los funcionarios, obligados a llevar una tarjeta con su nombre, o lo que algún empleado conjeturaba que era su nombre, prendida de la ropa. Sus papeles tenían que estar en orden y debían pasar exámenes sanitarios. Por penosa que fuera la recepción, eran afortunados. Cualquier cosa era mejor que el lugar del que procedían. Pisaron esta tierra rebosantes de esperanza, con resolución y cierto temor. Sólo un cuarto de millón fue devuelto a su lugar de origen. De éstos, tres mil decidieron que era mejor quitarse la vida en Estados Unidos que vivir en el país del que habían huido.

Mis padres pertenecían al grupo de los afortunados, dichosos de escapar a los pogromos de Rusia, donde jóvenes cosacos estimulados por el vodka consideraban un deporte galopar por el gueto y abrir unas cuantas cabezas judías. Mi madre vio matar así, en la calle, a uno de sus hermanos.

Mi padre iba para sastre, pero sus manazas eran unas garras tan enormes que carecían de la finura y la delicadeza necesarias para sostener y mover una aguja. De modo que le mantenían el pulgar y el índice atados todo el día. Debió de ser atroz. En invierno hacía frío en Rusia y él no tenía zapatos; apenas llevaba un trozo de arpillera alrededor de los pies.

Saltaba a la pata coja, frotándose el pie izquierdo contra la pierna derecha y viceversa.

De una forma u otra, Herschel y Bryna Danielovitch fueron a parar a Amsterdam, en Nueva York, y se dedicaron a tener hijos. En 1910, 1912 y 1914 nacieron mis hermanas Pesha, Kaleh y Tamara. Luego yo, Issur, en 1916. Después, otras tres chicas: las gemelas Hashka y Siffra en 1918, y por último Rachel, en 1924, cuando mi madre tenía cuarenta años.

«Danielovitch» significa «hijo de Daniel», por lo que supongo que el padre de mi padre tenía ese nombre, aunque no lo sé con certeza. Más adelante, a todos nos llamaron «Demsky», porque el hermano mayor de mi padre, Avram, que había llegado a Amsterdam antes que él, por una ignota razón llevaba el apellido «Demsky». O sea que mi padre se transformó en Harry Demsky. (Otro de sus hermanos compró un pequeño taller de reparación de calzado a un remendón que se llamaba Greenwald. El apellido figuraba en un cartel, sobre la tienda. Un día entró un cliente y preguntó: «¿Usted es el dueño?» «Sí», respondió mi tío. «Bien, Mr. Greenwald…» El resto de su vida se apellidó Greenwald.)

Todas mis hermanas y yo nacimos el siete o el catorce del mes. Un día comentábamos esta coincidencia y decidimos mirar nuestros certificados de nacimiento. Nos enteramos de que ninguno había nacido el siete ni el catorce. Mi madre, que era analfabeta, sólo sabía que habíamos nacido en la primera o segunda semana del mes, lo que para ella se transformó en el siete o el catorce. Mi cumpleaños, que es el 9 de diciembre, siempre se ha celebrado el catorce.

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