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Ramón Menéndez Pidal - Flor nueva de romances viejos

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Ramón Menéndez Pidal Flor nueva de romances viejos

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ROMANCE DE ABENÁMAR

y el rey don Juan

—¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
—No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra, la mezquita;
los otros, los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba,
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados,
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía;
el otro Generalife,
huerta que par no tenía.

Allí hablara el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.

Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
—Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo ello se daría.

El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.

El año 1431 el rey Juan II de Castilla llega ante Granada acompañado del infante moro Abenalmao, a quien había ofrecido colocar en el trono nazarí; la ciudad se rinde, y el infante es reconocido rey en ella.

El romance tiene evidente inspiración morisca. Los poetas árabes llaman frecuentemente «esposo» de una región al señor de ella, y de aquí el romance tomó su imagen de la ciudad vista como una novia a cuya mano aspira el sitiador. Esta imagen no se halla en ninguna literatura medieval sino en la castellana. Sólo después, cuando los soldados españoles llevan consigo el Romancero a Alemania y Países Bajos, vemos surgir la concepción de la ciudad sitiada como una novia, ya refiriéndose a Magdeburgo y a su sitiador Wallenstein (1629), ora a otras muchas ciudades holandesas, danesas y suecas.

ROMANCE ANTIGUO

y verdadero de Álora, la bien cercada

Álora, la bien cercada,
tú que estás en par del río,
cercóte el Adelantado
una mañana en domingo,
de peones y hombres de armas
el campo bien guarnecido;
con la gran artillería
hecho te habían un portillo.
Viérades moros y moras
subir huyendo al castillo;
las moras llevan la ropa,
los moros harina y trigo,
y las moras de quince años
llevaban el oro fino,
y los moricos pequeños
llevan la pasa y el higo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detrás de una almena
quedado se había un morico
con una ballesta armada
y en ella puesto un cuadrillo.
En altas voces diciendo
que del real le han oído:
¡Tregua, tregua, Adelantado,
por tuyo se da el castillo!
Alza la visera arriba
por ver el que tal le dijo:
asestárale a la frente,
salido le ha al colodrillo.
Sacóle Pablo de rienda
y de mano Jacobino,
estos dos que había criado
en su casa desde chicos.
Lleváronle a los maestros
por ver si será guarido;
a las primeras palabras
el testamento les dijo.

Yendo en mayo de 1434 el rey Juan II de Aguilafuente a Castilnovo, le llegaron dos mensajes sucesivos anunciándole la alevosa herida en el rostro recibida por el adelantado Diego de Ribera al combatir el castillo de Álora y noticiándole después la muerte consiguiente. Estas nuevas de la frontera circulaban por todo el país en forma de romances como el presente, el cual, gracias a una alusión de Juan de Mena (1444), sabemos fue escrito a raíz del suceso que relata.

Entre los modelos de poesía épico-lírica debe figurar siempre, esta composición, insuperable en su sencillez imaginativa y emocional; la rapidísima narración logra actualizar delante de nuestros ojos el movido episodio de combate y traición.

ROMANCE

Amor más poderoso que la Muerte

Conde Niño por amores
es niño y pasó la mar;
va a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Mientras el caballo bebe,
él canta dulce cantar;
todas las aves del cielo
se paraban a escuchar,
caminante que camina
olvida su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá,

La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está:
—Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso
la sirenita del mar.
—No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
sino es el conde Niño
que por mí quiere finar.
¡Quién le pudiese valer
en su tan triste penar!
—Si por tus amores pena,
¡oh, malhaya su cantar!,
y porque nunca los goce,
yo le mandaré matar.
—Si le manda matar, madre,
juntos nos han de enterrar.

Él murió a la medianoche,
ella a los gallos cantar;
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar;
a él como hijo de conde
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
dél nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina llena de envidia
ambos los dos mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza.
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.

En un cancionero de finales del siglo XV se halla ya una versión de este romance, por desgracia muy estropeada. La que damos aquí tiene muy en cuenta las versiones modernas, que son numerosísimas, lo mismo en toda la Península que en América, Marruecos y Oriente. La versión del siglo XV, como una gran mayoría de las modernas, está contaminada con las del Infante Arnaldos. El tema esencial del romance es el de las maravillosas transformaciones de dos amantes perseguidos; tema que se halla lo mismo en las literaturas orientales que en las europeas. Recuérdese la leyenda de Tristán.

ROMANCE

de ¡Ay!, un galán de esta villa.

¡Ay!, un galán de esta villa,
¡ay!, un galán de esta casa,
¡ay!, de lejos que venía.
¡ay!, de lejos que llegaba.
—¡Ay!, diga lo que él quería,
¡ay!, diga lo que él buscaba.
—¡Ay!, busco a la blanca niña,
¡ay!, busco a la niña blanca,
que tiene voz delgadina,
que tiene la voz de plata;
cabello de oro tejía.
cabello de oro trenzaba.
—Otra no hay en esta villa,
otra no hay en esta casa,
si no era una mi prima,
si no una prima hermana;
¡ay!, de marido pedida,
¡ay!, de marido velada.
—¡Ay!, diga a la blanca niña.
¡ay!, diga a la niña blanca,
¡ay!, que su amigo la espera.
¡ay!, que su amigo la aguarda
al pie de una fuente fría,
al pie de una fuente clara,
que por el oro corría,
que por el oro manaba,
a orillas del mar que suena,
a orillas del mar que brama.

Ya viene la blanca niña,
ya viene la niña blanca,
al pie de la fuente fría
que por el oro manaba;
la tan fresca mañanica,
mañanica la tan clara;
¡ay, venga la luz del día!,
¡ay, venga la luz del alba!

Este romance en un verdadero canto nacional para los asturianos; es el más sabido por ellos: es el más generalmente usado en esa danza prima, famosa desde que la describieron Jovellanos y Duran. Las versiones que de él se han publicado no nos ofrecen sino una enorme serie incoherente de versos; escojo una versión simplificada. No puede fallar aquí este singular romance, porque es una reliquia, aunque muy destrozada, de los antiguos cantos que en versos paralelisticos componían los juglares galaicopartugueses del siglo XIII, y propagaban en sus viajes, no sólo por León y Castilla, sino hasta Navarra y Valencia.

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