El juego mismo de la duda presupone la certeza.
LUDWIG WITTGENSTEIN
Combatí en una guerra, hace décadas en un archipiélago, y combatí en el cuadrilátero, hace años en las noches de la ciudad. Fracasé en las islas y en el ring. Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado, de la claustrofobia, necesitaba respirar. Veía cosas que me hacían mal, escuchaba voces, me estaba perdiendo, extraviando en mi cabeza.
Hui hasta llegar a los bosques de Yukón. Me recibieron en un campamento de leñadores. Hombres grandes, barbudos, cuya lengua tosca gravitaba entre el inglés y el francés. Usaban herramientas tradicionales para talar pinos. Eran hombres rudos.
Los leñadores me otorgaron un hacha, filo de acero. El cabo era de olmo liso, la madera oscurecida por años de uso. Pesaba más de lo que aparentaba.
Aprendí cosas.
Hacha. El hacha es la herramienta por excelencia del leñador. Está compuesta de dos piezas; la hoja y el cabo. La hoja es la pieza de acero templado con forma de cuña que se emplea para cortar. El cabo (o mango) es el largo de madera con el que se sujeta y empuña el hacha. La pieza de acero se compone de la cabeza, el filo y el ojo. El filo es el extremo aguzado de la hoja y la parte que hace contacto directo con el árbol al cortar. La cabeza está al otro extremo de la hoja. Es la sección más gruesa y pesada del acero. Es precisamente la inercia producida por la masa de la cabeza la que permite cortar con fuerza. En la parte superior de la cabeza se ubica el ojo; el hueco por el cual se une el cabo con el filo. El cabo, a veces de pino, a veces de maderas nobles como olmo o roble, se acomoda en la cabeza del hacha y es asegurado por una cuña de pino que se inserta por el ojo del acero. El cabo tiene dos curvas leves; en la parte superior, justo debajo de la hoja, está el hombro. La curva del hombro permite que la mano que guía y le da fuerza al corte (habitualmente la mano derecha) pueda deslizarse por el cabo con fluidez al realizar el movimiento que lleva al impacto del filo contra el tronco. La segunda curva se encuentra en la parte inferior del cabo; esta sección corresponde a la empuñadura. La curva que termina en la empuñadura del cabo permite un desliz menor de la otra mano (habitualmente la izquierda) y es el último punto de contacto entre el leñador y el hacha. Finalmente, en el extremo inferior, el cabo se aguza y termina en la uña. La utilidad de esta parte del hacha no está muy clara. Cada leñador tiene una explicación distinta: que es para evitar que se parta el cabo, que permite que la lluvia se deslice por la madera con mayor agilidad, que sirve para apoyar el hacha de tal manera que quede en el ángulo indicado para sacarle filo a la hoja; estas, entre varias más, son algunas de las elucidaciones que surgen en torno a la uña. Por mi parte, la única función práctica que he podido observar durante mi estadía en el campamento es el uso del cabo (particularmente la uña) como arma no letal. En las noches, después de beber cantidades cuantiosas de cerveza, se acostumbra cerrar la jornada con uno que otro altercado. Por razones obvias, los leñadores evitan darse golpes con la hoja de acero y prefieren embestir al oponente con el cabo, casi siempre clavando la uña en el vientre, cuello, rodilla o pecho del otro. Dado que la uña no es cortante, los oponentes quedan algo golpeados, pero al día siguiente no se acuerdan de sus dolores.
Tradiciones. La mayoría de las tradiciones y supersticiones que surgen del hacha suelen aludir a la hoja de esta. La más conocida es una advertencia en cuanto a la manera en que se debe portar el hacha cuando el leñador se desplaza de una faena a otra; esta tradición dicta que el leñador jamás debiera apuntar el filo hacia el firmamento, pues se considera una provocación que atrae la mala suerte. Otra tradición señala la manera apropiada de pasar un hacha entre leñadores: la entrega se debe hacer extendiendo el cabo hacia el receptor con el filo apuntando hacia el suelo (por las razones previamente señaladas). Ambas manos deben hacer contacto con la madera; el que entrega debe sujetar el hacha del hombro y no soltar hasta que el receptor se haya aferrado bien de la empuñadura. De lo contrario se tienta la mala suerte y se dice que pueden producirse tensiones anímicas entre los leñadores que participan del intercambio. Claramente los motivos antropológicos de estas tradiciones están anclados en medidas de seguridad que en alguna época, hace generaciones, pasaron al olvido vis à vis la superstición. Quizás lo ajeno de mi perspectiva me permitió ver lo que ellos no son capaces de siquiera considerar. Aun así, no me atreví a señalarles mis impresiones, estoy bastante seguro de que mis aportes a su cultura no habrían sido recibidos con tolerancia. Otra tradición destacable es el hábito obsesivo que tienen los leñadores de chocar las hojas de sus hachas cuando hay tormentas eléctricas. El objeto de este acto es hacer sonar los aceros durante el intervalo breve que se extiende entre el relámpago y su trueno correspondiente. El repique producido por las hojas al chocar es ensordecedor y, si logran sincronizar bien el impacto, es seguido por el estruendo de la tormenta y el rugido grave de los leñadores. De esto resulta una armonía perturbadora. Por mucho que insistiera en que me explicaran el significado de esta tradición curiosa, se rehusaban a darme una respuesta.
Mantenimiento. Para los leñadores, el cuidado del hacha es un rito casi religioso. El mantenimiento de la hoja y del cabo requiere atención diaria. Al final de cada jornada la hoja debe ser tratada con grasa de litio para evitar que el acero se oxide. En lo posible, se debe proteger la hoja de la humedad; lo ideal es colocarle una funda de cuero cuando no se esté usando. Cuidar el filo del hacha es de igual importancia. Aparte de la función evidente y práctica de mantener la hoja afilada correctamente, este hábito previene roturas y grietas en el acero. Un hacha sin filo adecuado se somete a presiones innecesarias que estresan el metal y dado que la acción de la hoja es de impacto reiterado, la reincidencia de tales presiones puede arruinar la hoja. Para evitar que esto ocurra, se recomienda afilar el acero con una piedra circular o una piedra lisa de mano; en ambos casos, al afilar, la piedra siempre debe mantenerse lubricada con agua. El ángulo del filo contra la piedra debe ser de 20º y se debe alternar la fricción de ambos lados hasta quedar afilada; sin embargo, no se recomienda que el filo quede demasiado agudo dado que las hojas en exceso delgadas son quebradizas. La sección de la hoja que está posterior al filo debe mantener un ángulo de 30º a 40º contra la piedra. Esta gradación permite que la hoja corte y luego separe el punto de impacto, permitiendo así una incisión amplia en el tronco. En el caso de que se forme una grieta o quiebre en el cabo, es importante reemplazarlo de inmediato. La utilización de un hacha con un cabo comprometido es sumamente peligrosa; en el peor de los casos la hoja de acero podría separarse del cabo e impactar en el leñador. El procedimiento indicado para sacar el cabo de la hoja es amartillando una estaca de madera por la parte superior del ojo con el fin de destrabar el cabo del acero. Si la madera no quiere ceder, se sugiere evitar amartillar con demasiada fuerza dado que esto podría resentir el acero del ojo. El procedimiento a seguir es la separación por fuego. Para evitar que se destemple el acero, se debe hundir la hoja en tierra húmeda, con el filo apuntando hacia abajo. La parte posterior de la cabeza, incluyendo el ojo, debe quedar expuesta. Sobre esta parte se arma un fuego de modo que la madera dentro del ojo quede carbonizada y se pueda extraer de la hoja sin mayor esfuerzo. Al insertar el cabo nuevo, se debe apoyar la hoja en el suelo con la parte inferior hacia arriba. Se inserta el cabo por el ojo y se amartilla la uña con una maza de madera para unir ambas partes. La cuña que asegura la unión se inserta por el otro extremo del ojo, empleando también una maza de madera para introducirla. Se elimina la sección protuberante de la cuña con un serrucho de mano. El equilibrio del hacha es clave para lograr mayor efectividad en el corte. Para verificar el equilibrio de la herramienta se debe colocar el cabo sobre el índice, apoyando sobre el dedo la parte inferior del hombro (contiguo a la base de la hoja, con el filo apuntando hacia el suelo), este es el punto de equilibrio. Al seleccionar un cabo de repuesto, es importante tomar en cuenta la distribución de peso para que no se pierda el punto de equilibrio. Vale notar que con el tiempo y el uso, el peso de la hoja de acero disminuye al sacarle filo periódicamente. Para evitar que el punto de equilibrio se desplace, se sugiere ir lijando el cabo de manera uniforme para que la distribución de peso se adecúe al de la hoja. Después de cada lijada, se recomienda tratar la madera con aceite de lino para protegerla de la humedad y para prevenir fisuras. He podido observar el cuidado con el que los leñadores mantienen sus hachas. Cuando están talando, parecen ser extensiones de sus brazos. Al cierre de la jornada, antes de regresar del bosque al campamento, se ocupan del cuidado de sus hachas. Una tarde vi a un leñador, era más viejo que los demás, su barba gris, sus brazos curtidos, estaba solo, sentado sobre el tocón de un pino derribado, entre sus manos un hacha destrozada. El cabo roto y la hoja partida en dos. Era antigua, más que el hombre, él tenía la cabeza gacha, no me acerqué, no me atreví, pero pude ver cómo sus hombros temblaban, no sé, quiero pensar que estaba llorando.
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