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Rodolfo Carpintier - Internet puede salvar tu empresa... o hundirla: Todas las claves para transformar una Pyme tradicional en un gran éxito del siglo XXI

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Rodolfo Carpintier Internet puede salvar tu empresa... o hundirla: Todas las claves para transformar una Pyme tradicional en un gran éxito del siglo XXI
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    Internet puede salvar tu empresa... o hundirla: Todas las claves para transformar una Pyme tradicional en un gran éxito del siglo XXI
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    Gestión 2000
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    2013
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Internet puede salvar tu empresa... o hundirla: Todas las claves para transformar una Pyme tradicional en un gran éxito del siglo XXI: resumen, descripción y anotación

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Abrir una ventana por la que se puede ver y por la que uno puede ser visto por más de dos milmillones de personas no es nada sencillo. Cada día aparecen cientos de miles de páginas webnuevas y eso hace que destacar en esta selva y conseguir tráfi co de visitas sea una tarea quedeba desempeñarse de forma profesional, constante y permanente.Muchos empresarios dicen: «Tengo una página web desde hace un año y no me sirve de nada».En realidad, una página web sin más sirve de tarjeta de presentación para aquellos, pocos, quela visitan, pero no tiene efectos importantes a menos que forme parte de una estrategia onlinede larga duración que cuente con el respaldo de los responsables de la empresa.Y es que como bien dice el título de este libro, internet puede salvar una empresa o hundirla.Los rumbos que aquí se abordan están pensados para que todos los ejecutivos de una compañía entiendan a lo que se enfrentan, puedan ver cuáles son sus riesgos y sus oportunidades y sean capaces de aprovechar al máximo las ventajas que ofrece la red.

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Prólogo

Monté idealista.com a comienzos del año 2000 y aún hoy sigo sin comprender qué me empujó a ello: al increíble esfuerzo y sacrificio que supone crear tu propio negocio había que añadir entonces el altísimo precio de la tecnología y la escasa penetración de Internet en España. Confiar tu negocio a la red era en ese momento una mera cuestión de fe, con cuatro millones de usuarios que en aquella época se conectaban con módem básico (no existían ni el cable ni la fibra óptica… aún). Montar algo en Internet en España era algo parecido a la ciencia ficción, pero, aunque de un modo racional resultaba complicado justificar mi interés por hacerlo, algo dentro de mí me decía que no tenía otra alternativa vital posible que no fuese el emprendimiento.

Puede que ayude a comprender mi aventura el hecho de haber tenido como ejemplo unos padres que siempre emprendieron, incluso en las condiciones más adversas, y que aunque se arruinaron varias veces siempre tiraron para adelante con ilusión, con esfuerzo y con mucho trabajo. Mi hermano Fernando suele decir que en nuestra familia el tema del emprendimiento y los negocios lo llevamos escrito en el ADN; probablemente lo de Internet nos haya tocado por edad.

Empecé a trastear con Internet en 1996, mientras estudiaba en Estados Unidos. Una de las primeras cosas que hice fue abrir una cuenta con AOL (America On Line) y el primer mail que recibí fue el de su presidente, Steve Case. Tardé mucho en recibir el primer correo desde España, pero mientras en nuestro país todavía era algo marginal en Estados Unidos ya se percibía toda su potencialidad, y las escuelas de negocio más prestigiosas se empezaron a llenar de estudiantes soñadores que al terminar descubrían que quizá había otra alternativa al sector de la consultoría y que podían cambiar el mundo. Recuerdo que al terminar mi MBA en la escuela de negocios de Harvard tuve oportunidad de ir a trabajar a varias de las (en aquel entonces) big five (ahora cuatro, tras la caída de Andersen), pero quería conocer de primera mano lo que se estaba cociendo en Silicon Valley, que era ya mucho más que simple hardware y software .

Se corría mucho, muy de prisa y en muy poco espacio de tiempo. Se financiaron proyectos que no tenían ni pies ni cabeza pero también hubo ideas muy sólidas que se quedaron en el camino. Hubo un exceso en todo: primero se dio muchísimo dinero y luego ese dinero desapareció de repente. Desde el año 1996 hasta el año 2000 vi cómo salían a Bolsa una startup tras otra, a cuál más variopinta, basadas todas ellas en unos planes de negocio que hoy nos parecerían irreales. Pero la fiebre de aquel momento nos hizo creer que cualquier cosa era posible, incluso que una compañía vendiera ropa a bajo precio por Internet o que pudieras compartir fotos con tus amigos. Proyectos que, como los brotes verdes, surgieron demasiado pronto. A partir de la primavera de 2000, llegó sin embargo el invierno nuclear: todo lo que llevase el apellido puntocom era maldito. Aún guardo artículos de opinión de aquellos años en que se nos culpaba de prácticamente todo. Conseguir financiación era imposible porque nadie daba un duro para asuntos relacionados con las nuevas tecnologías. Hasta octubre de 2004, cuando Google salió a Bolsa y de nuevo volvió el dinero a fluir. Quizá el mayor error fue creerse todos aquellos business plans , que en realidad eran cartas a los Reyes Magos. El papel lo aguanta todo y muchos analistas creyeron que con correr las celdas de Excel a la derecha se solucionaban los problemas.

Y así, en 1999, decidí que volvía a España a montar una página web que ayudase a la gente a encontrar un hogar. Tenia la idea y decidí buscar el equipo inicial. Convencí a César, mi amigo de la universidad, y a mi hermano Fernando, que siguen en idealista y con los que continúo invirtiendo desde entonces. También formaron parte del equipo en esos primeros años dos amigos más, Andrés y Bernardo. Con ellos cuatro arranqué idealista. No fue fácil convencerles de que dejaran sus empleos, pues eran profesionales con buenas carreras, pero les contagié el impulso emprendedor y así se vinieron conmigo aquel mes de enero de 2000, justo cuando en Estados Unidos empezaba a rumiarse el fin de la burbuja tecnológica, que explotó en la primavera de aquel mismo año, cuando nos disponíamos a buscar nuestra primera ronda de inversión.

Aún hoy me sigo acordando de esos primeros tiempos, en los que, completamente solo, desde casa y con la sensación de vértigo instalada en mi cuerpo, telefoneaba día tras día a posibles inversores en busca de capital para poder hacer algo grande. Tenía claro que era el camino, pero lo cierto es que, visto desde fuera, el emprendimiento sólo se entiende como algo irracional. Fue una época durísima, necesitaba seis millones de euros para llevar idealista a break even , y con la que estaba cayendo era prácticamente imposible encontrar inversores. Acababa de quebrar boo.com, tras haber dilapidado 160 millones de dólares en apenas seis meses. Aun así, nunca, en ningún momento, pensé en “tirar la toalla”. Se trataba de una cuestión de responsabilidad: había invertido todos mis ahorros, los de mis hermanos, los de algunos amigos… y no podía siquiera pensar en salir corriendo, en no luchar para sacar el proyecto adelante. Además estaba seguro de que con el equipo que había escogido —los socios iniciales y los primeros empleados— podíamos hacer algo muy grande. Toda aquella época nos sirvió para volvernos más fuertes, para aceptar el cambio y ajustarnos a circunstancias muy duras.

Tenía muy clara la idea, porque a pesar de que ya en el año 1999 había algunos proyectos inmobiliarios españoles en Internet, ninguno ofrecía la información de manera clara, con mapas, fotos y bien documentada. Yo quería montar una empresa que ayudara a superar la ansiedad de los que buscaban casa, y ése ha sido el objetivo de idealista: ayudar a encontrar la mejor información inmobiliaria. Pero explícale tú eso a un fondo de inversión que desayuna todos los días con noticias de quiebras en startups , y más en un país como España, donde la conexión a Internet era carísima, funcionaba con módem y la implantación social era muy baja. Menos mal que en junio de aquel año entró en el negocio BBK, que sigue siendo hoy día socio de referencia de idealista. Sin ellos no hubiera sido posible nada de lo que hoy somos.

Invertir en tecnología

Si ahora la inversión juega un papel definitivo, cuando empezamos con idealista hace trece años, los emprendedores que queríamos desarrollar nuestro negocio en Internet teníamos que emplear cantidades ingentes de dinero para obtener a cambio unos resultados y prestaciones que no se pueden comparar ni de lejos con los que ofrece ahora el mercado. El alto coste de las plataformas tecnológicas, el precio del software específico y el ancho de banda hacían de la aventura de Internet algo al alcance de sólo unos pocos. Además, también había que sumar la importante inversión que constituía el equipo que desarrollaba el proyecto, ya que debía emplear gran cantidad de horas para desarrollar un trabajo casi a medida.

En muchas ocasiones echar hacia atrás la vista es un excelente ejercicio que nos permite poner en perspectiva las cosas y comprender mejor la situación por la que estamos pasando. En el caso de la tecnología, diez o quince años —un plazo de tiempo que en otros campos no ha resultado tan revolucionario— han supuesto un cambio enorme y radical. En nuestro día a día hemos ido incorporando nuevos dispositivos cada vez más potentes y sofisticados que nos permiten mantenernos conectados continuamente, y ciertas capacidades que hace tan sólo una década no podíamos ni siquiera soñar.

Esta misma situación, aplicada al mundo empresarial, ha jugado muy a favor de los emprendedores. Afortunadamente para los que han llegado después de mi generación, la situación ha dado un cambio radical. Durante las últimas décadas la tecnología se ha abaratado de forma exponencial, haciendo accesible a muchos emprendedores la idea de montar un negocio en la Red. Lo que hace sólo unos años no era asumible por la gran parte de empresarios, es hoy perfectamente viable para las pequeñas economías corporativas, y, como trata de mostrar Rodolfo Carpintier en este libro, supone un salto cualitativo imprescindible para una PYME que desee competir en el siglo XXI . Para el que sepa gestionarlo, una pequeña inversión en la Red puede dar como resultado grandes beneficios.

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