Lección VII
EL REALISMO ARISTOTÉLICO
Interpretación realista de las ideas platónicas
En la lección anterior hemos desarrollado lo que llamaba yo el realismo de las ideas en Platón.
Estas palabras: «realismo de las ideas», pueden sorprender a los que cultivan la filosofía y han leído historias de la filosofía y libros sobre Platón. Puede sorprenderles que yo emplee, para designar la metafísica de Platón, este término de «realismo de las ideas». Con él quiero yo subrayar la interpretación que me parece la más justa de la filosofía platónica.
Esta interpretación, que es la tradicional del platonismo, que es la que Aristóteles da del platonismo, que es la que a través de los siglos ha perdurado clásicamente acerca de las ideas platónicas, ha sido modernamente combatida por los historiadores de la filosofía que proceden de la Escuela de Marburgo, y principalmente por Natorp.
Frente a esta interpretación de Natorp, me convenía acentuar la interpretación clásica, y por eso la he llamado «realismo de las ideas».
Según la interpretación clásica, que es a mi juicio la exacta, Platón ha considerado las ideas como entes reales, que existen en sí y por sí, que constituyen un mundo inteligible, distinto y separado del mundo sensible; que constituyen un mundo del ser contrapuesto al mundo sensible, que es el mundo del no ser, de la apariencia, del phainómenos como se dice en griego, del fenómeno. Las ideas son, pues, para Platón «trascendentes» a las cosas. La palabra «trascendente» tiene en la técnica filosófica ese sentido: de ser la designación de algo que está separado de otra cosa. En cambio la interpretación dada modernamente por Natorp convierte las ideas en unidades lógicas del pensamiento científico; hace de ellas puntos de vista desde los cuales el pensador, enfrentándose ante las cosas, organiza sus sensaciones para conferirles objetividad, realidad.
Según la interpretación de Natorp, las ideas platónicas serían una posición del ser por el sujeto pensante. El sujeto pensante, el hombre, cuando se enfrenta ante la multiplicidad y variedad de las sensaciones, introduce unidades en ese caos de las sensaciones; por la sola virtud de su pensamiento de carácter sintético, reúne en haces grupos de sensaciones, a los cuales confiere la plena realidad, la objetividad.
Esas unidades sintéticas no están, empero, en el material con el cual el pensador las fabrica, sino que son puntos de partida, focos desde los cuales la intuición sensible organiza sus materiales en unidades. Pero esas unidades las pone el pensamiento. Esas posiciones del pensamiento serán para Natorp las ideas de Platón.
Esta interpretación la juzgo radicalmente falsa. Esta interpretación consiste en introducir subrepticiamente en el platonismo una concepción que no surge en la historia de la filosofía hasta Descartes. Consiste en introducir en el platonismo la función del yo pensante como una función que pone el ser. En cambio nosotros sabemos que, desde Parménides, la preocupación de los metafísicos griegos no consistió en buscar la posición del ser por el sujeto, sino en buscar el ser mismo; que no lo podían encontrar sin auxilio del pensamiento, pero que el pensamiento no es para ellos sino la viva representación de ese ser existente en sí y por sí.
Por eso considero yo que el realismo de las ideas platónicas, su carácter trascendente, debe ser afirmado a toda costa, si no se quiere perturbar erróneamente la realidad histórica del pensamiento griego. No hay nada más contrario y opuesto al pensamiento griego que el idealismo moderno; y querer convertir a Platón en un idealista moderno es falsear por completo la posición y la solución del problema metafísico tal como se lo planteaban los griegos.
Pero este trascendentismo de las ideas platónicas ofrece, evidentemente, el flanco a muchas críticas. La labor que lleva a cabo Platón a partir de los resultados logrados por Parménides, fue una labor grandiosa. Platón ha construido, con los elementos que tomó de Parménides y con los elementos que tomó de Sócrates, una gran filosofía, cuya influencia en el pensamiento humano nadie puede disminuir en lo más mínimo.
Pero no obsta que nosotros tengamos que poner reparos graves a esta manera como Platón ha desenvuelto las bases asentadas por Parménides. En primer lugar, nos encontramos con que Platón, pese a sus esfuerzos por desembarazarse de la confusión parmenídica entre la existencia y la esencia, no logra desembarazarse de ella. Platón, como Parménides, sigue uniendo indisolublemente la existencia y la esencia. Una vez que Platón, ayudado por el «concepto» que descubre Sócrates, ayudado por el logos, logra definir esas unidades de sentido, esas unidades de esencia, inmediatamente les confiere la existencia: lo mismo que hizo Parménides con los principios lógicos, formales, del pensamiento en general. Sigue, pues, aquí en Platón la confusión parmenídica. Lo único que ha hecho Platón ha sido multiplicar esos seres que para Parménides eran un solo ser.
La segunda crítica grave que podemos dirigir a la teoría de las ideas, de Platón, se refiere a la relación en que Platón coloca el mundo inteligible de las ideas con el mundo de las cosas sensibles. Les decía yo en la lección anterior que esa relación la llama Platón «participación» (la palabra griega exacta que usa es metaxis). Las ideas y las cosas tienen algo de común. Participan las cosas de las ideas, y porque participan de las ideas podemos de ellas predicar algo; tienen un pequeño ser, un ser aparente, fenoménico; y ese ser aparente y fenoménico que tienen lo deben a su participación en las ideas. Un hombre individual es una sombra, un remedo imperfectísimo de la idea de hombre. Esa participación entre cada hombre individual y la idea pura de hombre, es la que confiere al hombre individual un leve rastro de ser.
Pues bien, esta participación, en el sistema platónico, es absolutamente incomprensible. No se comprende cómo ese mundo inteligible, compuesto de esencias existentes, puede tener el más mínimo contacto y relación con el mundo sensible, compuesto de sensaciones caóticas, variables, de las cuales puede darse la descripción que Heráclito da del fluir y el cambiar. No se comprende, pues, qué comunicación, qué relación puede haber entre esos dos mundos. Y la palabra metaxis, o participación, que Platón emplea de continuo, no aclara lo más mínimo ese problema. Lo deja completamente intacto.
Por último, puede hacérsele también a Platón el reproche de que ese mundo de las ideas tiene que componerse entonces de un número infinito de ideas; porque si cada cosa tiene su idea, a la cual corresponde, de la cual es un remedo, una copia mala, inferior, entonces el número de ideas tiene que ser como el número de cosas; mas como el número de cosas es infinito —aunque no fuese más que porque se suceden y reproducen en el tiempo—, el número de ideas tendría que ser también infinito.
Estos reparos fundamentales que han sido frecuentemente hechos a la teoría de las ideas, lo fueron ya en tiempos de Platón por su discípulo más ilustre: Aristóteles.
Aristóteles y las objeciones a Platón
Aristóteles de Estagira, hijo del famoso médico del rey Filipo, preceptor él mismo del joven Alejandro, fue ya el que vio con claridad las flaquezas de que adolecía el pensamiento de Platón. En varios de sus escritos, con mucha frecuencia, Aristóteles polemiza contra Platón. Para Platón tiene Aristóteles los máximos respetos; en todo momento lo llama su maestro, su amigo. Polemiza, pues, con frecuencia contra Platón. Y las objeciones que Aristóteles formula contra la teoría de las ideas de Platón se pueden reducir a seis grupos característicos.
En primer lugar, la duplicación innecesaria de las cosas. Aristóteles muestra que ese mundo de las ideas, que Platón construye metafísicamente con el objeto de «dar razón» de las cosas sensibles, es una duplicación del mundo de las cosas que resulta totalmente innecesaria. Esta objeción que hace aquí Aristóteles a Platón es de una importancia incalculable en el proceso del pensamiento filosófico griego, porque es la primera vez que la teoría de los dos mundos (el mundo sensible y el mundo inteligible) establecida por Parménides dos siglos antes, la duplicidad de mundos, es insostenible. No hay un mundo inteligible de ideas contrapuesto y distinto del mundo sensible. Esto le parece una duplicación que no resuelve nada, porque sobre las ideas se plantearían exactamente los mismos problemas que se plantean sobre las cosas.