Frank Furedi
Cómo funciona el miedo
La cultura del miedo en el siglo XXI
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: How Fear Works: Culture of Fear in the Twenty-First Century
© 2018 by Bloomsbury Publishing PLC.
© 2022 de la edición traducida por D AVID C ERDÁ G ARCÍA
by EDICIONES RIALP , S. A.,
Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6073-8
ISBN (versión digital): 978-84-321-6074-5
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
Nada de lo que sucede en la vida debe temerse; tan solo ha de ser entendido. Es hora de que entendamos más, para que podamos temer menos.
Marie Curie
C UANDO PUBLIQUÉ MI LIBRO Cultu re of Fear ( La cultura del miedo ) en el verano de 1997, el concepto era prácticamente desconocido. Dos decenios después, la expresión «cultura del miedo» está en todas partes, desde las campañas políticas a los debates sobre el terrorismo islámico, pasando por el SARS. No obstante, todavía hay mucha confusión acerca de las causas y las consecuencias de la cultura del miedo que anega nuestra sociedad. Este libro tiene por fin remediar esa confusión. Sitúa la moderna obsesión por el miedo en su contexto histórico y examina cómo difiere la manera en que hoy tememos de cómo temíamos antaño. Además, analiza los fundamentos de nuestra cultura del miedo y el modo en que refuerza una visión fatalista sobre la humanidad, e intenta apuntar a una posible vía que nos lleve a un futuro que nos asuste menos.
E L LENGUAJE DEL MIEDO
La expresión «cultura del miedo» era relativamente novedosa en los años noventa; con todo, consiguió poner en palabras un sentimiento generalizado de ansiedad e incerteza. Incluso los críticos que no aceptaron los argumentos expuestos en Culture of Fear entendieron que el miedo y la cultura habían pasado a estar fuertemente entrelazados, y que el modo en que avanzaban de la mano tenía un impacto significativo en la vida pública.
En su momento, las respuestas alarmistas y desorientadas que se dieron a una variedad de asuntos —la epidemia del SIDA, los niños desaparecidos, los abusos en los rituales satánicos, la contaminación, el crimen— indicaron que la sociedad se había quedado varada en la incitación a un clima de miedo y en el cultivo del pánico. Pero aún quedaba mucho por llegar. Durante los años siguientes, la atención de la sociedad quedó fijada en dramáticas y catastróficas amenazas como el terrorismo o el calentamiento global, las epidemias de gripe y las armas de destrucción masiva. Al tiempo que estos peligros de nivel máximo arreciaban, se añadía un régimen de ansiedad constante propiciado por riesgos más triviales de la vida corriente. La dieta, el estilo de vida y la educación de los hijos, justo a muchos otros aspectos normales del día a día, son sometidos hoy a un escrutinio diario en cuanto a su nivel de amenaza. El propio miedo ha sido politizado hasta un punto en que el debate ya no es si debemos o no estar asustados, sino de qué o de quiénes hemos de asustarnos.
Comparado con el que se empleaba a finales del siglo pasado, el lenguaje de nuestros días está mucho más inclinado a abrazar la retórica del miedo. A veces parece como si la narrativa del miedo se hubiese elevado hasta su momento álgido. Desde el siglo XVIII son múltiples las referencias a una «Era de la Ansiedad». No obstante, en décadas recientes las referencias a esta condición han proliferado de tal manera que han pasado al vocabulario corriente. La aparición de latiguillos como «política del miedo», «miedo a la delincuencia», «el factor miedo» y «miedo al futuro» indican que el propio miedo se ha convertido en un señalado punto de referencia en nuestras conversaciones públicas.
Cuando la expresión «el proyecto del miedo» apareció en 2016 en la campaña del referéndum británico sobre la pertenencia a la Unión Europea, supimos que el relato del miedo había adquirido el estatus del sentido común. La adopción de una retórica similar por parte de Donald Trump y su rival Hillary Clinton durante las elecciones presidenciales norteamericanas unos meses después confirmó que el miedo se había convertido en un proyecto. «Si este ciclo electoral es un espejo en el que mirarnos, la imagen que nos devuelve es la de una sociedad atragantada de miedo», leíamos en un artículo de la revista Rolling Stone por entonces.
Naturalmente, la cuestión de si la sociedad «se ha atragantado de miedo» no puede explicarse con la mera mención al lenguaje que usamos. No obstante, el lenguaje es un importante signo de nuestras actitudes y refleja el espíritu de los tiempos. Y lo que es más importante, el lenguaje funciona como un medio vital mediante el cual las personas asignan sentido a lo que viven. El creciente uso de expresiones como «la política del miedo» indica que un buen número de ciudadanos está preocupado por el impacto del miedo en sus vidas. Para profundizar en el significado que la sociedad atribuye a la expresión «cultura del miedo» he explorado la base de datos de noticias Nexis, a fin de poder trazar la evolución de la retórica que la rodea y cómo ha cambiado su significado hasta nuestros días.
El primer ejemplo del uso de «cultura del miedo» que reveló mi búsqueda se hallaba en un artículo del New York Times publicado el 17 de marzo de 1985. El artículo se refería a la acción emprendida por un ejecutivo que aparentemente «había aportado disciplina y planificación» a su organización y que «había trabajado para desterrar una cultura del miedo y la desesperación fomentada por anteriores directivos». La manera en que la expresión se empleaba por primera vez anticipaba la posterior tendencia a asociarla con un intangible clima de ansiedad y miedo. Sin embargo, durante los años ochenta la expresión no se empleó demasiado; apenas se encuentran ocho referencias a ella en Nexis. Durante esta década la expresión se usó en referencia a experiencias específicas como la cultura de una institución, en vez de asociarse a una condición más amplia que prevaleciese en la sociedad entera.
Fue durante los años noventa cuando la expresión «cultura del miedo» adquirió gradualmente el estatus de giro distintivo e independiente de cualquier institución o experiencia específica. En mayo de 1990 un periodista australiano describió cómo una serie de terroríficas historias de crímenes había engendrado una «Cultura del Miedo», apuntando a la cristalización de una sensibilidad que trascendía toda experiencia concreta y marcando un importante punto de tránsito en la evolución del concepto. De ahí en adelante se aludió a la expresión cada vez más en relación con prácticas culturales y patrones que incidían en la sociedad en su conjunto.
Durante los años noventa las referencias a la «cultura del miedo» pasan de 8 a 533. Para mediados de la década, la expresión es lo suficientemente conocida como para ser empleada en titulares. El primer ejemplo de un titular que contuviese la expresión es de enero de 1996. En buena medida este incremento en el uso se vio estimulado por la aparición de dos publicaciones, mi libro Culture of Fear , publicado en 1997, y un texto de Barry Glassner con el mismo título, que salió dos años más tarde, llevando ambos textos a que muchos comentaristas incluyeran la expresión en sus reportajes. Con frecuencia, cultura y miedo aparecieron en comunicaciones como conceptos entrelazados. Este uso extendido se consolidó durante la primera década de nuestro siglo: solo en 2005 se hicieron 576 referencias, según Nexis, y un decenio después, en 2015, el número de las referencias ascendía a 1647, 2222 al año siguiente.
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