Martin Burckhardt
Dirk Höfer
Todo y nada
Un pandemonio de la destrucción
digital del mundo
Traducción de
Alberto Ciria
Herder
Título original: Alles und Nichts. Ein Pandämonium der digitalen Weltvernichtung
Diseño de la cubierta: Antidot Gràfic
Traducción: Alberto Ciria
Edición digital: Pablo Barrio
© 2015, Mathes & Seitz, Berlín
© 2017 , Herder Editorial, S.L., Barcelona
1ª edición digital, 2017
ISBN: 978-84-254-3894-3
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Herder
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Índice
Navegación estructural
Apocalipsis
Boole y la fórmula
En el principio era el cero, y el cero estaba con Dios, y Dios era el uno. El cero y el uno estaban en el principio con Dios. Por medio de ellos fueron hechas todas las cosas, y sin ellos no se hizo nada de lo que fue hecho. En ellos estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. Y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han comprendido.
En 1854, el matemático irlandés George Boole escribió un libro titulado Las investigaciones sobre las leyes del pensamiento. Boole, que siendo joven tuvo una iluminación que habría de determinar su pensamiento posterior, formuló en ese libro la idea de un universo lógico cuyos elementos se pueden exponer con la lógica de presencia/ausencia, 0 o 1. En el álgebra de Boole, el mundo de los números, y junto con él el mundo en general, se disuelve en el código binario. Según esto, los números tal como los conocemos son formas de manifestarse esta codificación. Han dejado de ser representantes. Las cifras booleanas 1 y 0 no designan una cantidad, son marcas de la presencia y la ausencia. El 1 representa el universo, el 0 la nada. Pero estas dos codificaciones no guardan entre sí una relación excluyente, sino complementaria: ambas obedecen a la misma lógica. Igual que 1 por 1 por 1 siempre es igual a 1 y que 0 por 0 por 0 siempre es igual a 0, en el mundo booleano también x por x por x siempre es igual a x. Y precisamente por eso todo y nada coinciden en la fórmula x = xn. Como en esta fórmula x puede representar todo, incluso el conjunto del mundo, no es exagerado hablar aquí de una fórmula universal digital.
Si concebimos el mundo como un gran imán que oscila entre un polo positivo y otro polo negativo, es decir, si lo concebimos con una lógica diádica, entonces tal cosmovisión cobra mucho sentido. Pues todo lo que se puede electrificar también se puede digitalizar. De este modo, x puede representar un signo alfanumérico, un documento de audio o una imagen, pero también podría representar el valor de la cantidad de hemoglobina en la sangre registrada por un sensor o los datos de la ubicación de una ballena. O también aquello que quizá solo en el futuro podremos digitalizar: nuestros actos de habla, nuestras emociones, nuestros sueños. Pero una vez digitalizado, cualquier x ya no aparece más como singularidad ni como objeto particular, sino que, con arreglo a la fórmula, se puede multiplicar con arbitrariedad, y prácticamente se multiplica por sí mismo, convirtiéndose en población.
Por consiguiente, en la ecuación x = xn se encierra una promesa de proliferación, un País de Jauja en el que todo está presente en todo momento e ilimitadamente. Es verdad que la promesa de una accesibilidad total también encierra una amenaza, pues al universo digital se le opone aquí una nada, una fantasía de aniquilación universal que moviliza todos los demonios imaginables. Aunque la realidad analógica sobrevivirá a su digitalización, sin embargo percibimos que se está degradando a una forma atrofiada, a un espejismo, a una escoria de sí misma, pues resulta mucho más eficiente en su forma de manifestarse digitalmente: siempre, en todas partes, sin límite alguno.
Pero la virtualidad no es el único campo de aplicación de la fórmula booleana, sino que ella repercute de vuelta sobre los fantasmas que estructuran nuestra realidad: consigna la «economía real», transforma nuestro cuerpo, nuestra concepción de la identidad y la libertad, impregna la política, modifica la percepción del tiempo y del espacio, repercute sobre lo humano en cuanto tal. En este sentido, hace ya tiempo que el mundo que nos rodea se ha convertido en mantra de la fórmula booleana: por medio de ellos fueron hechas todas las cosas, y sin ellos no se hizo nada de lo que fue hecho.
En el cuarto oscuro de la historia
Como es sabido, la mejor manera de ocultar un secreto es dejándolo a la vista de todo el mundo. Así es como nuestra sociedad de la información, que todo lo mide en bits y en bytes, sigue siendo ciega en lo que respecta al significado y a la procedencia de su concepto de información. Como en el caso del dinero, que se presupone que lo hay, también se cuenta con la información, pero uno no pregunta cómo ha venido al mundo aquel continente intelectual en el que ha podido establecerse nuestra sociedad de la información. Cuando Claude Shannon, el «padre de la teoría de la información», presentó en 1948 su teoría matemática de la comunicación, estaba aplicando la teoría que el autodidacta y matemático irlandés George Boole había publicado un siglo antes en su obra Leyes del pensamiento. Sin embargo —y esto es lo sorprendente—, la aportación de Shannon se reducía a una aplicación ingenieril, a un acto técnico de fertilización en el que aquellos pensamientos que habían conducido a Boole hasta su edificio conceptual permanecían intactos y, por ende, sin consecuencias. Este silencio en el momento del éxito resulta tanto más singular por cuanto la teoría de Boole había provocado una gran conmoción también en otro sitio. Cuando en 1879 Gottlob Frege publicó su Escritura conceptual, la obra que hoy se sigue considerando la pieza fundamental de la filosofía analítica, el matemático Ernst Schröder, uno de los primeros en reseñarla, describió este texto diciendo que en el mejor de los casos era una «paráfrasis» de las ideas de Boole. Considerando lo penoso que hubiera resultado no haber desarrollado este edificio conceptual por sí mismo sino haberlo tomado de otro, Gottlob Frege hizo cuanto pudo por minimizar el porcentaje de las ideas de Boole en su revolución fregeana.
El propio Claude Shannon, que se vio expuesto a constantes preguntas acerca de cuál había sido el momento de su descubrimiento en que pudo gritar «¡eureka!», desdramatizaba y decía que si hubiera habido tal momento ni siquiera habría sabido cómo se deletrea «eureka». Y como en nuestra imaginación colectiva el ordenador material es también un producto del siglo XX y no del siglo XIX , Boole es uno de los grandes olvidados de la cultura del ordenador, a pesar de que cualquier programador lo reencuentra constantemente en la figura de los booleans, los «operadores booleanos».
Que técnicos, incluso en la cima de su arte, no sepan nada de la historia anterior de su disciplina, es algo que todavía se puede aceptar. Mucho más extraño resulta que incluso los teóricos ignoren la revolucionaria aportación de Boole, que ni siquiera se planteen la simple pregunta de cómo se pudo llegar a una lógica binaria. Este vacío resulta aún más curioso por cuanto el impulso que llevó al matemático irlandés a tomar el cero y el uno como iniciales de la lógica binaria consistió en eliminar de la matemática los representantes: una operación tan radical como la decapitación del rey francés. Lo que tenía en mente era una matemática que le permitiera calcular con manzanas y peras, o considerándolo matemáticamente, saltar de un sistema numérico a otro. Este salto se vuelve posible porque Boole retira el cero y el uno (estos dos «números maestros de la matemática») de toda lógica designativa, es más, incluso de la propia matemática. Según eso, el uno ya no representa una cantidad, sino una presencia, y el cero una ausencia (de cualquier cosa que sea). Es aquí donde radica la auténtica revolución: la lógica binaria de Boole se desvincula de la matemática, es más, de la calidad material de aquello que la matemática reproduce. Como esa lógica binaria oscila entre el universo y la nada, puede reproducirlo todo.
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