Mikel López Iturriaga - Las 202 mejores recetas de El Comidista

Este es un libro a la antigua. Qué buen reclamo de marketing, ¿no? Ya veo las hordas de gente comprándolo gracias a esta frase. Pero bueno, qué le vamos a hacer. Es verdad. O verdad en parte, porque en realidad contiene sus novedades, sus sorpresillas, sus salidas de tono fuera de lo convencional. Digamos que hay en él producto fresco, además de buenas conservas. Y juro no hacer ni una metáfora gastronómica patillera más.

Lo que intento decir es que la intención de esta obra maestra de la literatura universal que tienes en las manos es limpiar, fijar y dar esplendor a todo lo bueno que, en mi nada humilde opinión, ha dado de sí El Comidista en estos dos últimos años, los que han pasado desde la publicación de mi anterior obra maestra de la literatura universal, La cocina pop. No encontrarás en él demasiadas extravagancias, porque, después de mucho darle vueltas, he llegado a la conclusión de que lo que la mayoría de vosotros buscáis en un libro de este tipo son soluciones a vuestros dramas del Primer Mundo. Es decir, fórmulas culinarias de las que podáis tirar cuando no sabéis qué coño guisar. Cuantas más y más fiables, mejor. Con un poquito de paja —uso esta palabra en todo su esplendor semántico— introductoria, pero con la chicha de los ingredientes y la preparación bien clarita y sin bobadas que distraigan.

¿Que cómo sé que eso es lo que queréis? Pues aplicando un riguroso método de investigación de mercado, consistente en pensar qué quiero yo cuando compro un libro de cocina. Así que al idear este tocho que sujetas en las manos, intenté que tuviera la máxima cantidad de esas cosas tan viejas y tan poco revolucionarias llamadas recetas. Todas mantienen las consignas básicas de mi blog en el diario El País: son fáciles, asequibles y sanas, y su eficacia está probada en los laboratorios secretos de El Comidista Enterprises. Muchas han sido publicadas en internet; otras provienen de mis queridas enfervorizadas —el club de fanses un tanto perturbadas de ambos sexos que tengo en Facebook— o de mi ayudante más querida todavía Mònica Escudero, y otras son inéditas de mi propia cosecha. Es decir, el mismo batiburrillo de anteriores libros pero esta vez multiplicado, ya que nunca publiqué tantos platos a la vez.

Te preguntarás por qué 202. O quizá no te lo preguntes, pero te lo cuento igual porque me da la gana. El 202 dos es un número mágico de la cosmogonía bosquimana, que proporciona prosperidad y una vida sexual muy intensa a todo el que lo maneja. Esto es algo que me acabo de inventar para no contar la verdad: se trata de una pequeña parodia/homenaje a las legendarias 1080 recetas de Simone Ortega, y además quedaba bonito en la portada. En cuanto a lo de «mejores», no te creas nada. Son las únicas que había.

Como colofón a esta magna recopilación recetil, no podía faltar el habitual relleno que completa todos mis libros. La diferencia es que en este tiene más utilidad, puesto que reúne guías varias indispensables —desde cómo hacer un caldo hasta cómo sobrellevar una resaca—, listados de productos que deberás almacenar en tu despensa si quieres ponerte exótico y cocinar indio, chino o japonés, más un repaso por las cuatro estaciones de Vivaldi y los productos que están en temporada en cada una de ellas. Y sí, tranquilos todos en la López Ibor y fuera de ella: también incluyo los greatest hits del consultorio Aló Comidista, con su ya clásica mezcla de información práctica y despropósito psicopatológico.

En resumen, estás ante un libro que no cambiará la historia del mundo, pero sí te enseñará tres o cuatro básicos culinarios, conseguirá que chusques de vez en cuando tras ganarte a tus ligues por el estómago, logrará que tu familia te acepte a pesar de ser un bicho raro y, en definitiva, convertirá tu vida gris en un espectáculo de luz y sonido. Eso si te salen bien las recetas, claro. Si no, ya sabes que la culpa es siempre tuya por no saber qué es rehogar, por conservar las sartenes roñosas de la abuela o por haberte puesto como La Moñoño a vino mientras cocinabas.

Ingredientes

Para ½ kilo

• 400 g de harina

• 150 ml de vino blanco

• 120 ml de aceite de oliva virgen

• 1 cucharadita de pepperoncino (o guindilla roja seca picada)

• 1 cucharadita de ajo deshidratado

• 1 cucharadita de sal

Los taralli son una especie de minirrosquillas de pan que provienen de Italia, concretamente del tacón de la bota a la que se parece el mapa de este país. Este snack típico, en el que fui introducido por mi cuñada May, es de esos viciosos que no puedes parar de comer, perfecto para acompañar un vinito o una cerveza sin grandes montajes.

La gracia de los taralli, aparte de muy sencillos de preparar, es que admiten múltiples variantes: aquí llevan ajo y guindilla —dos productos nacidos para la coyunda—, pero se les puede echar romero, semillas de hinojo, comino, un poco de queso o lo que se te ocurra. En Puglia también se preparan en versión dulce con azúcar o chocolate, aunque a mí me atrae más la idea de comerlos salados. En cualquier caso, son deliciosos, y muy recomendables para perder el miedo al oscuro y tenebroso mundo de las masas.