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Capítulo I
QUÉ SON LOS AFECTOS
Yo voy por un camino, ella por otro,
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: “¿Por qué callé ese día?”
y ella dirá: “¿Por qué no lloré yo?”
Gustavo Adolfo Bécquer
Los afectos son algo que nos afecta. Y no es un juego de palabras. No existe otro registro posible en la conciencia de las personas, en relación con las emociones, que el vivirlas. Ya el poeta, teólogo y predicador inglés contemporáneo de Shakespeare, John Donne, supo expresar esta cuestión de “bajar los afectos” al cuerpo y manifestarlos: “También el alma de los amantes puros / debe descender a facultades y afectos / que los sentidos puedan alcanzar y aprehender, / de otro modo, un gran príncipe yace encarcelado”. Sin embargo, desde la niñez, aprendimos a reprimir y disfrazar nuestras emociones, a mantener encarcelado al “gran príncipe” que habita en nuestro interior y que podría llegar a convertirse en rey, si nos atreviéramos a romper los barrotes de esa prisión. Así, paulatinamente, fuimos perdiendo capacidad para expresar nuestras emociones y para darnos cuenta del auténtico sentir de nuestra alma.
Cada afecto que sofocamos produce la mutilación de una parte de nuestra vida. De tal modo que, así como hay personas discapacitadas físicas o mentales, las hay, también, afectivas.
La discapacidad afectiva es un mal bastante general en nuestra época, hasta tal punto que, como en ninguna otra, han surgido numerosos caminos de búsqueda para aprender a dar salida a esa energía sofocada. Talleres corporales, grupos de encuentro, reuniones de sensibilización, son algunos ejemplos de un gran abanico de posibilidades que dan testimonio del hambre del hombre moderno por poder contactarse con el mundo de la vivencia, que ha pasado, hoy, a ser la dimensión de lo perdido.
Del mismo modo que el ahogo de los afectos conlleva, como consecuencia, la anestesia en segmentos de nuestra vida, su expresión coartada implica la generación del conformismo y la mediocridad.
No se puede tener medio orgasmo ni medio embarazo, pero, en cambio, sí nos permitimos tener “medio enojo”, “media depresión” o “un poco de celos”. El desenlace es que concluimos siendo “mediocres emocionales”. Y, entre la represión y la mediocridad, los afectos que no expresamos y en los cuales quedamos atrapados, se hacen síntomas. Así, la causa de nuestros síntomas radica en las emociones atrapadas en el pasado, que siguen siendo vigentes hoy, dado que lo que dejamos pendiente siempre retorna.
Sin embargo, es bueno tener en cuenta que eso que nos hace sufrir no es pasado. Usamos este concepto temporal sólo por una cuestión práctica pero, en realidad, lo que nos hace doler hoy es algo que no hemos podido dejar atrás, que sigue siendo permanente actualidad. Que lo repetimos en este momento porque no lo aprendimos, y no lo aprendimos porque no lo vivimos intensamente. Curiosamente, el pasado es lo que nos queda por vivir.
Para sanar de raíz los síntomas debemos, entonces, curar las emociones que están en la base de cada uno de ellos ya que los síntomas están en el lugar de un afecto que falta.
Este proceso se ajusta a dos principios fundamentales:
Los afectos están para ser sentidos
Los afectos están, entonces, para ser sentidos, y anhelan dar rienda suelta a su capacidad de expresión. Son procesos energéticos, que tienen la particularidad de comprometer y actuar sobre el propio cuerpo. En las emociones no hay nada abstracto, al punto de que podemos decir que nuestro cuerpo es un cuerpo emocional, que las emociones moldean nuestro cuerpo. Cuando tocamos o acariciamos un cuerpo no estamos tocando y acariciando un grupo muscular sino un tejido de afectos.
Los afectos se diferencian de los “actos eficaces”. Una acción eficaz dirige su actividad hacia el mundo exterior y es aquella que logra resolver una necesidad, mientras que las emociones, por el contrario, aparecen como inútiles para resolver problemas o tensiones. Así, por ejemplo, una reacción de miedo, con su repertorio de comportamientos somáticos y psíquicos, no aporta ninguna solución para eliminar los motivos que lo originaron. Sin embargo, su existencia, aparentemente inadecuada, está cumpliendo una finalidad dentro de la economía psíquica de la persona que lo sufre. Buscarle su sentido es la tarea que permite transformar una emoción en aprendizaje.
Los afectos son actos justificados, no por su capacidad de resolver una necesidad o una situación, sino por el significado que conllevan. Cada emoción posee un sentido particular, existe para enseñar algo al sujeto que la siente y es por eso que el mundo afectivo puede ser concebido como un gran maestro de la vida, aquel que nos va indicando cosas que debemos modificar, lecciones que debemos aprender para acercarnos a un equilibrio mayor, a una armonía creciente y a una salud más plena.
1. Lo que los afectos son
Los afectos son energía que necesita descargarse
La energía afectiva busca expresarse. Cuando no lo logra obtener por las vías usuales: motricidad (hacer), timia (sentir), palabra (decir) o sublimar (crear), puede manifestarse en el cuerpo como síntoma. Entonces, el cuerpo grita, en forma de síntoma, el afecto sofocado.
Hay que insistir: el síntoma está en el lugar del afecto sofocado. Decimos, por ejemplo, que el asmático se ahoga porque no se angustia o que el ulceroso sangra por no dejar salir su rencor y que parte de toda la tarea terapéutica consiste, justamente, en ayudar a catalizar este afecto ausente de la conciencia y así liberarlo de su anclaje o atadura al síntoma sustitutivo y permitirle de este modo expresarse de una manera más sana y más plena.
En suma, los afectos están para ser sentidos y, cuando quedan marginados de poder realizar esta experiencia, se estancan e intentan forzar otras vías de salida, y una posible es la “facilitación corporal”. Los afectos sofocados regresan como síntomas en el cuerpo. Pero no lo hacen en cualquier lugar sino que la geografía corporal les impone condiciones de expresión. Así, ciertos afectos aparecen en ciertas partes de nuestro cuerpo y en ciertos sistemas físicos con predilección a otros.