Isabel Cuesta
Una madre molona
Cómo afrontar la maternidad con arte,
salero y un toque de humor
Isabel Cuesta se convirtió en madre de Niñamolona, por sorpresa, en 2013; dos años después llegó Niñomolón, y un par de años más tarde dieron la bienvenida a Minimolona. Es periodista de profesión y madre por vocación. Tres meses después de convertirse en madre por primera vez, en el año 2013, creó el blog Una madre molona, donde comparte, siempre desde su propia experiencia y con mucho humor, trucos y consejos sobre la maternidad. En 2016 obtuvo el premio al mejor blog de embarazo y crianza que otorga la comunidad Madresfera. Este es su primer libro.
Edición en formato digital: abril de 2019
© 2019, Isabel Cuesta
© 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Anna Puig
Fotografía de portada: Lourdes Balduque
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ISBN: 978-84-17001-86-5
Composición digital: leerendigital.com
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Créetelo: ¡tú también eres una madre molona!
En esta época convulsa llena de cambios y de prisas locas, muchas mujeres viven la maternidad sintiéndose agobiadas, ahogadas, estresadas. Y no es para menos cuando el tiempo no sobra y las críticas no faltan.
Isabel Cuesta -la creadora del blog Una madre molona- está convencida de que esto puede cambiar y de que es posible vivir esta etapa con alegría, optimismo y humor. Para ello, desde su propia experiencia, aborda todo el recorrido desde que se sabe que un bebé está en camino, pasando por el embarazo, las hormonas, el paritorio, el temido posparto, los primeros meses, la falta de sueño, los celos, la lactancia... hasta llegar a convertirse en madre de tres hijos.
Un libro repleto de consejos prácticos y, sobre todo, con mucho humor, ya que «si de esto nos reiremos el día de mañana, ¿por qué no empezar ahora?».
Índice
De cuando yo no era feliz
Cuando me propusieron escribir un libro contando mi experiencia como madre, me puse a temblar. Por un lado, porque esa idea llevaba mucho tiempo rondando por mi cabeza y no me podía hacer más ilusión encontrarme con una oportunidad así. Por otro lado, me entró un miedo bastante intenso por dentro. Estaba justo en la recta final de mi tercer embarazo, agotada, cansada y temiendo la que se me venía encima si, además de todo lo que tenía entre manos en esos momentos, sumaba la presión de tener que redactar un libro. Un libro.
UN LIBRO.
Alucina.
Pero, aunque encontrar ratos libres para escribir, siendo madre de tres hijos, es casi una misión imposible, decir «no» a esta gran oportunidad, definitivamente, no entraba en mis planes.
Podría haberme puesto a escribir y a escribir sin más, así como a recopilar esos trucos y consejos que me hacen la maternidad más llevadera, molona, divertida…, aquellas cosas que me salvan cada día, y un sinfín de historias más. Pero creo que algunas circunstancias de mi vida son muy importantes para entender cómo he llegado a ser la madre que soy hoy.
Inciso: soy una madre muy normalita, ni soy perfecta, ni una supermadre, ni nada por el estilo, pero soy muy disfrutona, eso sí.
Está claro que no puedo entrar al detalle en todo, en primer lugar, porque sería un tostón de libro, contando treinta y cuatro años de mi vida, y no es este mi objetivo. Además, los años más difíciles no los viví sola, y no me siento cómoda hablando de gente a la que quiero mucho y que no ha elegido voluntariamente salir en estas páginas.
Pero intentaré resumir mi vida sin que os dé sopor o ganas de echar la siesta. Vamos allá.
Me llamo Isabel y nací en septiembre de 1984: buena reserva, oigan. Soy la pequeña de tres hermanos y, aunque mi llegada fue una sorpresa, dicen los que me conocen que fui especial desde el minuto uno de nacer. Me llevo tan solo un año con mi hermano, el mediano, y seis con mi hermana mayor.
A los nueve años, un mes antes de celebrar la primera comunión, mi madre se sentó a mi lado en la cama y me dijo que ella y mi padre se iban a separar. Y no, no fue una broma. Tampoco es que yo recuerde en mi memoria a mis padres felices y contentos juntos, las cosas como son. La tensión y los gritos en mi casa eran algo bastante normal, pero yo no había conocido otra cosa, así que formaba parte de mi vida esa falta de buen rollo y la escasa paz familiar.
El problema es que no fue una separación amistosa, ni tampoco definitiva. Tengo que decir que el cerebro es bastante selectivo y muchos de los capítulos que viví durante esos años me parecen como de película, como si no los hubiera vivido en primera persona. Por algunas circunstancias, durante mucho tiempo me sentí muy sola. Y cuando uno no cuenta con un ambiente muy estable a su alrededor, se tiende a atraer más cosas negativas todavía.
Digamos que no era una lince en los estudios, no estaba nada centrada; me gustaba más pintar y hablar en clase que atender a la lección de turno. Así que me pasé más tiempo castigada en el pasillo que dentro del aula. Mis continuos fracasos, mi falta de motivación, la inesta bilidad familiar, en definitiva, mi situación durante mi in fancia y adolescencia, hicieron que creciera con una carencia importante en la autoestima. Durante muchos años dudé seriamente de si llegaría a ser capaz de ga narme la vida porque yo sentía, en realidad, que no servía para nada.
Un domingo cualquiera, cuando tenía quince años, empezó a dolerme la tripa. «Así me libro de ir a clase y de hacer el examen», pensé. Pero pasaban los minutos y ese dolor cada vez era más y más agudo. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Y, aunque no quería despertar a mi padre, con el que vivía en ese momento, no tuve más remedio que pedirle que me llevara a urgencias. Una vez en el hospital, solo recuerdo que me llevaban de un lado para otro en silla de ruedas. Me hacían una prueba tras otra, pero no daban con el origen del dolor. Yo, mientras, deseaba que pasara lo que tuvie ra que pasar; si me tenía que morir, que así fuera, pero no podía aguantar más ese dolor tan intenso.
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