Prefacio
y agradecimientos
Este libro tiene su origen en un curso sobre economía política que impartí durante varios años con Roberto Mangabeira Unger en Harvard. A su inimitable manera, Roberto me incitó a pensar detenidamente sobre las fortalezas y las debilidades de las ciencias económicas, así como a articular todo aquello que considerase útil de los métodos de trabajo y de análisis utilizados en economía. Según Roberto, la disciplina se había vuelto estéril y obsoleta debido a que había abandonado la teoría social a gran escala al estilo de Adam Smith y Karl Marx. A mí me parecía, sin embargo, que la fortaleza de la economía reside precisamente en la teoría a pequeña escala, en el uso de un tipo de pensamiento contextual que esclarece la causa y el efecto, y arroja luz —aunque sea de forma parcial— sobre la realidad social. Una ciencia modesta practicada con humildad, argumenté, tiene más posibilidades de resultar útil que la búsqueda de teorías universales sobre el funcionamiento de los sistemas capitalistas o sobre aquello que determina la riqueza y la pobreza en el mundo. Creo que nunca logré convencerle de esto, pero confío en que se dé cuenta de que sus argumentos tuvieron un cierto impacto.
La idea de transmitir estos pensamientos en forma de libro acabó tomando forma en el Instituto de Estudios Avanzados (Institute for Advanced Study, IAS), al que me trasladé en el verano de 2013 y en donde estuve dos agradables años. Anteriormente, había pasado la mayor parte de mi carrera académica en entornos multidisciplinares, y me consideraba buen conocedor de —por no decir muy versado en— las diferentes corrientes existentes en el seno de las ciencias sociales. Sin embargo, el IAS constituyó una experiencia tremendamente estimulante, de una magnitud totalmente distinta. La Escuela de Ciencias Sociales del IAS, mi nuevo hogar, utilizaba fundamentalmente enfoques humanísticos e interpretativos, lo que suponía un fuerte contraste respecto del positivismo empirista de la economía. En mis encuentros con muchos de los visitantes de la escuela —procedentes de las ramas de antropología, sociología, historia, filosofía y ciencias políticas, además de la de economía—, me llamó poderosamente la atención la existencia de un fuerte trasfondo de desconfianza hacia los economistas. Para ellos, los economistas o bien manifestaban lo obvio, o bien se extralimitaban al aplicar marcos teóricos simples a fenómenos sociales complejos. En ocasiones me daba la impresión de que a los pocos economistas presentes se les trataba como a los idiotas sabios de las ciencias sociales: muy buenos con las matemáticas y la estadística, pero de muy poca utilidad en todo lo demás.
La ironía estaba en que yo había visto antes esta misma actitud, sólo que a la inversa. ¡Basta con juntarse con un grupo de economistas para saber lo que piensan de la sociología y la antropología! Para los economistas, las otras ciencias sociales son blandas, indisciplinadas, ampulosas, no lo bastante empíricas o (alternativamente) poco versadas en las trampas y obstáculos del análisis empírico. Los economistas saben cómo pensar y obtener resultados, mientras que los demás dan vueltas en círculos. Por ello, tal vez debería haber estado preparado para descubrir que la desconfianza también iba en sentido contrario.
Una de las sorprendentes consecuencias de mi inmersión en la vorágine disciplinaria del IAS fue que me hizo sentir mejor como economista. Durante mucho tiempo había criticado a mis colegas por ser demasiado estrechos de miras, por tomarse sus modelos demasiado al pie de la letra, y por prestar poca atención a los procesos sociales. Sin embargo, me dio la impresión de que muchas de las críticas procedentes del exterior no eran acertadas. Existía demasiada desinformación sobre la verdadera labor de los economistas, y no pude evitar pensar que algunas de las prácticas del resto de las ciencias sociales podrían mejorarse si se prestara más atención a la argumentación analítica y a las pruebas, que son el punto de apoyo de los economistas.
Dicho esto, también estaba claro que los economistas no pueden sino culparse a sí mismos por este estado de las cosas. El problema no es sólo su autosatisfacción y su a menudo doctrinario apego a una forma determinada de ver el mundo, sino que, además, a los economistas no se les da muy bien presentar su ciencia a los demás. Buena parte de este libro está dedicada a mostrar que la economía engloba una gran variedad de marcos teóricos en constante evolución, con diferentes interpretaciones sobre cómo funciona el mundo y diversas implicaciones para las políticas públicas.
Pese a ello, lo que los no economistas suelen percibir de la economía tiene todo el aspecto de un simple panegírico a los mercados, la racionalidad y el comportamiento egoísta. Los economistas destacan sobremanera a la hora de ofrecer explicaciones probables sobre diferentes aspectos de la vida social, explicaciones muy explícitas acerca de la forma en la que los mercados (y las intervenciones de los gobiernos) tienen diferentes consecuencias sobre la eficiencia, la equidad y el crecimiento económico, en función de las condiciones específicas existentes, pero con frecuencia esos mismos economistas dan la impresión de establecer leyes económicas universales que pueden aplicarse en todas partes, con independencia del contexto.
En un momento dado sentí que era necesario escribir un libro que hiciese las veces de puente para salvar este abismo divisor, un libro dirigido tanto a economistas como a no economistas. Mi mensaje a los primeros es que necesitan explicar mejor el tipo de ciencia que practican, y por ello en este libro proporciono un enfoque alternativo que resalta la gran utilidad del trabajo que se lleva a cabo en la economía, señalando al mismo tiempo las trampas en las que los practicantes de esta ciencia suelen caer. Mi mensaje a los segundos es que muchas de las críticas habituales dedicadas a la economía pierden su fuerza bajo este enfoque alternativo. Hay mucho que criticar en la economía, pero también hay mucho que apreciar (y emular).
El IAS ofrecía en más de un sentido el entorno perfecto para escribir este libro. Con sus tranquilos bosques, su excelente comida y sus increíbles recursos, es un auténtico paraíso para los académicos. Mis colegas de facultad Danielle Allen, Didier Fassin, Joan Scott y Michael Waltzer estimularon mi pensamiento sobre la economía y me proporcionaron inspiración con sus distintos y rigurosos modelos académicos. Mi asistente, Nancy Cotteman, me ofreció útiles comentarios sobre el primer borrador, que se sumaron a un apoyo administrativo increíblemente eficiente. Estoy muy agradecido al equipo gestor del IAS, especialmente a su director, Robbert Dijkgraaf, por permitirme formar parte de una comunidad de intelectuales en mi opinión realmente extraordinaria.