iván simonovis
El prisionero rojo
Prólogo de Asdrúbal Aguiar Aranguren
El prisionero rojo Primera edición, noviembre 2013
© De la presente edición, Cyngular Asesoría 357, CA
CORRECCIÓN DE TEXTOS Carlos González Nieto
IMPRESIÓN
Editorial Melvin
Depósito legal: If9020133003859 ISBN: 978-980-7212-34-2
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ÍNDICE Prólogo,
por Asdrúbal Aguiar 13
capítulo i
Diario de prisión: 2,5 x 2,5 27
capítulo ii
Diario de prisión: mi casa helicoidal 69
capítulo iii
Diario de prisión: los jefes del Sebin 117
capítulo iv
Diario de prisión: cómo se deteriora un preso en el Sebin 151
capítulo v
Diario de prisión: el pasillo de la muerte 181
capítulo vi
Diario de prisión: el poder de la mente 209
capítulo viii
Diario de prisión: los presos VIP 277
capítulo ix
Diario de prisión: la hostilidad 299
capítulo x
Diario de prisión: más candados 315
capítulo xi
Diario de prisión: mi mazmorra 343
capítulo xii
Diario de prisión: un 31 de diciembre 393
epílogo Traslado a Ramo Verde 437
PRÓLOGO“Aquellas aguas trajeron
estas crecientes devastadoras
o estas inundaciones fertilizantes”.
Juan LiscanoAspectos de la vida social y política de Venezuela (1963)
A las 4 y 25 de la tarde del 5 de marzo de 2013, según un parte oficial minado por la legítima duda que acusa el país, huérfano de transparencia, muere en Caracas luego de una penosa enfermedad que se trata en la ciudad de La Habana, Cuba, el Comandante Presidente Hugo Rafael Chávez Frías.
Comandante, primero que todo, no por su origen –siquiera– de exsoldado golpista, sino, antes bien, dado el título que como tributo le ofrenda en 1998 su ductor político, Fidel Castro, confirmándolo como traidor de las Fuerzas Armadas que lo forman; y antes de que él mismo, por voluntad propia e inconstitucionalmente, reasuma la condición militar que ha perdido por su felonía. En el fondo, con ello Chávez le rinde culto a nuestra forja como Estado y sociedad en los odres de los cuarteles, privilegiando las botas sobre la gente y bajo una perspectiva bolivariana que menosprecia el origen civil de nuestras instituciones republicanas. Y es presidente, por añadidura, al ser electo popularmente pero sin que ello suponga para el fallecido, por lo mismo, la subordinación del mundo castrense al poder civil; lo que se traduce luego y durante el curso ominoso de sus 14 años de mandato en ausencia de reconocimiento a la igual dignidad de los “otros”, de la mayoría de sus compatriotas, quienes no portamos en Venezuela divisas o endosamos galones, pero que, como personas, tenemos derechos y una igual dignidad que debe ser respetada y aún reclamamos de sus herederos.
El muerto deja tras sí y como legado, animado además por un credo extraño a nuestra condición nacional y gentilicio, a una legión de presos políticos –entre estos el autor de las páginas a las que sirve este liminar– y un país deliberadamente dividido, con los ánimos encrespados, hecho una Torre de Babel. Hablando el mismo idioma que a todos nos aporta la civilización hispano-romana de más 3.000 años que éste desprecia y reduce a otra de 200 años magros que ignora aun más en su afán de pionero, se ocupa de que las mismas palabras de uso corriente dentro de la política y la moral tengan significados distintos, para unos y para otros de los venezolanos que lo siguen o lo adversan. No le preocupa el diálogo y menos por ser la fuente de la libertad.
El entendimiento recíproco y el sentido cabal de la justicia, que es precisa en sus formas y en el fondo, resulta hoy imposible. No hay traductores que sirvan para resolver el complicado entuerto hoy planteado, la inevitabilidad del “diálogo de sordos” y el desprecio constante por la verdad.
Por obra del citado “credo”, instalado en el eje de los poderes públicos de Venezuela, los juicios éticos o los asuntos del Estado y hasta la Justicia administrada –bajo control del mismo Chávez y sus seguidores– se tornan parciales o confusos. Lo justo y lo injusto, la inocencia o la culpabilidad no dicen lo mismo para las víctimas del régimen o para quienes aún le sirven –ya muerto– al último rezago de nuestro caudillismo histórico.
La mentira, pues, adquiere rango constitucional a manos de los propios jueces a partir de 1999 y se transforma en política de Estado, durante un tiempo que ya suma tres lustros. Y el desafío pendiente, como lo recuerdo en Memoria, verdad y justicia (Editorial Jurídica Venezolana, Caracas, 2012), citando a Peter Häberle, es nada más y nada menos que resolver si “tiene sentido preguntarse si es posible que el Estado constitucional fije los límites dentro de los cuales exista la tolerancia y al mismo tiempo no se apoye ni en un mínimo de verdad, porque no puede decirse que sea posible tolerancia alguna si no hay un deseo por la verdad”.
La explicación anterior es necesaria al prólogo del libro de Iván Simonovis, que este, en gesto de afecto que me compromete, me ha solicitado. Y es que la realidad que dibuja o el propósito de su narrativa variada –su vida, sus logros, su cárcel, sus tristezas, su mujer e hijos, sus alegrías– no se entendería a cabalidad sin el contexto dentro del cual ha lugar esa historia vaciada desde la cárcel, como arresto de autonomía ante quienes han intentado domesticarlo.
De no ser así, el libro podría significar un desvarío, un ejercicio legítimo de ficción narrativa, o cuando menos el cuento de un accidente más dentro de los que ocurren a diario dentro de la Justicia deficiente que acusan la mayoría de los países de América Latina.
Lo que le ocurre a Simonovis, teniendo como víctimas a otros muchos venezolanos y a su propia familia, solo cabe en sociedades cuyos gobernantes beben en las fuentes ideológicas del fascismo y que hoy lo hacen, paradójicamente, en el caso de Venezuela, de manos de Fidel Castro. Tanto que Marx queda postergado y en minusvalía, es usado como artificio de ocasión o enviado, según el propio lenguaje marxista, al “basurero de la historia”.
Friedrich Nietzsche, al escribir sobre la muerte de Dios en Así habló Zaratustra, catecismo que reza durante su agonía el Comandante Presidente Chávez y dado lo cual –para aquél y para éste– todo vale y todo cabe, recrea la imagen del hombre inferior, que seríamos todos o la gran mayoría de los hombres, quien apenas es un eslabón entre los animales y el “súper hombre” que ha de ser forjado en su defecto: el “hombre nuevo” del que habla el último en 2004 en “La nueva etapa: el nuevo mapa estratégico de la revolución”.
La trama nietzschiana, base de la filosofía del nacional socialismo, justamente, es tributaria del engaño, del menosprecio, del desconocimiento de la realidad racional y prometedora del hombre común; pero sobre todo describe el engaño fatal que a nosotros mismos nos hacemos los humanos y al que nos vemos sometidos cuando alcanzamos el poder y nos situamos en el puesto del sol, desconociendo u olvidando que todos a uno tenemos la misma naturaleza racional.
Lo veraz, pues, es que Chávez y sus causahabientes no se percatan, sino tardíamente, de que hasta el propio sol –lo afirma Nietzsche, descontextualizando el Eclesiastés– igualmente tiene su ocaso. Por ello, los deudos de aquél, en medio del conflicto entre sucesores que hoy los anega, gritan de terror ante la voz firme de sus víctimas, a las que sojuzgan y tornan en preteridos hasta ayer, considerándolos como la nada, mintiendo ante ellas hasta doblegarlas y confundirlas, y quienes ahora reclaman, sin temores, justamente eso: memoria, verdad y justicia. Desnudan sin concesiones la verdad, en buena hora, las víctimas del chavismo, ya que hasta los mentirosos de Estado no encuentran otra alternativa que confesar, descargar el alma de sus podredumbres y revelar sus pánicos ante los débiles que han oprimido, en imagen que muestra mejor Zaratustra.