MÁS ALLÁ DE LA LIBERTAD Y LA DIGNIDAD
En este libro profundo y profundamente desafiante, B. F. Skinner, al que muchos califican como el más influyente y polémico psicólogo actual, autor asimismo de la famosa novela Walden Dos, expone su punto de vista actual sobre el hombre y la sociedad.
Insistiendo en que los acuciantes problemas con los que nos encontramos en el mundo actual, sólo pueden ser resueltos actuando mucho más efectivamente sobre la conducta humana, Skinner sostiene que debemos revisar a fondo nuestros conceptos tradicionales sobre la libertad y la dignidad. Él reconoce que estos conceptos han jugado un importante papel histórico en la lucha del hombre contra muchas clases de tiranía, pero actualmente son los responsables de una fútil defensa de un hombre autónomo libre y digno; ellos perpetúan nuestro uso del castigo y bloquean el desarrollo de prácticas culturales más efectivas. Basando sus argumentos en los resultados objetivos del análisis experimental de la conducta, en el que él es un pionero, rechaza las interpretaciones tradicionales de la conducta en términos de estados de la mente, sentimientos y otros atributos mentales, en favor de interpretaciones que han de ser vistas en relación con la dotación genética individual y con la historia personal. Explica por qué, en lugar de promover la libertad y la dignidad como atributos personales, deberíamos dirigir nuestra atención al entorno físico y social en que se vive. Si se han de conseguir los objetivos tradicionales de la lucha por la libertad y la dignidad, es el ambiente lo que se debe cambiar, más que el hombre mismo.
El libro nos fuerza de nuevo a mirar los ideales que hemos dado por sentados y a considerar la posibilidad de un enfoque científico que, aunque en principio pueda parecer incompatible con estos ideales, nos permitirá evitarla destrucción hacia la que estamos abocados ahora y, a la larga, construir un mundo en el que el género humano pueda alcanzar su suprema realización.
Título Original: Beyond Freedom and Dignity
Traductor: Coy, Juan José
©1971, Skinner, B F
©1971, Ediciones Martínez Roca
Colección: Libros Universitarios y Profesionales
ISBN: 9788427010772
Generado con: QualityEbook v0.87
Generado por: AsA, 03/12/2019
A Justine y su mundo
1
Una tecnología de la conducta
AL INTENTAR resolver los problemas que nos afectan en nuestro mundo actual, espontáneamente echamos mano de aquello que somos capaces de hacer mejor. Buscamos seguridad, y nuestra seguridad es la ciencia y la tecnología. Para controlar la explosión demográfica buscamos mejores métodos de control de la natalidad. Amenazados por la posibilidad de un holocausto nuclear, construimos mayores fuerzas disuasoras y sistemas misiles antibalísticos. Pretendemos terminar con el hambre en el mundo mediante nuevos alimentos y mejores métodos de cultivo. Albergamos la esperanza de que procedimientos sanitarios mejores y una mejor medicina, neutralicen la enfermedad; que sistemas de viviendas y transporte más eficaces resuelvan los problemas de los guetos y, en fin, que seamos capaces de controlar la creciente contaminación del ambiente por medio de procedimientos más eficaces en la transformación o disminución de residuos de todo tipo. En todos estos sectores podemos comprobar adelantos muy notables, y no tiene nada de particular que intentemos ampliarlos y extenderlos mucho más. Pero de hecho las cosas empeoran constantemente y es descorazonador comprobar que buena parte de la culpa es imputable a la tecnología misma. La higiene y los adelantos médicos agudizan el problema demográfico; la guerra ha añadido un nuevo horror a los suyos propios tras el descubrimiento de las armas nucleares; y la búsqueda masiva de felicidad y bienestar es la principal responsable de la contaminación ambiental. Como ha dicho Darlington, “cada nueva fuente de poder para el hombre de hoy, disminuye las perspectivas del hombre del futuro. Todo su progreso, sólo ha sido posible precisamente a costa del daño causado al medio ambiente, un daño que ahora ya resulta irreparable y que no se previó cuando todavía era tiempo”.
Si esto fue previsible o no, puede discutirse. De lo que no hay duda es de que el hombre tiene que reparar ese daño, o de lo contrario todo será perdido. Y sólo puede hacerlo reconociendo y encarando la realidad misma del problema. La sola aplicación de las ciencias físicas y biológicas no resolverá estos problemas nuestros, porque las soluciones están en otro campo. Mejores anticonceptivos, ciertamente, pueden contribuir a controlar la explosión demográfica, pero sólo en el caso de que la gente los use. Nuevas armas pueden neutralizar nuevos sistemas defensivos, y, a la inversa, pero el holocausto nuclear sólo se podrá evitar en el caso de que cambien radicalmente las condiciones que hasta ahora han provocado que unas naciones hagan la guerra a otras. De nada servirían nuevos métodos agrícolas y sanitarios si no se llevan a la práctica. Y el problema de la vivienda no se resuelve simplemente construyendo más edificios y ciudades, sino intentando mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Las aglomeraciones de población solamente pueden corregirse tratando de convencer a la gente de que no se aglomere. Y, finalmente, la contaminación ambiental, tanto terrestre como marítima y atmosférica, seguirá inevitablemente aumentando a menos que, lo que la produce, concluya.
En resumidas cuentas, debemos llevar a cabo cambios enormes por lo que a la conducta humana se refiere. Estos cambios no los lograremos echando mano tan sólo de la física o la biología, por mucho que lo intentemos. (Y hay otros muchos problemas, como, por ejemplo, la crisis de nuestro sistema educativo, y el desinterés y rebeldía juveniles: ante este tipo de conflictos sí que resultan tan obviamente irrelevantes las técnicas física y biológica que nunca se le ha ocurrido a nadie aplicarlas para resolverlos.) No es suficiente, como se suele decir a veces, “usar de la tecnología con un conocimiento más profundo de las realidades humanas”, o bien “acomodar la tecnología a las exigencias espirituales del hombre”, o todavía más, “estimular a la tecnología para que haga frente a los problemas humanos”. Tales expresiones implican que allá donde la conducta humana comienza, allí termina la tecnología. Y no debemos continuar, como en el pasado, con lo que hemos aprendido por experiencia personal, o gracias a lo que sabemos a partir de esa serie de experiencias personales que llamamos historia, o de esos otros destellos de experiencia que surgen aquí y allá en la sabiduría popular y en las reglas prácticas más elementales. Durante muchos siglos esto es lo que hemos tenido a mano… y así nos luce el pelo.
Lo que necesitamos es una tecnología de la conducta. Podríamos solucionar nuestros problemas con la rapidez suficiente si pudiéramos ajustar, por ejemplo, el crecimiento de la población mundial con la misma exactitud con que determinamos el curso de una aeronave; o si pudiéramos mejorar la agricultura y la industria con el mismo grado de seguridad con que aceleramos partículas de alta energía; o marchar hacia un mundo en paz con un progreso, siquiera parecido al seguido por la física en su camino hacia el cero absoluto (si bien ambas cosas, a no dudarlo, permanecerán fuera de nuestro alcance). Pero ciertamente no tenemos una tecnología conductual comparable en poder y precisión a la tecnología física y biológica, y todos aquellos que no encuentren ridícula semejante posibilidad, quizá se asusten por ello más que tranquilizarse. ¡Qué lejos estamos de “conocer las realidades humanas”, en el sentido en que la física y la biología conocen sus respectivas esferas! Y mucho, igualmente, es lo que nos falta para llegar a ser capaces de evitar la catástrofe hacia la que el mundo parece moverse irremisiblemente.