Un Cristianismo de Diáspora
El tiempo actual plantea al cristiano un extraordinario desafío: mantener su identidad y transmitir la Buena Nueva del Evangelio en medio de un mundo secularizado y materialista. El ambiente de cristiandad, que posibilitaba un cristianismo de costumbre, ha desaparecido. Nos encontramos ante una nueva realidad: una situación de diáspora.
En un estudio de 1961 sobre la alianza de amor con María, que en la actualidad existe sólo como manuscrito, el P. Kentenich se refiere a las características que según él debiera poseer un cristianismo de diáspora. Transcribimos algunos pasajes centrales de dicho estudio.
Nos referimos aquí a una marcada situación de diáspora que hoy se hace presente en forma lenta, pero cada vez con mayor fuerza: un cristianismo en la dispersión, en medio de una multitud de personas que profesan otros credos o de personas no creyentes de los tipos más diversos. Hace ya años que para caracterizar esta situación usamos la expresión “desterritorialización del cristianismo”. De eso ya han pasado decenios. Lo que veíamos venir en ese entonces, hoy día se ha desarrollado en forma plena.
Por todas partes se topa el cristiano actual con el no cristiano. Por todas partes, ambos se debaten en cuestionamientos de carácter existencial. Ya no hay murallas chinas que separen el espacio físico y espiritual de las diversas cosmovisiones. Una cultura universal, como una gigantesca red, abarca pueblos y naciones en forma creciente y casi incontenible. Ella acerca, querámoslo o no, los unos a los otros y, sin excepción, los hace dependientes unos de otros. Desaparecen las distancias. Los valores propios y peculiares, a no ser que estén arraigados de un modo extraordinario, son barridos en un momento.
El P. Lombardi parece contar con que, en un tiempo próximo, Cristo llegará a ser Señor del nuevo mundo que está surgiendo. Él piensa que será posible poner a los pies del Señor del cielo y de la tierra, una humanidad cristificada, nueva y mejor. Al igual que nosotros, él sabe bien cuántos milagros de transformación se requieren para lograr cristianizar un mundo increíblemente secularizado. Sin embargo, él mantiene su convencimiento. Sin lugar a dudas, el ideal es extraordinariamente grande y hermoso. Nunca será mucho lo que se pueda hacer por alcanzarlo y son dignos de admiración todos aquellos que se afanan por su realización.
Pero es más que dudoso que la realización de esta meta pueda situarse en una cercanía palpable. En todo caso, hacemos bien si nos orientamos y predisponemos interiormente a un largo predominio de la situación de diáspora a la cual acabamos de hacer referencia. Esta situación exige perentoriamente una amplia educación que capacite para vivir en ella. De este modo, el ideal que nos inspira, el hombre nuevo y la nueva comunidad, ambos caracterizados por un marcado sello apostólico universal, adquiere una forma concreta muy determinada. Se trata de un hombre y de una comunidad capaces de vivir en la diáspora, que están animados por una vigorosa voluntad de conquista. Con el fin de profundizar este valioso conocimiento, doy la palabra a Karl Rahner. Escribe: “La situación de diáspora es para nosotros, hoy, una obligatoriedad salvífica. Es decir, no debemos considerar esta situación de diáspora únicamente como una desgracia, sino que podemos reconocerla como permitida (no como debida) por Dios, y serenamente sacar de ello las consecuencias”.
Nosotros acostumbramos decir: Vox temporis, vox Dei . Las voces del tiempo son voces de Dios. Las penurias y las exigencias del tiempo nos revelan, de modo más preciso, los deseos de Dios respecto a la necesidad de una nueva conformación del sistema educativo y de la formación, en nuestras organizaciones y establecimientos. La naturaleza y las características de esta situación de diáspora del cristianismo determinarán, con más exactitud la estructura del hombre capaz de vivir en la diáspora, y las características que debe poseer su formación en el plano individual y social.
Karl Rahner continúa: “La facticidad de la situación de diáspora existente en nuestro planeta debiera ser un hecho cada vez más reconocido. Dejemos de lado si es feliz y teológicamente correcto hablar de los países europeos como tierras de misión. Que ya no “existen países cristianos (excepto quizás los ibéricos). El cristianismo se encuentra (aunque en muy diversas dosificaciones), por doquier en el mundo, en situación de diáspora. En todas partes está numéricamente en minoría; en ningún lugar posee una función conductora que le permita imprimir el sello de los ideales cristianos al tiempo actual en forma vigorosa y clara. Sin duda que atravesamos por un período en el cual la situación de diáspora será creciente, sea cuales sean los motivos que aduzcamos para explicar este hecho. De todas maneras, la nueva época de Cristo Jesús, que profetiza Lombardi, en ningún caso se hace visible. Al contrario, la cristiandad de la Edad Media y de los tiempos modernos, es decir, la cristiandad campesina y la individualista, propia del pequeño burgués, irá desa-pareciendo en forma cada vez más acelerada. Esto porque las causas que desataron este proceso en el Occidente, están todavía actuando y aún no han terminado su obra”.
Quien quiera determinar más exactamente las características del ideal del hombre capaz de vivir en la diáspora, que está arraigado en una comunidad igualmente capaz de vivir en la diáspora, quien quiera encenderse por ese ideal y entusiasmar a otros por el camino, debe partir de la consideración de la actual situación de diáspora, lo cual es sobre todo tarea particular de los institutos seculares. Se debe, entonces, tratar de captar, cada vez en forma más profunda, esta situación e interpretarla como un signo de Dios y a partir de ello, reformular la meta y buscar y señalar caminos para su más perfecta realización.
El cristianismo de diáspora actual, el que viviremos mañana y pasado mañana, posee cuatro propiedades que le son características, las que deben tomarse en cuenta y ser consideradas por todos aquellos que se dedican a la educación y conducción de los individuos y de los pueblos. Este tipo de cristianismo, a diferencia del anterior, es más acentuadamente un cristianismo de elección (o decisión personal) y un cristianismo del amor; es un cristianismo que acentúa más intensamente el espíritu de conquista y, por último, es un cristianismo laical.
Nos detendremos a analizar más en detalle esta tipificación de modo que podamos encontrarnos retratados en ella, en nuestro ser, en nuestro querer y nuestro actuar. Por el momento, sólo será posible hacerlo de modo global. Quienquiera, sin embargo, hacer suyo este mundo que hemos delineado, debe tomarse tiempo para ello y tratar, una y otra vez, de escuchar e interpretar las voces del tiempo como voces de Dios, para darles una recta respuesta.
Nos referimos primeramente a la estructura y misión de un cristianismo de decisión personal.
Lo que entendemos por “cristianismo de decisión personal” lo dice suficientemente la misma expresión. Se trata, por de pronto, de un cristianismo que pone el acento en la opción personal, en la decisión personal lúcida, en una vigorosa voluntad de realización y de conquista. Es un cristianismo que está dispuesto a renunciar a tener a otros junto a sí o a que otros lo sigan. Edifica particularmente sobre la base de vigorosas personalidades de jefes cristianos, para los cuales la religión ha llegado a convertirse en una forma interior de vida, en aquello que da sentido a su vida y que lo impulsa poderosamente hacia adelante.
Esta manera de vivir el cristianismo no se contenta, como es el caso del cristianismo heredado, con atraer y actuar creadoramente por medio de la irradiación de una atmósfera común y por la transmisión de las costumbres y normas que le son propias. De alguna manera, los hijos de este cristianismo heredado crecen en el ser, en la vida y el actuar de la comunidad cristiana, en forma más espontánea e irreflexiva. Esto no significa que no conozcan también la opción y la autodecisión. Sólo que no le da a ello una importancia extraordinaria. El cristianismo heredado, en verdad no necesita hacerlo, porque las circunstancias muestran en forma natural otros caminos. Es un tipo de cristianismo que tiene lugar allí donde penetra y domina un círculo relativamente cerrado, un ámbito cultural insular. Éste fue el caso de antaño, cuando el Occidente constituía un mundo cristiano compacto. Hoy no es éste el caso.