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SINOPSIS
Pocos refranes han sido más perjudiciales que ese que dice que al mal tiempo hay que ponerle buena cara. Al mal tiempo hay que ponerle lágrimas o tristeza. Y al bueno, sonrisas y alegría. Saber gestionar nuestras emociones no es esconderlas ni suprimirlas, es reconocerlas y manejarlas con sentido.
Tras muchos años de consulta, la doctora Anabel Gonzalez nos brinda esta pequeña guía de supervivencia emocional que nos ayudará a gestionar mejor nuestras emociones y a aprender a convivir con los malos momentos.
Porque la clave para sentirnos a gusto con nosotros mismos y con nuestra vida está precisamente en saber llevar bien los días malos.
Anabel Gonzalez
Lo bueno
de tener
un mal día
Cómo cuidar de nuestras
emociones para estar mejor
Para Begoña, Maria José y Oriol,
que me ayudaron en el proceso
de dar forma a este libro
PRÓLOGO
Una de las principales aspiraciones del ser humano es alcanzar la felicidad, y aunque pensamos que es la vida la que nos lo pone difícil, en no pocas ocasiones nosotros mismos nos ponemos obstáculos. He pasado la mayor parte de mi vida ayudando a personas con problemas, he conocido sus historias vitales y cómo han reaccionado ante ellas. Como psiquiatra siempre me ha interesado el campo de la psicoterapia del trauma, es decir, el camino por el que quienes han sufrido experiencias difíciles consiguen superar estas vivencias y llevar una vida gratificante. He tenido el privilegio de acompañar a muchas personas en este proceso de cambio y puedo decir que he visto cosas extraordinarias. He comprobado cómo se puede recomponer un ser humano completamente roto por lo que ha vivido. He visto cómo personas que se sentían pequeñas e incapaces de gestionar su día a día han pasado a tomar las riendas y recuperar el poder sobre su mundo. He comprobado cómo se puede mirar de frente lo que más duele y deshacer ese dolor por completo. He conocido a gente muy distinta que ha reconquistado su vida, se ha reconciliado consigo misma, reconectado con lo que siente y aprendido a cuidarse y a relacionarse.
Es cierto que también he visto a muchos que no han podido o no han sabido salir de su malestar. Algunos incluso no han querido cambiar o moverse del lugar en el que estaban, aferrándose a su forma de ser o de funcionar, aunque esto tuviese consecuencias muy negativas para ellos. Lo respeto. A veces cambiar da vértigo, incluso pánico, preferimos quedarnos en lo malo conocido, por mucha factura que esto nos pase. En cualquier caso, estas evoluciones tan distintas nos plantean muchos interrogantes. Personas que han vivido situaciones similares y sufren síntomas igual de graves responden de modo muy diferente a lo largo del tiempo, algunas se recuperan y se sienten incluso mejor que antes de que todo ocurriera y otras se atascan y se bloquean cada vez más. ¿Por qué estas diferencias? ¿A qué podemos atribuirlas?
No voy a decir que tenga todas las respuestas. De hecho, lo único que está claro para los que tratamos de entender el funcionamiento del cerebro y la mente humanas es que su maravillosa complejidad supera nuestros intentos de simplificarla. Pero sí creo haber entendido algo. Las personas que consiguen superar situaciones difíciles no son las que son felices se ponga como se ponga la realidad. Tampoco son las que siempre están bien y se muestran constantemente alegres y sonrientes. Lo más importante es tener la capacidad de gestionar las emociones, positivas o negativas, y ayudarnos a manejar lo que la vida nos va dando. La clave para sentirnos a gusto con nosotros mismos y con nuestra vida está precisamente en saber llevar bien los días malos.
Claro que esto no es tan sencillo, ni tampoco lo explica todo. Nuestros sistemas nerviosos son diferentes, y hay personas mucho más sensibles al impacto de las situaciones adversas. Existen también problemas cerebrales que hacen difícil mantener un ánimo estable o filtrar las percepciones de lo que nos rodea, y no podemos modificar esto sin la ayuda de fármacos que regulen la neuroquímica del sistema nervioso. Aunque no tengamos esa alta sensibilidad o predisposición biológica, hay dolores muy grandes que superan nuestra capacidad para calmarlos o, a veces, confluyen tantas cosas problemáticas a la vez que nos desbordan. Todos tenemos un límite. Sin embargo, gran parte del efecto que causan estas situaciones tiene que ver no solo con su gravedad objetiva ni con lo que nos hacen sentir, sino con lo que hacemos con lo que sentimos.
— Si cuando estamos pasando una mala etapa nos damos cuenta de que nos está afectando y no nos exigimos funcionar como si estuviésemos bien, no abusaremos de unas fuerzas que nos fallan. Si no nos machacamos internamente, no amplificaremos un malestar que ya de por sí es suficientemente grande. Si pedimos ayuda a personas que pueden, saben y quieren apoyarnos, y nos dejamos ayudar, aunque nuestra energía sea baja, esa ayuda externa podrá suplirla. En resumen, si cuanto peor nos sentimos, más y mejor nos cuidamos, amortiguaremos de un modo muy importante el malestar que tenemos y este durará menos tiempo.
— Sin embargo, si no reconocemos que estamos mal, si nos imponemos ser fuertes y no nos damos tregua, si nos culpamos o avergonzamos por estar mal, si no pedimos ayuda ni aceptamos la que nos ofrecen y si no hacemos lo que nos hace bien, sino lo que más nos perjudica, el malestar se hará más intenso y durará mucho más tiempo. A lo que hacemos con lo que sentimos lo llamamos regulación emocional , y es el tema central de este libro.
Como veremos a lo largo de cada uno de los capítulos, hay muchos aspectos que tener en cuenta. Si mejora nuestra comprensión de cómo funcionan las emociones y cuáles son los sistemas más eficientes para regularlas, nuestras posibilidades para lidiar con lo que la vida nos vaya trayendo serán mayores. Comprender no lo cambia todo, pero ayuda mucho, y sin comprender difícilmente podremos variar nuestros patrones. Muchos de los mecanismos de regulación emocional son automáticos, y ser conscientes de ellos nos permite poder empezar a hacer cambios con conciencia e intención. Además, observar nuestros estados emocionales con perspectiva es, de por sí, una forma de regularnos emocionalmente: no nos metemos dentro de la emoción, sino que podemos pensar sobre cómo nos sentimos y, desde ahí, hacer algo con ello.