Contacto y charlas
E stoy ansioso por compartir contigo los estudios, entrevistas y descubrimientos que he hecho durante los años que he dedicado a escribir este libro. En términos prácticos, y con ejemplos reales, he querido destacar que la inteligencia emocional se puede aplicar en las situaciones cotidianas, lo mismo en casa que en el trabajo, y por qué aplicarla es hoy más importante que nunca.
Si tienes interés en invitarme a hablar en el próximo evento que organices, puedes ponerte en contacto conmigo a través de LinkedIn o escribiéndome a la dirección de correo electrónico .
Además, si este libro te ha llevado a descubrir algo personalmente, o a alguna «revelación», me encantaría saber de ello. Si no estás de acuerdo con lo que pienso o te gustaría hacerme una crítica constructiva, me gustaría oírla también.
Estoy deseoso de escucharte y aprender de ti.
Para Dominika, Jonah y Lily, que me han enseñado
más de lo que cabría en un millón de libros.
Introducción
E n 1995, el psicólogo y redactor científico Daniel Goleman publicó un libro en el que presentó a la mayor parte de la población mundial el concepto naciente de inteligencia emocional. La idea –de que ser capaces de reconocer y controlar las emociones aumenta notablemente nuestras probabilidades de conseguir lo que nos proponemos y triunfar en la vida– cuajó rápidamente, y transformó la manera de entender las emociones y el comportamiento humano.
En los más de veinte años que han transcurrido desde que irrumpió en escena el libro de Goleman, el mundo ha experimentado un cambio espectacular, y de ahí que utilizar la inteligencia emocional sea hoy más necesario que nunca.
Basta con tener en cuenta que el fraccionamiento político es la realidad imperante en nuestros días; los candidatos presidenciales utilizan el miedo y la ira como «armas de persuasión masiva», y sus apasionados correligionarios, a los que les falta tiempo para tachar al «otro» de imbécil o de no tener arreglo, protagonizan acalorados debates, en los que recurren a las invectivas y utilizan argumentos ad hominem para desacreditarse mutuamente, lo cual hace del todo imposible el diálogo sosegado y racional.
La guerra, la globalización y la urbanización creciente siguen obligando a individuos de distintas razas, culturas y procedencias a vivir cada vez en mayor proximidad unos de otros. En las ciudades superpobladas, ricos y pobres conviven puerta con puerta, y hay países donde los campos de refugiados han acabado por convertirse en barrios o poblaciones consolidados. Pero el desconocimiento engendra temor, y todas esas diferencias alimentan la desconfianza y la intranquilidad.
Internet nos ha puesto al alcance de los dedos una cantidad inmensa de información, pero como las noticias viajan a la velocidad de la luz, es más difícil que nunca distinguir la realidad de la ficción. ¿La consecuencia? Una era de posverdad, en la que saber apelar a las emociones y creencias del público tiene más peso que los hechos objetivos.
La proliferación de los teléfonos inteligentes y otros dispositivos móviles ha sustituido los breves momentos de observación, en los que solíamos reflexionar sobre nosotros mismos, por la fiebre por leer y contestar continuamente mensajes de texto, comprobar lo que está ocurriendo en las redes sociales o simplemente navegar por Internet, actividades a las que nos impulsan la ansiedad, el aburrimiento y el miedo a perdernos algo importante y quedar excluidos. La posibilidad de comunicarnos prácticamente con cualquiera, y a cualquier hora, nos inspira a hablar más de la cuenta en momentos de emotividad y a revelar detalles íntimos que luego lamentamos haber confiado.
A medida que esta adicción pavloviana a los dispositivos móviles va destruyendo en nosotros la capacidad de autocontrol, va imposibilitándonos a la vez para pensar por nosotros mismos. Los sitios web que frecuentamos contribuyen decisivamente a configurar nuestras emociones; los artículos que ojeamos, las noticias a las que atendemos y los vídeos que vemos van modelando, todos ellos, nuestro estado de ánimo y nuestros pensamientos, y van determinando así poco a poco nuestras opiniones e ideologías sin que nos demos cuenta siquiera.
Piensa además que, a la par que el mundo ha evolucionado, ha evolucionado también la comprensión de lo que significa tener inteligencia emocional.
Cuando en principio se propuso la expresión, muchos pensaron que la inteligencia emocional era intrínsecamente virtuosa. Sus postulantes promocionaron el concepto como la solución definitiva para una diversidad de problemas, desde el acoso escolar hasta la falta de compromiso de los trabajadores con la empresa. Sin embargo, hoy es evidente que, como la inteligencia tradicional, esta facultad puede utilizarse con fines éticos tanto como no éticos. Los estudios han demostrado, por ejemplo, que algunos individuos dotados de una alta inteligencia emocional la utilizan para influenciar y manipular a los demás en provecho propio.
Afortunadamente, cultivar nuestra propia inteligencia emocional puede ayudarnos a detectar y combatir esos intentos de manipulación. Cuanto más sepas sobre las emociones y su comportamiento, mejor te conocerás a ti mismo y más consciente serás de las razones que te mueven a tomar cualquier decisión. Ese conocimiento te permitirá adoptar una actitud proactiva e idear estrategias que reajusten tus reacciones emocionales, para evitar así decir y hacer cosas que más tarde lamentarás, y motivarte a actuar cuando sea necesario. Con el tiempo, aprenderás a utilizar las emociones para ayudar también a los demás, lo cual te hará establecer relaciones más fuertes y satisfactorias.
Estas son solo algunas de las razones por las que necesitamos desarrollar la inteligencia emocional hoy más que nunca.
Para entrar en materia, examinaremos las siguientes cuestiones:
- ¿Cómo podemos transformar nuestras emociones más violentas para que, en lugar de ser una fuerza destructiva, actúen a nuestro favor y al de los demás?
- ¿Cómo es que ampliar nuestro vocabulario emocional y hacer las preguntas adecuadas nos ayuda a ser más conscientes de nosotros mismos?
- ¿Por qué es tan difícil cultivar el autocontrol? ¿Podemos hacer algo para conseguirlo?
- ¿Puede ayudarnos a reajustar los hábitos emocionales tener un mayor conocimiento del cerebro y de cómo funciona?
- ¿Cómo podemos sacarles el máximo provecho a los comentarios que alguien nos haga sobre nosotros, ya sean positivos o negativos?
- ¿Cómo podemos hacerle a alguien un comentario para que le resulte beneficioso?
- ¿Cuándo es la empatía una ayuda, y cuándo nos puede perjudicar?
- ¿Cómo podemos ser más persuasivos o tener una mayor influencia positiva en los demás?
- ¿Es cierto que la inteligencia emocional nos permite cultivar, y mantener, relaciones más íntimas y más fuertes?
- ¿Cómo podemos protegernos de aquellos que utilizan los principios de la persuasión y la influencia para manipularnos o manipular a otros?
Para dar una respuesta práctica a estas preguntas, combinaré los resultados de diversos estudios con situaciones de la vida real, todos ellos fascinantes. Además, hablaré de mí y explicaré cómo la inteligencia emocional me enseñó a tomar el mando, y cómo me enseñó también a dejarme guiar. Contaré cómo el hecho de comprender las emociones de los demás y ser capaz de conectar emocionalmente con ellos me ayudó a cortejar a mi esposa y me ha hecho mejor marido y padre. Pero detallaré asimismo los peligros que me salieron al paso y te contaré por qué el compromiso activo de aumentar y aplicar el coeficiente de inteligencia emocional –nuestro CE– es solo una pieza de ese rompecabezas que consiste en sacar lo mejor de nosotros.