Hoy en día, muchas personas se ven afectadas por este problema, ya sean estudiantes, empleados, artistas, autónomos o jubilados. ¿Y es que quién no ha dejado para mañana cosas que podría haber hecho ese mismo día, sencillamente porque se le presentaban otras actividades más placenteras? El fenómeno está tan extendido que, en 2010, el 25 de marzo fue declarado día mundial de la procrastinación. El problema que suscita este aplazamiento está relacionado con la gestión del tiempo, una temática que se ha convertido en emblemática desde los años 1990. Esto se debe a que, en nuestra sociedad, no hacer nada se denigra, mientras que lograr controlarlo todo se considera lo ideal.
Las causas y el origen de la procrastinación son diversos y provocan todo tipo de problemas en el día a día. Quien odie llamar por teléfono aplazará indefinidamente las llamadas urgentes, mientras que aquel a quien le asusta el éxito no acabará de redactar su tesis si las circunstancias externas no lo obligan a ello. Cuando se sufre de procrastinación crónica, cada día nos sentimos peor, incluso cuando huimos de nuestras responsabilidades y las sustituimos por actividades más placenteras que nos reconfortan. Cuanto más pasa el tiempo, más se acerca la fecha límite y la cantidad de trabajo aumenta o parece aún más estresante. En paralelo a esto, desarrollamos una especie de culpabilidad para con los demás.
Cuando vivimos la procrastinación en el día a día y no la asumimos, entramos en un auténtico círculo vicioso que nos atrapa y que perjudica nuestra autoestima. Pero, además de este tipo de personas que siempre lo aplazan todo para el día siguiente, existen algunas que lo hacen de forma más puntual y, aun así, desean mejorar su productividad o, simplemente, quieren gestionar mejor su tiempo para poder disfrutar más de su ocio. Sea cual sea tu perfil, para evolucionar es necesario empezar por ser consciente y por aceptar tus problemas. Solo cuando pase esta etapa podrás por fin contar con las herramientas fundamentales para organizar un día a día más sereno. La solución está a tu alcance, pero… ¡tienes que ponerte manos a la obra ya mismo!
¿Por qué lo dejo todo para mañana?
Muchos individuos experimentan la procrastinación, que viene generada por toda clase de miedos. Puede llevar a aplazar indefinidamente tanto una tarea doméstica como un proyecto a largo plazo o, incluso, una conversación difícil con un ser cercano. Los perfiles que describimos a continuación no son exhaustivos, pero reflejan una buena parte de los bloqueos que se encuentran en el origen de la procrastinación. Puede que estés afectado por varios de ellos o por ninguno; lo fundamental es identificar lo que te frena barajando todas las posibilidades. En el fondo, seguramente ya sabes qué ocurre, pero, sin duda, te reconfortará leer que otras personas tienen los mismos dilemas.
Buscas la perfección
El perfeccionista no soporta la idea de que una tarea esté mal ejecutada. Sabe que, si empieza un trabajo —sobre todo un trabajo interminable o ante el que no se encuentra cómodo—, existen posibilidades de que no quede perfecto a la primera y que, por lo tanto, haya que revisarlo en varias ocasiones, sin saber si algún día estará satisfecho con el resultado. En estas condiciones, no hacer nada permite a la persona que sufre de perfeccionismo dedicarse a tareas más fáciles en las que destaca, con lo que se evita toda decepción. No obstante, hay que tener cuidado si tiendes a funcionar de esta manera, ya que, ante todo, desear la perfección puede frenarte en tu desarrollo, en vez de llevarte hacia delante.
«Yo solo contemplo la perfección, no me conformo con un resultado medio, ni siquiera bastante bueno; tiene que ser muy bueno, y sería la persona más feliz del mundo si fuera excepcional. Quizás sea esta la razón por la que lo dejo todo para mañana, porque tengo miedo de que no esté a la altura de mis expectativas. Y eso que intento repetirme que, si no trabajo, esa producción no podrá ser buena. Esto tendría que ser un argumento de peso para mí, pero no, no funciona» (Anita, 50 años).
Temes decepcionar
Alguien que teme defraudar a un director de tesis, a un jefe o a un ser cercano, consecuencia o no de un cierto perfeccionismo, no se siente a la altura de la tarea que debe ejecutar o que se le ha confiado. Así, estás convencido de que se te atribuyen aptitudes que no tienes o que crees que no tienes, por lo que no confías en tus propias capacidades y tienes miedo de ver el asombro en los ojos del otro cuando descubra el alcance de tu incompetencia. Si te reconoces en esta descripción, quizás sufres del síndrome del impostor.
El síndrome del impostor
Las personas que sufren del síndrome del impostor temen que un día se descubra que no están a la altura, que no tienen tanto talento como se pensaba y que su lugar está en otra parte. Así, dudan en lanzarse a nuevos proyectos que sacarían a la luz sus debilidades y los harían vulnerables a ojos de los demás. En realidad, son ellos quienes más daño se hacen a sí mismos, limitando sin motivo el desarrollo de sus capacidades.
Verse como un impostor en un entorno supuestamente más competente, meritorio o legítimo puede llevar a la procrastinación. En efecto, para evitar provocar decepción en los demás, pospones constantemente lo que tendrías que hacer. No obstante, al aplazar indefinidamente una tarea, refuerzas la idea de que eres un impostor y vas directo hacia el autosabotaje.
Es importante que seas consciente de que todo el mundo es vulnerable y puede cometer errores, sin que ello signifique que tengas que poner en entredicho lo que eres. Nadie espera de ti que lo logres todo a la primera. Olvida los juicios de los demás y, simplemente, da lo mejor de ti.
Necesitas controlar a los demás
Llegar tarde a las citas constantemente o entregar los proyectos después de la fecha límite sin sentir ninguna culpabilidad puede deberse a la necesidad inconsciente de controlar a los demás. Alguien que adopta un comportamiento de estas características no soportaría los límites que le imponen los demás, ya formen parte de su entorno o sean sus superiores jerárquicos. Lo que está en juego en este caso es un deseo de libertad y de control sobre nuestro tiempo.
Aceptar que los otros definan una parte de nuestras prioridades y de nuestro tiempo puede resultar difícil, porque creemos que somos los únicos dueños de nuestra vida. Sin embargo, aunque es cierto que no podemos aceptarlo todo de los demás, a veces es necesario ceder a los plazos que otro ha fijado para culminar con éxito algunos proyectos. Así es como sucede especialmente en la vida profesional, donde no aceptar las fechas límite puede costarte caro si no eres tu propio jefe.
Confías demasiado en tus capacidades