La barriga de mi madre
El pan de su cintura, una hogaza
que yo amasaba con esas palmas de ocho años
sudadas de jugar. Mi hermano y yo nos maravillábamos
de los surcos y caballones. De cómo su ombligo se hacía cumbre.
De cómo su barriga parecía una nuez. De cómo una vez fuimos semillas
y habitábamos dentro. Nos reíamos, mi hermano y yo,
cuando ella se tumbaba en el sofá,
se levantaba la camiseta y dejaba que su barriga se extendiese como masa de pastel en un molde.
Era un premio, como lamer el dulce de las varillas de la batidora en los cumpleaños.
La ondulación de la barriga de mi madre no era
una vergüenza que escondiera de sus hijos.
Ella sabía que habíamos salido de ahí. Su barriga era un regalo
que seguíamos compartiendo entre nosotros.
Era tanto de ella, de su cuerpo,
como nuestra por haberlo hecho nuevo,
diferente. Su cuerpo era un altar de carne
construido en nuestro recuerdo, por nosotros, para nosotros.
Lo que queda de la barriga de mi madre
habita un recipiente para cenizas que guardo en un armario.
De vez en cuando abro la caja,
paso la mano por los finos cristales con palmas
que una vez tuvieron ocho años. Siento los surcos y caballones
que ya no se encumbran sino que se escurren entre los dedos.
Gránulos que hoy son mucho más sal
que azúcar. Y aun así, todavía me maravillo
ante lo que un día fue su cuerpo. Incluso en esta forma digo
«yo salí de esto».
Sonya Renee Taylor es la fundadora y directora radical de The Body Is Not An Apology, una empresa de medios digitales y educación que está comprometida con el autoamor radical y el empoderamiento corporal, como herramientas fundadoras de la justicia social y la transformación global. tbinaa.com llega cada mes a más de un millón de personas en 140 países con sus artículos y contenidos centrados en la intersección de los cuerpos, la transformación personal y la justicia social. Sonya también es poeta y como tal ha ganado premios internacionales, además de activista, conferenciante y líder transformadora cuyo trabajo tiene alcance mundial. Ha impartido conferencias en Estados Unidos y Nueva Zelanda, Australia, Inglaterra, Escocia, Suecia, Alemania, Brasil, Canadá y Países Bajos. Sonya y su trabajo se han visto, oído y leído en HBO, BET, MTV, TV One, NPR, PBS, CNN, Oxygen Network, The New York Times, New York Magazine, MSNBC.com, Today.com, Huffington Post, Vogue Australia, Shape.com, Ms. Magazine y muchos otros foros. En 2017, durante la legislatura de Obama, fue invitada por la Casa Blanca para hablar de la intersección entre los temas LGTBQIAA y la discapacidad. También ha compartido escenario con personalidades como Angela Davis, Van Jones, Naomi Klein, Amy Goodman, Carrie Mae Weems, Theaster Gates, Harry Belafonte, el Dr. Cornel West, Hillary Rodham Clinton, el difunto Amiri Baraka y numerosas otras. Sonya vive en Oakland, California, Estados Unidos, con su Yorkshire terrier Anastasia Duchess. Sigue actuando, hablando en público y facilitando talleres en todo el mundo. Puedes visitar su web en www.sonya-renee.com.
Terry Lyn Hines (1959-2012)
Mi primer y más duradero ejemplo
del poder del amor radical.
Prólogo
Mucho antes de que fuera una empresa de medios digitales y educativos, o un movimiento de autoamor radical con cientos de miles de seguidores en nuestra web y en nuestras redes sociales, antes de que a nadie le interesara escribir sobre nosotros en la prensa o entrevistarme en la televisión, antes de que la gente empezara a mandarme fotos de sus cuerpos con mis palabras tatuadas en la espalda, en los antebrazos y en los hombros (lo cual nunca deja de ser genial y raro), antes de todo eso, hubo una palabra… Bueno, unas palabras. Esas palabras fueron «tu cuerpo no es una disculpa». Corría el verano de 2010 y estaba en una habitación de hotel en Knoxville, Tennessee. Mi equipo y yo nos estábamos preparando para una noche de torneo en el Southern Fried Poetry Slam. Un slam es una competición de poesía en vivo. Puede hacerse por equipos o individualmente, y cada participante tiene tres minutos en el escenario para compartir lo que a menudo es una poesía profundamente íntima, personal y política; a continuación, cinco jueces seleccionados al azar de entre la audiencia les ponen nota a los poemas, en una escala que va de 0,0 a 10,0. Es un juego ensordecedor que lleva el refinado arte de la poesía a las masas de los bares, clubes, cafeterías y a todo Estados Unidos en las competiciones del National Poetry Slam. El slam de poesía es tan ridículo como bello; es todo lo torpe y glorioso que tiene el poder de la palabra. El slam es un lugar en el que la gente inadaptada, marginada y ensimismada toma el escenario y los embelesados oídos de la audiencia, aunque sea durante solo tres minutos.
Fue en una cama de hotel en esta ciudad, preparándome para este extraño juego, donde pronuncié por primera vez las palabras: «tu cuerpo no es una disculpa». Mi equipo era un caleidoscopio de cuerpos e identidades. Éramos un microcosmos de un mundo en el que me gustaría vivir. Éramos negros, blancos, del sudeste asiático. Con y sin discapacidad. Éramos gay, hetero, bi y queer. Lo que llevamos a Knoxville aquel año fueron historias sobre vivir en nuestros cuerpos con todos sus complejos entramados. Éramos personas complicadas y honestas las unas con las otras, y por eso acabé teniendo una conversación con mi compañera de equipo Natasha, que tenía treinta y pocos años, vivía con parálisis cerebral y tenía miedo de haberse quedado embarazada. Natasha me dijo que su potencial embarazo era con toda probabilidad fruto de un lío sin pretensiones. Para Natasha, toda su vida estaba en el aire, pero tenía clarísimo que no quería tener un bebé, y mucho menos con esa persona. Una de mis muchas reencarnaciones laborales del pasado fue proveedora de servicios de salud sexual y salud pública. Este pasado me labró fama de preguntarle a la gente por sus prácticas de sexo seguro, de regalar condones y ofrecer estrategias de salud sexual enfocadas a la reducción del daño. Por instinto le pregunté a Natasha por qué había elegido no usar condones con este compañero sexual esporádico, una persona con la que no tenía interés en procrear. Ni Natasha ni yo sabíamos que mi pregunta sincera y su sincera respuesta serían el catalizador de un movimiento. Natasha me habló de su verdad:
—Mi discapacidad hace que las relaciones sexuales sean ya de por sí difíciles, por las posturas y demás. No sentí que estuviera bien además montar un número por lo de usar condón.
Puede ser fácil refugiarnos en el silencio cuando oímos la verdad de alguien y nos golpea en una parte profunda de nuestra humanidad, de nuestras propias vergüenzas ocultas. Nos cuesta sostener las verdades de otros porque en muy raras ocasiones hemos experimentado que sostengan nuestras propias verdades. Brené Brown, investigadora social y experta en vulnerabilidad y vergüenza, afirma que «si compartimos nuestra historia con alguien que responde con empatía y comprensión, la vergüenza no puede sobrevivir». Yo entendí la verdad que Natasha estaba compartiendo. Sus palabras me punzaron en un vientre dolorido de conocimiento, dentro de mi propio cuerpo. Todo mi ser resonó. Me vi transportada a todas aquellas veces que había regalado mi propio cuerpo como penitencia. Un montaje de recuerdos se proyectó en mi mente, e incluía todas aquellas veces en que le había dicho al mundo «lo siento» por tener este cuerpo equivocado y malo. Fue desde esta profunda cueva de vulnerabilidad que desbordaron estas palabras: