La felicidad es política
Vamos buscando la felicidad como si fuera un asunto personal y no nos damos cuenta de que es un tema social y político. La felicidad no está dentro de una misma, como nos venden los libros de autoayuda, sino en la interacción con los demás, en nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos.
Solo podremos ser felices si son felices los demás, si todos y todas tenemos garantizados los derechos humanos fun damentales y si existen las condiciones para que todo el mundo tenga acceso a agua potable y gratuita, un techo bajo el que dormir, comida tres veces al día, ropa para vestir y calor para afrontar el frío en invierno.
Necesitamos tener garantizada una vida libre de violencia, y acceso a la educación y a la salud gratuitas y de calidad. Necesitamos muchos libros, mucha música, mucho arte y mucha gente linda a nuestro alrededor: creo que la clave está en poder construir y nutrir redes sociales y afectivas en las que podamos tratarnos y querernos bien, y cuidarnos mucho entre nosotros.
Para poder relacionarnos con nuestras tribus y con el mundo, hay que acabar con los discursos de odio, las luchas de poder, la violencia, la guerra y las fobias sociales: si aprendemos a convivir en paz y si distribuimos la riqueza de una forma equitativa, viviremos todos mejor y seremos todos más felices.
Para poder ser felices necesitamos infancias felices y herramientas que nos permitan gestionar nuestras emociones, cerrar nuestras heridas, aprender a tratarnos bien los unos a los otros.
Para poder cuidarnos mejor a nosotras mismas y a los demás, necesitamos aprender a valorar y a cuidar nuestra salud mental y emocional, y para eso necesitamos que los Gobiernos entiendan que el sufrimiento y la felicidad son asuntos políticos y afectan también a nuestra economía: una sociedad deprimida, aislada, triste y sin esperanza no puede crear ciudadanía feliz.
La felicidad tiene que ser colectiva: no sirve si eres feliz solo tú y vives rodeada de gente que sufre.
Cuando es amor del bueno
Cuando el amor es correspondido y es amor del bueno, hay que disfrutarlo el tiempo que dure. Cuando te sientes libre para amar, para quedarte y para irte, cuando sientes que puedes ser tú misma todo el tiempo, cuando hay respeto y ternura a toneladas, cuando te sientes bien tratada y bienquerida, cuando la relación se basa en los cuidados y el placer, hay que disfrutarlo y saborearlo.
No todo el mundo lo logra: no es fácil disfrutar del amor. Y no todo el mundo sabe qué hacer cuando se presenta la felicidad así como así, sin avisar. Pienso, por ejemplo, en esas parejas que se quieren mucho y, para no aburrirse, se inventan problemas, se pelean, batallan y se reconcilian. Creen que el amor es una guerra y que, cuanto más dolor sienten, más pasión desbordan.
Definitivamente, disfrutar del amor es un arte y requiere entrenamiento para poder vivirlo sin boicotear la relación y sin boicotearse a una misma. Necesitamos herramientas para poder ser felices sin más, para poder disfrutar del presente, para nutrir la llama del amor, para construirlo día a día, para compartir la alegría y el amor el tiempo que duren. El tiempo que nos dure.
Tu casa, tu refugio
Uno de los aprendizajes más importantes de mi vida fue entender lo importante que era vivir en una casa confortable y limpia, en la que solo entrara la gente con la que yo me siento bien. Una casa que esté caliente en invierno y fresquita en verano; una casa con luz que esté decorada por ti; una casa que te permita sentirte segura cuando te vas a dormir.
Fuera de casa, nos enfrentamos a un mundo hostil en el que tenemos que librar mil batallas cada día, pero dentro de casa, tenemos que intentar estar lo más tranquilas posible, y por eso siempre hay que estar construyendo el hogar propio, acomodándolo para que sea un lugar agradable en el que poder descansar bien y poder vivir en paz.
No solo se trata de tener tus cosas ordenadas y a mano, de pintarla a tu gusto, de amueblarla como te apetece. Se trata, fundamentalmente, de tener un espacio con buenas vibras en el que nadie te ataque, te trate mal, te haga sentir miedo o te haga llorar.
Un hogar debería ser un refugio en el que te sientas protegida y en el que solo entre el amor del bueno, es decir, gente que te quiere bien y te cuida. Gente en la que confíes, que inunde de luz las estancias de tu casa con su sonrisa, que te trate bien y te alegre la mañana, gente a la que poder alegrar la mañana.
Abramos ventanas y puertas a todo aquel que venga en son de paz y con ganas de sumar, pero que no se nos olvide cuidar nuestros espacios de intimidad y seguridad, porque necesitamos de verdad un rinconcito para soñar, para recordar, para alimentarnos, para descansar, para reunirnos con nuestra gente querida, para desconectar del mundo y para reunir las fuerzas que necesitamos para volver a la calle cada día.
Nuestro derecho a cuidar y a ser cuidadas
Hay que cambiar de una vez por todas el sistema de cuidados, crianza y tareas domésticas de abajo arriba. No nos limitemos a pedir permisos maternales y parentales, vayamos a lo grande y hagamos la revolución del amor y los cuidados.
Todas y todos necesitamos tiempo para cuidar a nuestra gente querida y para sacar adelante nuestro hogar, día a día. Solo tenemos un tercio de nuestra vida para cuidar: nuestra infancia, adolescencia y vejez son muy largas. El poco tiempo que tenemos para cuidar (la adultez joven), tenemos que producir y generar ingresos, lo que resulta hoy en día incompatible con tener hijos o pertenecer a una tribu de crianza.
No podemos seguir cargando a las mujeres con las tareas domésticas y los cuidados a bebés, niñas y niños, gente anciana, enferma o con discapacidades; no podemos seguir permitiendo que trabajen gratis para los demás a costa de su salud emocional y física, no es justo que dependan de la ayuda de los demás para subsistir mientras cuidan.
Es urgente que reivindiquemos nuestro derecho a cuidar y a ser cuidados por nuestra gente. Los cuidados son un asunto político, una tarea colectiva, una responsabilidad compartida entre todos y todas: necesitamos que el ritmo productivo se adapte a nuestras necesidades, y no al revés.
Necesitamos una renta básica para cuidadoras y cuidadores, horarios de trabajo flexibles, permisos, centros de cuidados, medidas que faciliten la conciliación en redes de cuidados.
Necesitamos condiciones para poder criar a nuestros propios hijos si queremos, ayudar a nuestros padres y abuelos, acompañar a nuestra gente querida cuando tienen accidentes, cuando enferman, cuando viven crisis fuertes, cuando van a nacer o a morir.
Necesitamos tribus de cuidados que liberen a las mujeres más pobres y nos permitan crear un mundo más igualitario y amoroso, vamos a cambiar nuestra forma de relacionarnos, vamos a cuidarnos entre todas.
Educación para ser buenaS personaS
Ahora que soy mamá pienso en lo que me gustaría que estudiara mi hijo a lo largo de su vida.
Quisiera que tuviese herramientas, conocimientos y sensibilidad para que sea una buena persona, y que no sufra las enfermedades de transmisión social que provocan el miedo y el odio: machismo, racismo, clasismo, homofobia, lesbofobia, transfobia, etc.
Me gustaría que aprendiese a amar la diversidad biológica y cultural, que sea respetuoso con la naturaleza y los animales, y que tenga conocimientos y sensibilidad para luchar contra la destrucción del planeta. Me parece tan importante que conozca a fondo la lista de los derechos humanos fundamentales y los derechos de los animales y de la naturaleza. Sería tan importante que pudiese también aprender a tener empatía y ser solidario, a ser sensible y a rebelarse ante el sufrimiento humano y animal.