Oraciones cortas para alcanzar la santidad
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417772567
ISBN eBook: 9788417717902
Nº Registro Derechos de Autor de Costa Rica: 1-739-676
© del texto:
Warner Gonzalez V.
© de esta edición:
Caligrama , 2019
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Impreso en España – Printed in Spain
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A mis padres, quienes han sido mi ejemplo,
apoyo y sus oraciones han sido respondidas
Introducción
Hermanos, empecemos con un par de preguntas: ¿por qué Jesús solía retirarse de noche a orar?, ¿por qué Jesús cuidaba de su comunicación con Dios en el silencio y la soledad?
El texto de Marcos 1, 29-39 indica que luego de un día en que Jesús pasó realizando varios milagros —curando a la suegra de Simón, expulsando demonios y sanando diversos enfermos—, «de madrugada Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar». Nos ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La gente estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.
Jesús necesitaba estar a solas con su Padre. No quería dejarse aturdir por el éxito. Solo buscaba la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.
Sorprendidos por su ausencia, Simón y los otros discípulos corrieron a buscarlo. No dudaron interrumpir su diálogo con Dios, solo querían retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se dejó disponer desde fuera. Solo pensaba en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartaría de su camino.
No tenía ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cedería ante el entusiasmo popular.
Los cristianos, por lo general, ya no saben estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablan mucho de Dios, incluso nosotros en nuestro diálogo interno, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se ha venido perdiendo. En las parroquias se llevan a cabo reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz. Las personas hoy en día están sumidas en diferentes actividades y no dedican tiempo para descansar del ruido externo.
Cada vez somos menos para hacer más cosas. Nuestro riesgo es caer en un activismo desgastante y vacío. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino no tener fuerza espiritual para enfrentarnos a ellos.
En nuestro día a día, nos concentramos en una gran cantidad de actividades que desgastan al ser humano, que lo llenan de ideas, de tareas, y muchas personas sienten que se pierden dentro de ese activismo.
Para evitar este recalentamiento mental se recomienda en diferentes religiones la meditación. ¿Cómo puede beneficiarnos la meditación? ¿Por qué se recomienda apartar desde algunos minutos al día hasta ciertas horas cada semana para concentrarnos, buscar la quietud y desconectarnos del bullicio que impera hoy en día? Porque los beneficios para nuestra salud se pueden enumerar de la siguiente forma:
• Potencia la salud mental y física.
• Aumenta el cociente intelectual.
• Desarrolla la inteligencia emocional y la empatía.
• Mejora la memoria.
• Alivia el estrés, la ansiedad y la depresión.
• Reduce la presión sanguínea.
• Aumenta la felicidad (literalmente).
Por esto he escrito el presente libro, para que sea una herramienta que ayude al lector a enfocarse. Primero, a encontrar tiempo para sí mismo mientras realiza diferentes actividades; luego, para tener esa comunicación con nuestro Creador, y tercero, para que pueda encontrar diferentes oraciones, alabanzas, plegarias y meditaciones dirigidas.
Estas Oraciones cortas para alcanzar la santidad le ayudarán a lograr una mejor comunicación con Dios; desarrollar la consciencia con el todo; acallar la mente y liberarla de las preocupaciones diarias; limpiar la mente para hacerla más creativa; estimular las zonas del cerebro asignadas a la felicidad; liberar el estrés y la ansiedad, y permanecer en un estado de bienestar.
Espero que usted, estimado lector, pueda obtener y desarrollar mediante la lectura del presente libro una mejor comunicación con nuestro Creador.
¡Guíame e ilumíname!
Pidamos al Señor que nos permita también vivir, en actitud de búsqueda de su voluntad, alimentados a diario por la palabra de Dios.
Oremos. Guíame, oh, luz amorosa, en medio de las tinieblas que me rodean, ilumina las sendas de mi vida. La noche es oscura y yo me encuentro lejos de mi casa. ¡Guíame!
Caminando delante de mí. Afianza mis pies. No pretendo distinguir el horizonte lejano. Me basta un solo paso: el de hoy.
No ha sido siempre así mi vida ni te he invocado siempre para que me alumbres el camino. Me gustaba ser yo el que escogía el rumbo de mi existencia. Ahora te pido que seas tú la que me guíe.
Amaba los días luminosos y por mis temores el orgullo me dominaba. No recuerdes los días de mi pasado. Me has cobijado con tu amor poderoso por tanto tiempo que estoy seguro de que lo seguirás haciendo más allá de los barrancos y abismos, hasta que la noche haya pasado y me ilumine para siempre la luz esplendorosa de tu rostro. Oh, luz divina, Padre bueno. Que así sea.
Oremos. Señor Jesús, hemos leído una vez más tu palabra, con la que nos hablas hoy a nosotros. Somos esa viña mimada por tu amor constante; nos has plantado con las cepas escogidas de evangelizadores valientes y santos. Has apartado las piedras de la ignorancia, del error y del pecado.
Nos has protegido con las enseñanzas de tu Iglesia maestra y de la verdad, con el testimonio de tantos santos —inclusive de tantos mártires— en nuestro tiempo que han sabido dar la vida por su fidelidad a ti y a los valores del Evangelio.
Somos tu viña escogida, la que tú cuidas y amas. Pero no quieres hacerlo tú solo, quieres que seamos instrumentos tuyos, para cuidar y ensanchar esta viña que es el reino de Dios. Tú esperas frutos de nosotros. Frutos de una vida que sea con las obras, en signo de nuestra fe.
Frutos de amor con todos y de justicia, especialmente con los más débiles. Nos pides ser valientes para anunciar tu palabra y desenmascarar a los lobos que se cubren con piel de oveja. Concédenos amar tu Iglesia, nuestra madre espiritual, y hacer todo lo posible por defenderla y enaltecerla. Que así sea.
Mr 4, 1-9; Lc 8, 4-8.
Verte y alabarte en las pequeñas cosas
Señor, hoy te pido que me enseñes a verte y a alabarte en las pequeñas cosas de cada día. La luz del sol es un reflejo de aquella luz admirable en la que tú habitas y con la que has extendido la belleza en tus obras. Para que, aunque sea de lejos, nos imaginemos tu belleza infinita.
La fuerza de la tempestad, el fragor del trueno, la inmensidad del mar, la grandeza de las montañas, el zigzaguear de los relámpagos y la fuerza indomable de los terremotos nos hablan de tu poder.
La belleza de una flor, el canto de los pájaros, la laboriosidad de la hormiga o el murmullo de la brisa son un canto a tu ternura.